domingo, 25 de abril de 2021

La Tia Tula es Unamuno. Jose Carlos De Nobrega

 


A Marhisela Ron León

El título de por sí es polémico, mientras que la dedicatoria se mueve entre el agradecimiento y el amor fraternal de amigos que se complementan en la poesía, la confidencia y el afecto más lúdico que pueda concebirse.

Ignoro si alguien haya intentado esta hipótesis feminista rara sobre la novela de Unamuno. A obra atípica, especulación osada de un polemista compulsivo. Qué se podría esperar en este primer cuarto del siglo XXI, marcado por la Pandemia del covid-19 y la revisita de la Guerra Fría como café amargo de tres. La Tía Tula no es ni folletín amoroso ni histórico. Bien lo apunta Julian Marías. Pero no deja de ser una muy peculiar historia de amor dentro de un contexto en el que no se pintan coordenadas históricas ni geográficas, ni falta que hiciese porque empero sí están latentes. Escrita en 1920 y publicada al año siguiente, novela centenaria pues, tenemos la sobrevivencia del Medioevo español, no en balde la crisis del país colonial de 1898, la cultura patriarcal autoritaria y  el imperio del catolicismo ultramontano. Unamuno, de convicciones socialistas en su colmena bullente de contradicciones, se exilia en París luego que la dictadura milica de Primo de Rivera lo destituye de la rectoría y su cátedra de la Universidad de Salamanca.

Esta novela sentimental, sin las pretensiones del folletín ni las sociologizantes de la novela histórica realista, posee un áspero y extraño feminismo. Esto es que el autor macho se convierte en la mujer protagonista del discurso narrativo. Se pone en sus zapatos, diseñados por el orden machista absoluto de ley y de hecho, para no sólo contrariar el atraso y la injusticia estructural del siglo naciente, el XX, sino también su misoginia excluyente y obscena. No nos parece que ni la Tía Tula ni la constelación de personajes igualmente atribulados que la acompañan las más de las veces como satélites, sean arquetipos para demostrar tesis sociológicas ni psicologistas de ningún tipo. Es pulsión intermitente y humanística que se halla enraizada en el Amor, la contristación y la solidaridad para con la mujer española. Qué movería a Don Miguel de Unamuno casado con Concha, Concepción Lizarraga, desde 1891 hasta 1936 (año de la muerte de ambos luego de 45 de comunidad matrimonial), los dos padres de 9 hijos, 6 varones y 3 hembras? Papá Miguel se suponía un patriarca católico de los suyos.


La Tía Tula excede el arquetipo de la mujer que queda solterona y ejerce en la familia tradicional española un rol matriarcal de apoyo o paralelo a la de la madre. Mujer que se hace frígida a voluntad, como opción de vida, además de controladora de sus alrededores. Esta víctima y victimaria del patriarcado, aunque católica, está exenta de beatería insulsa e histérica y posee una inteligencia de intelecto y manipulación emocional. Su liderazgo se hace sentir en su hermana Rosa, su esposo Ramiro (respecto a quien reprimió su amor erótico), Manola la criada que sería la segunda esposa de éste y la prole de ambas uniones matrimoniales impuesta bajo su totalitarismo matriarcal. 

Por supuesto, la Tía Tula no es una madre castradora por excelencia. Ni una mujer resentida que vomita sobre su entorno la hiel que la corroe. El autor, Unamuno, impostando la aparente neutralidad del narrador omnisciente, encarna en ella transmitiéndole su carácter personal díscolo y su poética áspera que sin embargo busca y da afecto bajo una extraña forma de Amor. Ni la Tía es caníbal que devora a sus hijos devorándose a sí misma, ni el escritor un viejo pedorro como lo apodaban los amigos de la Residencia de Madrid más cínicos, Buñuel, Pepin Bello y Dalí. García Lorca estaba embebido de la belleza de adentro y de afuera. Unamuno aprende a tiempo y a su paradójica manera el amar a la mujer que late tras la severidad matriarcal de Gertrudis. El también atípico prólogo, por demás lúdico y sorpresivo, nos hace un aporte lexical y humanístico de gran valía, como me lo hizo ver mi hermana poeta Marhisela, la sonoridad áspera pero viva y seductora de la palabra SORORIDAD, la confraternidad entre féminas que quieren autoafirmarse y al punto complementarse en diálogo auténtico, solidario y amoroso con los varones, hasta educarlos en una colmena mágica traducida en comunidad de sensibilidad, igualdad en la diversidad y la justicia. No se puede dar pie a jerarquías artificiales, sino de diluir los roles de la reina, las obreras y los zánganos en la dulzura enternecida y conmovedora de la miel.


No es esta preciosa novela, exenta de sensiblería y arquetipos, tan romántica como Cumbres Borrascosas de nuestra Emily Bronte, pero hay pasadizos de una profunda vinculación humanística y, por qué no, de sororidades. Pese a que la Tía Tula, honestamente, impone su proyecto de relaciones de poder en familia, sacrifica inútilmente su proyecto de vida como mujer que dispense y reciba amor erótico, amén de la fecundidad de la madre que alumbre la prole con dolor, estrechez pelvica y Amor Loco. Fue simplemente su reacción lo más inteligente y soberana posible para sobrevivir en un mundo gobernado por el mesianismo falso trocado en monarquía de machos crueles, indolentes y ambiciosos. Ella modeló a Rosa, su hermana, Ramiro, Manola la criada y ser sumiso seducida y preñada por éste, además de los hijos de los que se apropió: Ramirin, Rosita, Elvira y Manolita. Ella renuncia a sí misma a cambio de ejercer un poder que está mal tocado por el imperio machista y cuasi medieval de España. Diseñó una estrella de David como la doble triangulación amorosa, represiva y muerta viva. Un primer triángulo integrado por Gertrudis, su amor frustrado Ramiro y el pretendiente o pelele de Ricardo, el primo de él. Y un segundo invertido con La Tía Tula y los esposos Rosa y Ramiro.

Hasta aquí, por los momentos, ésta mi tesis desencaminada sobre esta novela soberbia.

Mi agradecimiento reiterativo por partida dupla: A mis maestros Don Miguel de Unamuno y a la poeta hermana Marhisela.

Post Scriptum: No te he olvidado mi muy señora poeta, aunque la Pandemia te tenga apocadita. El sacrificio maternal lo vale, bien lo sé porque fui acreedor del Amor sargento y monjil de Mamá Augusta. Este sacrificio para con los soles y las lunas, no desdice la condición vitalista que te empine como una mujer de una sensualidad que coquetea con tu pudor todo encanto. No seamos prisioneros y carceleros de nosotros mismos, amor mío.

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