El foro tan ilustrativo, auspiciado en Madrid por el Instituto Cervantes, contó con un excelente panel: el escritor Andrés Trapiello, el cineasta Manuel Menchon, el historiador Octavio Ruiz-Manjon y el matrimonio francés e hispanista de Colette y Jean-Claude Rabate. Los franceses, cosa rara hoy, me simpatizaron mucho pues son unos muy buenos amigos de Unamuno.
Trapiello le dedicó páginas sentidas y brillantes al incidente histórico en su novela "Las armas y las letras". Menchon su estupendo film de ficción " La isla del viento" con la maravillosa actuación de José Luis Gómez, que también trata el exilio de Unamuno en Fuenteventura. Se exhibió el muy intenso pasaje del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo, el cual me arrancó lágrimas y un estado de gracia colindante con la saudade, porque en 2015 tuve el privilegio de dar en mi querida Universidad de Salamanca un curso de literatura venezolana. Más que clases magistrales, hablé de mis entrañables amigos escritores y paisanos, vivos y muertos que amo sin medida. Y que conste que me quedé corto esas tres mágicas semanas de mi vida. Cómo extraño a Carmen Ruiz Barrionuevo, la poeta María Ángeles Perez Lopez y María Elisa Nuñez, docentes y escritoras que amo asimismo con locura.
Más que comentar este conversatorio por demás revelador, quisiera tomar la palabra de estos amigos dilectos de nuestro polígrafo, para darles mi percepción de mi colega por partida triple: escritor, escéptico católico de a de veras que no rehuyó la duda, y muy viudo al final de sus días.
Don Miguel vivió su Pasión de Cristo con su Getsemani, su ruleteo político judicial y su Golgota. Si bien apoyó en primer momento al franquismo sedicioso de julio de 1936, mi viejo amigo se rehizo arriesgando el pellejo ese mal llamado día de la raza de ese año. Unamuno siempre abominó el desdichado nombre de esa efeméride, pues quería a escritores modernistas latinoamericanos como Ruben Dario y Manuel Diaz Rodriguez con los que se carteaba. El coqueteo de Unamuno con los fachas fue quizás una reacción a sus desencuentros con Manuel Azaña y los excesos de algunos políticos republicanos. No podía ser falangista un pacifista que sufrió la persecución política de Primo de Rivera y la censura a su pensamiento de parte del muy reaccionario episcopado español. Considerarlo el Erasmo de su época, luego del incidente, era un honor y no un estigma.
Heredó de Fray Luis de León la poesía, la profecía y la exegesis en libertad, cosa que a ambos no se lo perdonaría el vil poder fáctico universal. A Fray Luis le correspondió la cana por la infame Inquisición, como decíamos ayer. A Unamuno el ostracismo, primero en París y luego en su propia tierra. De Don Miguel me gusta el torbellino de contradicciones políticas y religiosas que me lo convirtió en otro gigante como los del siglo de oro. No son gratuitos sus ensayos y poemas sobre Cristo y el Quijote. Si sumamos a otro hijo de vascos, Simón Bolívar, se completaría un cuarteto majadero que hoy nos maravilla y le daría dentera y urticaria a "los hunos y los hotros" como él mismo lo escribió.
Además los cuatro fueron convertidos en peleles funerarios por los politicastros de siempre. Cristo por el fariseísmo católico y protestante, el Quijote por academicistas indolentes, Bolívar por el poder envilecido a lo largo de nuestra historia republicana, y Don Miguel por los falangistas que cargaron su urna para cerciorarse que él no les volviera a aguar la degollina en la guerra civil y luego en la insoportable dictadura de Francisco Franco.
Estoy de acuerdo con el hecho de que Unamuno es un Prometeo de los siglos XX y XXI, al que un despiadado buitre de vez en cuando le picotea el hígado, sólo que el órgano se le regenera noche tras noche para beneplácito nuestro. Al final del foro, cuándo no, un facha falló en sabotearlo para vindicar la podredumbre de Millán Astray y su calle ciega. Su cadáver, al igual que el de Martín Tinajero, no en balde su musicalidad áspera en la poesía y el pensamiento, o el ahogado de García Marquez, desprende un olor enternecido y muy dulzón de rosas.
Epa, Pedro Tellez, recuerdas que me regalaste este primer volumen de ensayos de Unamuno publicado por Aguilar?
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