jueves, 11 de marzo de 2021

Selva y la Arcadia que es la infancia. Jose Carlos De Nobrega

 

El lugar de las imágenes perdidas (2006), Ana Carolina Saavedra, Fundación editorial el perro y la rana, Caracas, 66 páginas.

Este primer poemario, al igual que la novela "Diario de la gentepájaro" de Wilfredo Machado, pertenecen a la Orinoquia literaria de Venezuela. En ambos casos, Saavedra y Machado contrastan la paisajística verde profundo de la selva amazónica con la urbe descoyuntada por ángeles diferentes que disputan con los autores una bendición posible, Valencia y Caracas respectivamente. En Wilfredo importa la recreación fantástica y bestiaria del mito del Dorado, áureo o negro, que justifique desmontar el desmadre de la república petrolera y garimpeira. Para Ana Carolina es la búsqueda interior en pos del mundo oculto de la Infancia, sin declamarlo de manera directa, no obstante su poética del Decir, si se quiere, simbólica.

El hallazgo de la fuente de la eterna juventud o, mejor aún, la Arcadia niña de río, se hace a la inversa. Se encuentra en el punto de partida y no en el de llegada. La vivencia de selva detenida en el tiempo, mueve a la voz poética al reencuentro con la infancia escurridiza en una ciudad despedazada y, por ende, un contexto familiar disfuncional, pues como dicen Carlos Fuentes y León Tolstoi la felicidad en tal colmena resulta un proceso accidentado, tragicómico y prohibitivo tanto por el matriarcado como el patriarcado que son manifestaciones autoritarias de poder.

Traerse de la selva a la urbe sórdida y envilecida, su tiempo mítico y espacio geográfico sagrado y profanado, la propuesta entre dientes de una ciudad utópica, una Nueva Jerusalén o nuevo Edén, que haga habitable en libertad existencial y poética el entorno familiar revisitado. Disipar la tensión sólo es posible en un coraje de vitalismo político y estético.

En el poema mixto, mitad prosa mitad verso, "Le mostré una curiara que cabía en mi mano", supone la construcción muy suya del espacio propio y posible como si se tratara de una maqueta escritural que a través de la selva le imprima un propósito a la biografía urbana susceptible de reescritura entre amorosa, filial y rebelde.

Entonces, construí una casa de cosas pequeñas donde el colibrí introduce su pico y ya no cabe, las piedritas hacen de montañas. Pequeños árboles de mucha fruta, que construí, lo grande no advierte su presencia. Tan pequeña me hice yo para esta casa que las lágrimas me sirven para lavarme toda, lavar las manos de las visitas, hacer café y otros enseres (p. 58). Más adelante tenemos el comento en versos breves y desnudos: Ella está atrapada / entre rocas y aguas. // Es una forma del río. // Lo que resiste humano en ella / es la manera de ver. // La dura piel. // El remanso de su memoria. (P. 59).

He allí la dinámica dialéctica de la mirada desengañada de la adultez, que pugna por un retorno liberador a la infancia por redimir. Es una reedición de la oposición campo (jungla feraz) / ciudad, además de la interiorización del paisaje, tema y rasgo esencial recurrentes de la poesía venezolana y latinoamericana. 

La poeta Ana Carolina Saavedra con Raspicui, su gata.

La Paisajística se vale de la sinestesia personalizada para configurar imágenes inolvidables. La voz o, mejor todavía, la legión de voces hecha Hokotoyoma o muchacha de río, apunta a una poética de iniciación y aprendizaje sentimental significativo. La musicalidad de la Selva Tropical se apuntala, por fortuna, en la polifonía lingüística de las lenguas indígena y criolla o castellano mestizo. Lo cual suma y hace sonar en los oídos, los corazones y el poema una compleja sinfonía que nos inquieta, contrista y asombra en su sencillez e inmediatez expresiva. El Orinoco será un paradójico y mágico afluente del río Cabriales que intentará purificarlo: Me hago rápida corriente // fuerte en la caída. // Termina este aguacero / o uno de nosotros dos va a desbordarse. 

Esta búsqueda interior en el tiempo eviterno de la selva, detenido y paciente en la constitución monumental del tepuy, implica nuevos retos por venir. Pues la confrontación de paisajes y tiempos irreconciliables, trae consigo el afán doble de una voz poética y profética. La denuncia y la clarividencia: Hacer trizas el tiempo urbano del capital que acumula, explota y somete sociedades enteras; amén de vislumbrar conflictos futuros dentro y fuera del panal caótico y desalentador del país. 
No es admisible, pues, que el chamán envíe una mariposa primigenia que reconvenga el poder predatorio y vil del complejo político, militar y post industrial que nos reseca con impunidad discursiva, estética e histórica.
Un invierno mujer está mediando por la verdad y el signo (p. 33).

El poemario, no sabemos por qué (o sí?) ha pasado desapercibido por la crítica literaria hipotecada e hipertrofiada, grita en el silencio inquietante de la jungla y de la poesía misma, su rebeldía esencialista y díscola con paradójica ternura. No sólo subyace el corazón predatorio y desarrollista que destruye el ecosistema, sino el despropósito de las relaciones de poder disfuncional entre los seres humanos en la intimidad y en el entorno social rapiña que se nos impone. 

En la página 60, topamos con un poema demoledor sobre la madre en tanto apéndice matriarcal del padrote, el patriarca indolente, violentísimo y aún triturador misógino que encarna en un Pedro Páramo inconmovible. Madre / te explico mis razones / ya aprendí / el llanto / el frío / el viento / el sol de mediodía / los pájaros. / Me quedo / para aprender el corazón del invierno / mientras tú aprendes a no esperarme. Nos retrotrae textos paradigmáticos sobre el tema como el cuento "La luna no es de pan de horno" 
de Laura Antillano o la novela "Juana la roja y Octavio el sabrio" de Ricardo Azuaje. Confrontación de paisaje íntimo con la del geográfico, político social y cultural intoxicados de extremo a extremo. Amazonas sigue siendo apetecida por otra villanía, para nada mejor que la del Zamuro Funes y el Taita Gómez quien se valió de Arévalo Cedeño para quitárselo del medio.

Todo ello resumido en este estupendo y breve poema pivote del conjunto: Memorice todos los remedios del brujo. / Los de mi abuela mestiza y mi tía erótica / pero ya conozco este dolor / esta manera de caminar entre serpientes. // Este mal // que tiene forma de demonio y hombre. (P. 24).

El poema en prosa que cierra el libro, posee no sólo una notable contundencia poética y conceptual, sino que encarnando lo transgenérico allana la peregrinación hacia la revelación mística, estética e íntima. Recobrar la Infancia no es un mero motivo literario e intelectual, sino el despliegue y el batir de las alas de la Fe y la Duda religiosa con una obcecación libertaria. Simula el encadenamiento de aforismos develadores que resbalan en la condición humana con sus esplendores y miserias. 

"Para no andar molestando por exagerada necesidad de afecto, ando en caminos inciertos", p. 65. 



" A mis imágenes perdidas. las baño con las aguas de un río bravo" (p. 66).

Creemos desde la lectura inicial hasta la relectura enriquecedora, que este libro acuna perfectamente en nuestro canon elástico de lo mejor de la poesía escrita por mujeres en nuestra pequeña Venecia hecha palafito entrañable.

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