viernes, 4 de diciembre de 2020

Relatos de cuando era mas joven 5. Jose Carlos De Nobrega

 


De la lucha libre

En mi primer libro de narrativa breve, El Dragón Lusitano y otros relatos, abrí el volumen con el cuento homónimo del título que, además de homenajear a mi tío Alberto, tocaba el muy atractivo mundo de la lucha libre. Este deporte de carpa y circo formó parte de mi imaginario estético, mucho antes que supiera de la existencia de los relatos homéricos y las crónicas de Indias. Primero la fuente televisiva de blanco y negro con las funciones desde el Nuevo Circo de Caracas, luego las fotonovelas de Santo el enmascarado de plata, principalmente, y Blue Demon. 

Mucho más tarde, las películas B del Santo contra las mujeres vampiro, un clásico de surrealismo naif, versus Frankenstein o el hombre lobo y quién sabe si contra los nazis o el Golem. 

Si revisamos el caso mexicano, paradigmático como su cine melodramático y cómico, el Santo, Cantinflas, Tin Tan y su carnal Marcelo provienen de la misma Arcadia, ésta es la carpa del circo con las funciones atléticas y de vodevil de producción popular. Fellini y Bergman construyeron una estética cinematográfica a partir de sus visiones circenses. En América Latina, en cambio, se optó por la pureza o mixtura paladinesca y bufonesca del espectáculo para el pueblo de a pie.

Sin embargo, la literatura latinoamericana ha tocado este motivo épico, lírico y popular. Las crónicas de Carlos Monsivais, la novela de Laura que vincula a Emilio con el Santo, y uno que otro cuento de autores como Paco Ignacio Taibo II.

La televisión fue, paralelamente con la formalidad de la escuela, el instrumento educativo informal que nos formó para bien o para mal. Además de las comiquitas, las series y las películas de acción, nos encantaba mirar las hazañas de los hermanos Battah, Jorge y el calvo Basil como el máximo héroe, las villanías del Dragón chino o las acrobacias de Dark Búfalo, o el salvajismo del Pequeño Goliath (encarnado por mi tío Alberto). De esta carpa salieron también Lotario y el Chiclayano para convertirse en actores de carácter o guardaespaldas en las telenovelas o series de producción nacional.

En Valencia, no sólo teníamos la Plaza de Toros Monumental como coso para la lucha libre, sino también la más pequeña locación taurina de las Arenas de Valencia, ubicada en la avenida Bolívar Norte a una cuadra de la avenida Cedeño.  En ese desaparecido coliseo en miniatura, estuvo combatiendo nuestro amigo Alberto Rodriguez Carucci antes de que esta su aldea se convirtieta en ciudad bombardeada por la indolencia. Alberto se movió pues desde la lucha libre y el judo hacia la docencia, la investigación y la critica literaria en la Universidad de los Andes. No era inconcebible para un lector del paladinismo desparramado en las crónicas de Indias, una de las primeras manifestaciones de la literatura latinoamericana junto con la poesía indígena patente en la oralidad tribal y en los petroglifos.

Hoy, la cosa perdió su gracia mestiza y fantástica. No nos divierte ni cautiva la parodia del deporte en Fox, ni El Enterrador ni Joe Cena superan la poesía de los astros nuestroamericanos del ring. Son tan fanfarrones como los marines, el Pentágono y el Departamento de Estado gringo. 

Me queda el caos de los sábados en la casa viuda de Caracas, cuando los tres hijos de Augusta jugaban al Catch as Catch Can en el colchón de una de las camas tirado en el patio. Mamá trabajaba en el Central Madeirense en horario corrido, mientras sus críos enfrentaban a los agentes fantasmas en ring tan improvisado.


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