III
Jesús cae por primera vez
En ninguno de los cuatro Evangelios canónicos, se detalla cuantas veces tropezó y cayó Jesús bajo el mástil de la cruz. Ello muy a pesar de que Simón el Cireneo le ayudase a sobrellevar la carga, disuadido por los centuriones romanos que le arrebataron de alguna ocupación o diligencia. Cuando no se le puede extraerle a la Palabra de Dios ni a la historia motivos de propaganda ideológica, la nomenclatura del poder religioso vertical se apoya en una fuente gelatinosa y pegajosa llamada tradición. Pues es menester, a través de los Misterios y Milagros, apuntalar la autoridad del aparato ideológico por excelencia que es la Iglesia institucionalizada y no la comunidad viva y popular en Cristo libertador. Por supuesto que las tradiciones sesgadas instituidas por el poder fáctico, tienen su mercadeo de reliquias y bienes culturales tangibles (agua bendita, estampas y misales) e intangibles (paraíso, purgatorio, averno). Jesús, con la carne y la vitalidad hechas pedazos en la tortura, había caído trece veces, pero este número terrorista no cuadra con el simbolismo númerológico de los arciprestes enriquecidos y gordinflones. Tres caídas son proporcionales a la Santísima Trinidad cosificada. Lo mismo pudiera ocurrir con Don Miguel de Unamuno, propulsor del punzón de la duda como factor constituyente de la fe dinámica en Cristo, el Padre y el Espíritu Santo. A Unamuno, quien ha caído miles de veces a lo largo de su vida, ni los hunos ni los hotros le perdonaron la virtud de saberse contradecir, cuestionarse y rectificar. En este caso, el número de caídas y trompicones con la tibia y los pies, dependerá del cristal propagandístico y tremendista de cada bando en particular. Ya lo decía George Orwell, quien combatió al lado de la II República Española en las Brigadas Internacionales, los partes de guerra de huno y hotro partido son en esencia del mismo calibre embustero y amarillista. Para los fachas, los hunos o la marabunta despiadada de la cristiandad española, Unamuno cae dos veces, cuando el primer exilio en París cortesía del milico sátrapa Primo de Rivera en la década del 20 del XX y después el día de la raza de 1936 cuando esgrimiendo la digna piedra pensante de ángulo en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, contrarió al también milico de Millán Astray tronchado en su soberbia, sacándole en cara su condición de ñasca de tropiezo. Para los rojos embargados de reduccionismo párvulo de izquierdas, la peor de las caídas del polígrafo vasco fue cuando apoyó -erróneamente, claro está- la insurrección de Franco contra la República en julio del 36, sin reparar luego en que remendó el capote en las narices de los franquistas, quienes no sólo lo volvieron a destituir del rectorado salmantino, sino que secuestraron su cadáver por si a las moscas. Jesús al caer varias veces bajo la cruz, nos enseñó la importancia de aliviar y acompañar al caído como acto de amor rebelde que triza ensoñaciones piadosas y culpas inducidas, amén de arruinar el morbo megalómano de autoridades ilegítimas que se regodean en entorpecer la solidaridad entre los hombres.
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