sábado, 27 de marzo de 2021

La Viudez es Orfandad. Jose Carlos De Nobrega

 


Ser viudo es una forma extraña y dolorosa de orfandad. Esta hipótesis inaudita quizá sólo se aplique en mi caso. Pues mi viudez respecto a mi esposa Yudi, no es reciente. Es la prolongación de la viudez que viví con mamá Augusta durante treinta años, desde 1972 cuando murieron mi papá y mis abuelos maternos, hasta (?) 2002 cuando con la muerte de mamá quedé huérfano de padre y madre. La condición de viudo y huérfano me viene de parte de mamá, quien la sufrió intensamente ese lejano año. 

Por supuesto, en este orden de ideas majaderas, busco otros casos cercanos en mi entorno y la literatura. Tengo dos buenos amigos, Pedro Tellez, mi hermano político más consentido, y el poeta José Gregorio Medina. Pedro enviudó de Yuda hace unos años. Viví su tristeza de ese momento (los cínicos maravillosos y bonachones como él también entristecen), al punto que me di cuenta que mi amigo viudo, en su dolor, me manifestara lo mucho que me quería como hermano. Me obsequió las llaves del cofre donde guardaba los grabados de Goya y también su tierno corazón. Pedrito también vivió la orfandad cuando primero viajó nuestra mamá Teresa a la Morada de su tocaya santa y poeta quien discutía con Jung sabrá Dios de qué. Más tarde se les uniría Don Pedro Tellez Carrasco un 31 de diciembre como para no perderse el convivio. Afortunadamente, se encontró con una magnífica y preciosa esposa como Ania, con quien tiene la bendición de tres hijos de lo más lindos. El poeta José Gregorio, cachondo, bohemio y de muy buena copa, había perdido la brújula cuando partió su bella valquiria María. Hoy la va llevando poco a poco con sus grandiosos hijos. Sigue pensando y actuando como poeta, además de aguar la fiesta del patrono como heraldo díscolo sindical.

Pienso en la viudez endurecida de Don Miguel de Unamuno y la muy melancólica y saudosa de Antonio Machado. Unamuno, nuestro rector de la universidad cristiana y dubitativa que llevamos dentro, antes de enviudar de Concha, su mujer, quedó huérfano que pierde el mapa de vez en vez con la nebulosa de un llanto seco, estas veces de su España bien amada hecha trizas en 1898, resurrecta con la Segunda República y arrojada a una fosa común el 12 de octubre de 1936. Pese a que vencer no es convencer, divorciado de los estudiantes que le escarnecieron ese día, el polígrafo vasco no las tuvo todas consigo. Su cadáver fue secuestrado por los falangistas, sin que nadie impidiera las exequias más envilecidas de que tengamos memoria. Infamia desde los tiempos viudos y huérfanos de otro hijo notable del País Vasco, nuestro Simón Bolívar huérfano y viudo de papá y mamá, de Maria Teresa y de la Patria, convertido en pelele funerario de la república bipolar que diseñaron en su mezquindad los más abyectos politicastros de por aquí. En cambio, Machado sufrió la pérdida de su muy bella y joven esposa, Leonor Izquierdo Cuevas. Atenuó la viudez con esos conmovedores poemas de amor que un caballo viejo dedicó a Guiomar, como si tomara un segundo aire previo al torbellino que se le venía encima: el morir en el exilio, luto huérfano que su madre gigante no quiso soportar y por ende le siguió en el tren inmediato rumbo a la eternidad.

Me reflejo, identifico y vivo en esta Cueva de Platón con el viudo Pereira, el viejo periodista portugués de la novela de Antonio Tabucchi, quien conversa que te conversa con la foto de su mujer. Por fortuna, en su orfandad afectiva al perder a su hijo políticamente incorrecto, su joven pana Monteiro, a manos de la Pide, le sacó la lengua al dictador Salazar y le dejó al pueblo portugués su otoñal rebeldía, retomada por los muy poéticos militares jovencitos del Capitán Maya en una insólita revolución de linduras y claveles.

Ayer, viernes de concilio de este 2021, corriendo apenas el segundo año de la Peste silenciosa y artera, vino mi cuñada BETTY a desconfigurar mi Cueva de Platón. Su noción del Fenchui, creo que así se llama, tiene la buena intención de ordenar la casa restituyendo tiempos más esplendorosos. La comprendo y la dejo hacer, porque este diálogo de ritmo extraño pero conversa al fin, me contenta y consuela la solitaria viudez y también la orfandad que acarrea.

Me pilló devanándome los sesos, el corazón y las tripas con orfandades reales e imaginarias del afecto, cuando me pidió que escribiera una breve historia sobre mi idilio con Yudi y que le guardara un ejemplar. Menuda empresa recapitular como viudo y huérfano. Quizá lo mejor sería escribir un Diario atemporal y gelatinoso de los mejores tiempos emotivos con Yudi. No le Correré a esta solicitud: Se irá construyendo en esta espera silenciosa de alguien que quiere ser un mejor hombre con las personas que ama entrañablemente. Espero que sí, mi musa y poeta al punto, la que revolotea por allá en paradójica distancia que unas veces se acorta hasta tenerte así de cerquita y otras te aleja hasta no sé qué galaxia que aún este telescopio compulsivo no descubre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario