sábado, 27 de marzo de 2021

La Viudez es Orfandad II. Jose Carlos De Nobrega



Unas preciosas palabras de Alberto Rodriguez Carucci, viudo escritor y amigo entrañable también, me hicieron recordar a dos viudas que nos enamoraron y conmovieron desde el cine. Ambas, cada cual apartada de la otra por el patriarcado mediterráneo, provienen de ese poema fílmico de Cacoyannis, llamado Zorba el griego. Se trata de la Bubulina y de la joven viuda encarnada por la siempre magnífica Irene Papas. Dos viudas sufrientes e inolvidables como mi mamá Augusta.

La Bubulina es una versión tragicómica de la muy digna prostituta Bola de Sebo del cuento de Maupassant y la Gina de la soberbia canción de Chico Buarque. Es viuda de algún gran capitán de la marina mercante o de la Armada inglesa como el Almirante Nelson. Vive su exilio en Creta y también es huérfana del afecto escurridizo de los hombres. Su último amor fue el tosco y buenazo de Zorba, quien se casaría con ella en boda simbólica y solidaria. El gran griego vagabundo quedaría viudo ante su cadáver solitario, luego de que los crueles, muy pobres e indolentes vecinos saquearan su casa dejándola desnuda de sus oropeles tipo no se cuál imperio. A todos se nos encogió el alma.

En cambio, la joven viuda era apetecida por los depredadores del pueblo, machistas y padrotes sin corazón. Excepto un chico que se había enamorado de ella a rabiar y llorar como crío sin teta que chupar. El poeta inglés en ciernes, amigo aprendiz del brujo Zorba, fue obsequiado en una escena de amor erótico y maternal conmovedora por la tan inaccesible viuda. Por desgracia, el muchacho no correspondido se ahogó en el Mar Egeo, y ello fue pretexto para que las hienas del patriarcado saciaran su feminicida sed de venganza en una escena que nos atribuló de ira justiciera y culpable. Zorba no tuvo la fortuna de Cristo para evitar la lapidación depredadora de tan bella víctima propiciatoria por tan vil jauría. Por lo que el poeta joven e impotente quedó también para viudo. 

Por fortuna, al final de la película que nunca me canso de ver, luego del fracaso peripatético de la empresa maderera, ambos viudos bailaron en la playa y luego se zambulleron desnudos en el Egeo que consolidaría su amistad loca y surrealista para siempre en nuestra memoria. 

Mamá Augusta, por fortuna y amor de Dios, murió en su cama mientras dormía, aguándole la saña a un cáncer muy agresivo que de la matriz brincó despiadada a sus intestinos. Lo cual fue un alivio extraño para sus tres hijos que le sobrevivieron a punta de su Amor obstinado y sobrenatural.

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