V
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
El vía crucis institucionalizado por la nomenclatura católica como rito litúrgico, no concuerda con la cronología neo testamentaria ni con la histórica. La ruptura temporal del Relato de la Pasión de Jesucristo obedece a un discurso entre propagandístico y simbólico. Un perfecto desconocido acompaña a Jesús, coaccionado por los centuriones romanos. Simón el Cireneo no fue canonizado ni celebrado por acompañar solidariamente, así sea a juro, a Jesús camino al Golgota. Va más con el soberbio poder del Vaticano unos cruzados conservadores como Josemaria Escrivá de Balaguer y Juan Pablo II, santos egregios del cogollo apostólico y su poder terrenal. Por eso Miguel Otero Silva escribió una corrosiva copla apóstata: Nunca fue canonizado / el humilde Cireneo, / porque cargando la cruz, / sin querer se le fue un peo. No perdamos de vista que los discípulos estaban enconchados por miedo a ser prendidos, procesados y ejecutados cada quien en su cruz. El martirio vino después cuando ebrios del Espíritu Santo, hablaron en lenguas extranjeras y predicaron hasta por los codos. Incluso, Él fue crucificado entre dos ladrones a quienes tampoco conocía ni de oídas. El poeta Federico García Lorca, de una religiosidad escéptica pero de un misticismo entusiasta por la vida a su alrededor, se negó a desarraigarse de su Granada bien amada, su Edén andaluz. Le encantaba departir, leer su poesía y su dramaturgia, que son un mismo discurso como el de Lope de Vega y Calderón de la Barca, además de acompañar (se) en el piano sus canciones populares con que obsequiaba a la gran familia de sus amigos más entrañables, consanguíneos o no. Por eso no quería ser crucificado en Nueva York, teniendo una vaca maldita mugiendo música sacra desafinada de perdigonazos farisaicos. Perseguido por la manada de hienas del momento, se escondió en el calor de sus amigos falangistas. Sólo que el poeta Luis Rosales ni el músico Manuel de Falla pudieron cobijarlo por más de una semana. Abogaron por él pero no quisieron ayudarlo a cargar su cruz con el letrero de Príncipe de los Rojos y maricones, redactado de puño y letra por los milicos Valdés y Queipo del Llano, siendo el "obrero amaestrado" Ramón Ruiz Alonso su Judas delator. De modo que la madrugada del 19 de agosto de 1936, murió baleado por la espalda junto a otros tres desconocidos, un maestro de escuela y dos banderilleros. Seguramente fue rematado con saña criminal como si se tratara de un toro mañoso de lidia con el que sus toreros impíos no tuvieron tela que cortar para ganar par de orejas. Jesús fue más afortunado, si se quiere, pues José de Arimatea acomodó su cadáver en una digna sepultura para ocasión tan histórica. De los restos de Federico en fosa común apestada, ni su amigo y biógrafo Ian Gibson sabe alguna cosa, lo dice su escritura y rostro adusto de Cireneo desencantado.
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