El autor de los infames Protocolos de los Sabios de Sión, Serge Nilus
EL TRÍPODE DE LA FALSIFICACIÓN
Prólogo a Los Protocolos de los
Sabios de Sión
[Este es un texto largo, hasta entonces
inédito, que di a conocer en mi segundo libro de ensayos Textos de la Prisa
(Gobierno de Carabobo, 1996, pp. 45-75, con muchos errores de transcripción por
cierto), luego de escribir sobre el
anti-jesuitismo y el antisemitismo en la revista La Tuna de Oro de la Universidad de Carabobo, números 20 de
1994, pp. 12-15 y 17/18 de 1993, pp. 17-19, respectivamente. Lo había
considerado para incluirlo en una antología ensayística personal, titulada
provisionalmente Siete Sellos Diabólicos, que al final no se publicó. En enero de 2021, Pedro Téllez me llamó
para que discutiese el tema en la red whatsapp Foro Universitario “Luis
Díaz”. De un solo golpe, escribí comentos
apelando a mi juguetona y caprichosa memoria. Me cercioré que tanto la derecha
momia como la izquierda infantil que denunciaba Lenin, daban de coces en el
aguijón oscureciendo y banalizando la discusión. Por tal razón, tal y como
prometí en el Foro, me decidí a
publicar este ensayo en mi blog, en su versión completa, pues la cosa inquieta y mucho en esta época
de los fake news, el bloqueo
económico a Cuba y luego a Venezuela, la crisis incesante de mi país que lo
postra en el corre y corre de una supervivencia cuasi medieval, el odio-la
intolerancia-el resentimiento que no cauteriza sino reabre las heridas y el
reciente asalto vergonzoso al Capitolio del Imperio que pretende hacer las
veces de policía del pensamiento en el resto del mundo este siglo XXI. Dada su
extensión, se publicará este trabajo por partes y se agregarán comentarios a la
luz del año de la Pandemia 2020-21 entre corchetes sin modificar la versión
original. Valencia de San Simeón el estilita, viernes 8 de enero de 2021 y
que Dios trino liberador nos agarre confesados y apertrechados para sobrevivir
tiempos tan revueltos como los de Hoy].
A Blasina Ríos de Marín, madre
santa y mujer extraordinaria, de quien(es) aprendimos que la tolerancia y el
amor allanan el camino angosto “que lleva a la vida”, Mt. 7:14.
[I, A modo de Introito]
En
una librería del centro de la ciudad, la tarde del viernes doce de noviembre de
1982, adquirí dos textos disímiles a la vez: la prosa completa de Borges
(Bruguera, 1980), y un curioso y mal presentado volumen titulado “Los
Protocolos de los Sabios de Sión” de Sergey Nilus. Al cancelarlos en la caja,
el dependiente, un cincuentón rechoncho de adusta y previsible severidad, amén
del castizo acento, elogió la compra en base al último de los títulos. Una vez
más, pese a la etiqueta premio “Miguel de Cervantes” 1979, Borges era lapidado
por el desdén de un franquista –quizá-, de un antisemita, de un anti-sionista,
de un antípoda del judaísmo, por supuesto con la uña en el rabo. Al igual que
el estimado amigo que me recomendó tal lectura, su argumentación se encontraba
accesible y condensada en la solapa: “(…) ¿Qué contenían exactamente, los
llamados Protocolos de los Sabios de Sión? (./) Ni más ni menos que el plan
completo, detallado, minucioso, para la conquista del mundo (./) Un mundo en el
que los judíos serían los dueños absolutos ocultos, moviendo entre bastidores
los resortes económicos, militares y sociales de todos los países del mundo (./) Un plan que ya está en marcha: una
ambición desmesurada y racista que extiende ya sus tentáculos sobre la Tierra”.
Así de sencillo y trascendental: El mundo es el Acuario acechado por las
travesuras y equívocas aventuras del pulpo “Manotas”, y nosotros tan
desventurados como el Alférez (versión de Hanna Barbera, “judaizante” por
cierto. [Otra referencia a las tiras cómicas, tan afín del gusto reaccionario e
infantil, es el bullir conspirativo de los roedores Pinky y Cerebro todas las
noches en su afán de conquistar al mundo]. No comprendo tal verdad aún; en el
gustoso guiso de carne y lentejas que me sirve mi madre, no veo judíos, “No sé
si hay una mano aquí” pese a que agudizo mi miope mirada. Sólo queda,
atendiendo las advertencias de tales amigos y por ende su seguridad, lavar las
mías: “Comprado en la librería #########!”. Pues no se sabe, máxime que las
garantías constitucionales están suspendidas [en la Venezuela finisecular de
1995] (ya lo había dicho Wittgenstein, “Esta posibilidad de cerciorarse por sí
mismo es parte del juego del lenguaje. Es uno de sus rasgos esenciales”).
