Kepa de Derteano y Basterra (Peru de Arteaga), El Rebelde. El Guerrillero y otros poemas, Edime, Caracas, 1974, 320 pp.
A Idoya Derteano Gorostiaga
Cerca, muy cerca de su Centenario, revisitamos este libro de poesía de Kepa de Derteano y Basterra (conocido también como Peru de Arteaga), polígrafo vasco y venezolano que forma parte de nuestro anticanon de la literatura de Valencia, la de Venezuela, o también de San Desiderio (cuyos huesos están en la capilla del Colegio Don Bosco) y de San Simeon el estilita (el del Bolívar encaramado en el monolito de la plaza mayor). Kepa nació el 3 de junio de 1923 en Zornoza-Amorebieta, País Vasco, y murió en Valencia, su patria chica, el 22 de octubre de 2004. Vivió entre nosotros mucho tiempo, su exilio doloroso pero bendecido en esta tierra de gracia que es Venezuela. Es otro de los exiliados que trajo consigo la bella utopía que es la Segunda República española. Si no, preguntenle a los poetas César Vallejo y Pablo Neruda.
El poeta Kepa de Derteano y Basterra en la década de 1970
Lo conocí en 1982, cuando cumplía mi mayoría de edad y era el mensajero de a pie del desaparecido Banco de Crédito Urbano, ubicado en la Urbanización Carabobo, Avenida Bolívar Norte de Valencia. Kepa era de la junta directiva que aprobaba los créditos. Me llamó la atención su porte de poeta beatnik, cabello largo, lentes oscuros y ropa safari e informal. De mi esposa recién fallecida, heredé este libro de poesía (materia de este ensayo) y el volumen de cuentos Huellas (del cual conversaremos la próxima entrada de este blog).
Más que poemario, El Rebelde parece una antología personal o una suma poética a la fecha. Pues la estructuración rigurosa por temas y líneas de indagación poética, en siete partes, así se nos antoja. La primera parte es de poesía política, colindante con el discurso periodístico. La segunda está tocada por el motivo existencialista. La tercera pareciera un diálogo costumbrista de raza con el venezolano Andrés Eloy Blanco. El cuarto tabique se asimila a una cartuja poética mística que lo emparenta con el siglo de oro español con sus Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y los sonetos al Cristo crucificado atribuido a Miguel de Guevara y en un equívoco del siglo XX a Pedro Tellez Pacheco. La quinta estancia se refiere a la interiorización del paisaje tropical venezolano como segunda tierra, no la última. La sexta morada es intimista. Y el ático de la séptima se convierte en crónica del entorno entre cotidiano e histórico.
El poeta en los últimos años de su vida de regreso al País Vasco
El prólogo del libro, no es más que la manifestación de la yunta o complicidad poética que Kepa estableció con el también polígrafo Luis Augusto Nuñez. Un poeta goliardo y ángel exterminador como Nuñez, celebra a su amigo el poeta hippie Derteano con una prosa afectuosa, rigurosa y precisa. Nos gustó entrar en la colmena rebelde atravesando este puente franco y lúdico.
Nos parece que Peru de Arteaga, su nombre poético indistinto al de pila bautismal, es un poeta de transición de su siglo o contexto histórico cultural. El espíritu post-romántico coquetea, oscila y bucea entre el Modernismo y la Vanguardia. Hay afán de versificación uniforme cuando procura libertad en el género del soneto, y libre al pulso mestizo que lo relaciona con Neruda y Vallejo. Kepa es un guerrillero extraño, incluso inclasificable, porque no practica el parricidio de los clásicos, ni la violencia política indiscriminada. Es un rebelde pacifista como Martin Luther King y Gandhi, amén de custodio de la tradición culta y popular de la literatura española, hispanoamericana y universal. Al igual que el tutor vasco Miguel de Unamuno (el suyo y el mío), quien nos enseña que el cristianismo católico auténtico duda y se sabe contradecir para apuntalar la Fe y la Ética que capta y aporta un modo de vida con propósito propio.
Una de las ultimas fotos de Unamuno
En el caso de Peru de Arteaga, los roles del político contra la politiquería, el creyente católico en Dios trino liberador y el poeta de variado registro en múltiples voces de su muy vasca legión, no sólo denota y connota una sabia y humanística contradicción andante que nos lo hace entrañable, sino también transfigura en el poema a Cristo y los profetas que se anidan en el corazón lector.
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