Mi cuñada MARCOLINA Ríos de Herrera es una muy agraciada mujer y una estupenda pintora. En la cueva de Platón tenemos Yudi y yo dos de sus cuadros. Son un par de bodegones donde las naranjas, los platos y las tinajas de arcilla nadan en la penumbra. Es evidente que la artista procura experimentar con la luz y el diálogo contingente de los colores.
Aquí priva la doble figura de las morochas antes que el fondo oscuro. Se refiere a un signo del zodíaco, Géminis. Es como si la pintora, sin apelar a un surrealismo barroco y radical, las transfigurara en los planos múltiples de la condición o estado de gracia de ser mujer. La fecundidad, el erotismo al natural sin el taparrabos ni la hoja de parra del moralismo esterilizante y castrador macho, además de la iluminista maternidad, no se disgregan en la artificialidad de compartimientos estancos, sino en la serpiente integradora cómplice que se muerde la cola. Sin furia reivindicadora, se desmonta la satanización político-social, cultural, pseudo religiosa y simbólica de la mujer.
Ella tiene una muy buena formación académica, claro está. Ello se observa a lo largo de su trabajo plástico de muchos años. Ha participado en exposiciones colectivas e individuales en Carabobo y el resto del país. Entre sus mentores, tenemos al artista y docente Rafael Bustillos. MARCOLINA no teme, a Dios gracias, mostrar sus referentes pictóricos. En sus cuadros más abstractos, es notable la fluencia de Bustillos y Patricia Van Dalen. Ello en un discurso festivo de los colores cálidos y las texturas tendientes a la sensualidad y el eros visual.
Tenemos que nuestra artista gusta de la pintura figurativa. Predomina la mujer como centro de atención y, así lo creemos, en tanto acto de afirmación humanística, feminista y estética. Más que de realismo a secas, se trata quizá de un aire hiperrealista que busca atar el cielo de la imaginación y el inconsciente con la tierra del siglo que le ha tocado vivir.
Por ejemplo, en este cuadro la mujer no es tratada ni como fetiche machista, ni mucho menos como hija parricida. La feminidad, tocada por lo legendario y la cultura popular, se acerca más a un feminismo que apuesta al dialogo entre varón y hembra, esto es complementar en amor y tolerancia esta comunidad heterosexual de más de dos. Ello sin concesiones al patriarcado ni al matriarcado de esencia machista, ni tampoco a una confrontación extremista de índole sexista, igual de intolerante y destructiva.
En estos casos, la abstracción no es una especulación entre el bullanguero exhibicionismo revisionista de vanguardias del pasado que pretenden ser moda retro y artificiosa hoy, y el intento de mercadotecnia al óleo que busca congraciarse con el valor de uso del objeto de arte. Nos aproximamos entonces a un discurso transparente en el que la artista vincula el saber técnico e histórico de su oficio con su vida cotidiana. Se nos evidencia una compulsión por expresarse a través de un pandemónium de citas a referentes como Wilfredo Lam, Roberto Mata o incluso el fauvismo romántico de Braulio Salazar. Asimismo por medio del collage y la fusión de formas y colores de nuestro trópico. Al espectador le tocará, pues, hacer su lectura palabra a palabra, trazo a trazo, a la luz de la mirada que engulle cada cuadro y de su propio imaginario personal y familiar.
Leonora Carrington, la gran artista surrealista europea, se valió del mundo de la infancia y su cultura oral y literaria de los cuentos fantásticos celtas, para edificar su propio y muy encantador universo artístico y vital en imágenes inolvidables. La poeta gallega Rosalia de Castro, al calor de su hogar y sus críos, rescató la lengua gallega con versos enternecedores y contundentes dentro del contexto supra machista y conservador del siglo XIX. MARCOLINA, nuestra Chacha, levanta puentes acogedores por el que los espectadores se pasearán en dirección a la intimidad de su humilde pero subyugante casa. No hay fetiches sino objetos y sujetos envueltos en una poesía onírica, apasionada y elemental que toca los corazones espinados empero gozosos.
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