lunes, 19 de abril de 2021

Cuentos de Abril Lunatico. Jose Carlos De Nobrega

 



Todo diecinueve trajo once, doce y trece

19 de abril de 1810

El primer grito de la independencia venezolana, según los convencionalismos históricos de corte propagandístico, acaecido en esa fecha digna de su efeméride, fue sin duda el primer golpe de estado incruento o en frío de nuestra república. Como así...?, dirán nuestros paisanos bolivarianos de Colombia, con los que nos amamos a palo y piedra. La revolución mantuana estaba bien armada en función de los intereses de clase de los blancos criollos. El cabildo se lo habría hecho saber al Capitán General Emparan, no nos queda duda. Lo demás es el bello cuento de un referéndum popular o jam session improvisada, muy afín a la historiografía neo positivista y funcionalista de los adecos y copeyanos. Una combinación entre el golpe en frío y el voto condenatorio o impeachment del parlamento. Los Temer y Bolsonaro del Brasil del XXI, son unos muy pésimos y para nada ilustrados imitadores. 

Este tira y encoge entre el mantuanaje insurrecto y el proconsulado peninsular, a cargo de Juan de las Casas, databa de 1808. El 1ro de abril de 1810, su sustituto Emparan abortó un alzamiento militar confinando en el confortable domicilio de las haciendas de los Valles de Aragua y Valencia, a los Bolívar, los Toros y los Montilla. Algo parecido a la noche de los tanques cuando Lusinchi, sólo que los del MBR fueron separados y reasignados a diversos cuarteles del país. Pero la invasión napoleónica a la también colonialista España, como se sabe, aceleraría los acontecimientos pocos días después.

Ya circulaban pasquines golpeando al Capitán General y sus dos tocayos compadres en el mero cogote. Eran las tres potencias. "Emparan, Anca y Basadre / Tienen al pueblo oprimido; / Que Vicentes tan unidos! / Chupan aunque el pueblo ladre". Siglos después Hojillas y Zurdos Konductistas, sin la chispa de Andrés Eloy Blanco ni de Aquiles Nazoa, retomarían desde la plebe esta literatura canalla irreverente. Nos quedamos con las coplas y los versos libres apóstatas de Armando Amanau.

Mientras Bolívar, excepto por su discurso de trescientos años no bastan en la Sociedad Patriótica, se replegaba táctica y misteriosamente, el mozalbete anarquista de José Félix Ribas agitaba las calles de Caracas. Juan Lovera fue uno de nuestros reporteros gráficos, como los Frasso, Luigi Scotto y Tom Grillo de finales del XX. La tesis del golpe mantuano no es de nuestra autoría, por supuesto, se la leí a Manuel Vicente Magallanes y a Gustavo Pereira, amén de escuchartela a ti mi estimado José Francisco Jiménez cuando empalmaste este abril con febrero de 1992. 

La Historia no se repite, sino que se recicla. Unas veces se reescribe como tragedia griega, otras como sátira latina. Y se nos antoja para este caso una transfiguración ficcional de la biografía de Jesucristo. Tragicómica si se quiere. No sabemos por lo pronto quién es el Cristo. Pero la cosa ocurre el Jueves Santo de 1810. Si fuera así, lo más probable es que sería esta puesta en escena diseñada por Juan Germán Roscio, primer teólogo seglar de la liberación, puesto que Fray Servando Teresa de Mier sería el anarcoteísta que vestía la sotana. Nuestra teoría descocada, entonces, dejaría a los Bolívar, los Ribas y los Miranda no tan bien parados como instigadores intelectuales de este episodio fundamental de la emancipación. 

La Iglesia de San Francisco sería el Templo de Jerusalén. El Cabildo un extraño sanedrín de mantuanos, libre pensadores y masones. El desdichado de Emparan encarnaría el doble papel de Poncio Pilatos y el chivo expiatorio provisional y propiciatorio de Fernando VII con su Pepe Botella de rey franchute. Hubo indulto pascual como por ejemplo el del presunto narco Larry Tovar Acuña liberado por un presidente historiador, el Doctor Ramón J. Velasquez. Sólo que el pueblo, alentado por nuestro sanedrín oligarca y liberal, despojó del mando a Emparan quien se lavó las manos a juro, y fueron soltados los caballos de la libertad, blancos como el de nuestro escudo y el del soneto de Ana Enriqueta Teran. Hasta aquí nuestra teoría histórica majadera funciona muy bien. 

Creemos que a Roscio se le complicaría la escritura de esta tragedia aliñada de sainete. El terremoto de 1812 antecedió la crucifixión de la primera república. La capitulación de Miranda ante Morales, significó la venta de Venezuela libre según la óptica de sus compañeros de bando o bandera tricolor. La captura del mal llamado precursor de nuestra independencia, no tuvo el dramatismo de la de Jesús de Nazareth. Fue un caos paradójicamente bochinchero. Los aristócratas criollos entregaron al egregio pardo muy pardo, tanto a la corona española en el cogote de Napoleón y a la sed depredadora de la Inquisición, sanedrín también del otro lado de la acera. Miranda no tuvo tiempo de paladear la copa de vino amargo en Getsemani, pues lo pillaron enviando sus libros en un barco hacia Europa que no pudo coger. De manera que Don Francisco Sebastian, familia de Pedro Tellez Pacheco por la rama materna de una gran Teresa, sería el Cristo de la primera república astillada acodado en su catre de la Carraca. Ello en un imaginario que no es del gusto de algunos chavistas. Ni mucho menos del despropósito avieso de la burguesía venezolana. Pero no sé. Me siento ante el cuadro de Michelena, acompañado de dos lindos niños parientes suyos de no sé cuál generación, a ver hacia donde el prócer extravía la mirada. Confieso que esta crónica desencaminada fue escrita en mi cueva pandémica de Platón, luego de superar un ataque de angustia en mitad de la noche del 18 de abril de 2021. Sin embargo, esta condición de salud no me libra de responsabilidad ante mis muy queridos lectores. 

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