Los
Protocolos, consistentes en veinticuatro actas atribuibles a una clandestina
“Cancillería Central de Sión” y las cuales constituían el proyecto o la
realización misma de la hegemonía mundial para el pueblo de Israel, no son más
que la prolongación y la “adaptación moderna” (Norman Cohn: El mito de la conspiración judía mundial, Alianza
Editorial, Madrid, 1983, pág. 19) de la tradición judía y demonológica del
catolicismo medieval. Mentalidad endémica [¿pandémica?] que arrastramos los
herederos de occidente –el judeo cristiano- no sólo notable en el pangermanismo
nazi, en el internacionalismo comunista, en los atentados de diversa fuente,
sino rumiada cotidianamente en las aulas, en los cafés y en los bares; tema
éste que no parece agotarse jamás. No ocurre como en el caso de [algunos desprevenidos]
franquistas, pues el fallecer el dictador español, murió la conversación
preñada de inútiles invectivas y resentidas maldiciones (ante las tibias y
decadentes tazas y jarras del exilio, [Juan] Nuño dixit). Bien lo expresaba
Serrano Poncela: “el número de los temas necios es, como se sabe, infinito”.
Jorge
Luis Borges en “Pierre Menard, autor de El Quijote”, nos refiere uno de los
textos que inspiró tal “dislate” menardiano: “es uno de esos libros
parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebière o a
Don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de
esos carnavales inútiles, sólo aptos –decía- para ocasionar el plebeyo placer
del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de
que todas las épocas son iguales o de que son distintas” (Jorge Luis Borges: Prosa completa, editorial Bruguera,
Barcelona, 1980, página 334, volumen uno). Se infiere una denuncia del peor
subproducto de ciertos plagios: De la más burda de las copias a la escandalosa
falsificación del original y el subsecuente envilecimiento de la conciencia
histórica. Vicio e inconsistencia del texto en cuestión: La protocolización de
la intolerancia, la mentira y la falsificación
incubadas en el simplista y complicado complot de agentes
contrarrevolucionarios y febriles santones, típico síntoma de la decadencia del
zarismo en pos de un chivo expiatorio y luego su sobrevivencia –posteriormente transmitida
al mismo corpus del dogma marxista- en el albor de la revolución de 1917. A
Sergey Nilus (1861-1930), acicateado por Pyotr Rachkovsky (Jefe de la Sección
exterior de la Ojrana, Policía Secreta Zarista), se le debe principalmente la
divulgación dilatada de la falsificación conocida como la conspiración judía
internacional, basamento pseudo intelectual y místico de la “solución final”
instrumentada y ejecutada por los genocidas nazis años después.
Paráfrasis
y plagio simultáneos de los “Falsos decretales pseudo isidorianos
frecuentemente invocados por los papas de toda la Edad Media (…) motivado por
el deseo de prestar antigüedad y, por consiguiente, autoridad a una decisión o
institución nuevas” (Jacques Ellul: Historia
de la propaganda, Monte Ávila Editores, Caracas, 1969, pág. 54), tal es el
caso de las conversiones masivas de judíos, y tiempo después la persecución de
estos conversos justificada de manera artificiosa en su infiltración diabólica
y perjudicial en el seno de la Iglesia; de las cruzadas, “Se trataba de
provocar un choque emocional en un público desprevenido y de crear una opinión
pública, obligando a que una masa pasara de la emoción a la acción” (Jacques
Ellul, op. cit., pág. 55), de la ocupación de los lugares santos a la noche de
los cristales nazi; de los manuales inquisitoriales, del secreto procesal, de
la indefensión del reo, de la incertidumbre y el error derivados de la
ignorancia en cuanto a la delimitación competitiva del santo tribunal, del
carácter ejemplar de los castigos y el efectismo de las confesiones y
retractaciones públicas en tanto métodos de disuasión y dominación (a tales
efectos consúltese no sólo en los manuales de Bernard Gui y Nicolau Eymerico,
sino también en el ordenamiento jurídico impuesto en la Alemania nazi). No
olvidemos tampoco los estatutos de sangre, pues “Así como el pueblo judío
pretendía fundar su nobleza sobre la elección, las naciones ibéricas elaboraron
una respuesta, ad hoc, en forma de pretensión análoga, que debía tener como
consecuencia la ideología de la pureza de la sangre”, como bien lo diagnostica
Jacques Lafaye [en su libro Mesías,
Cruzadas, Utopías, Fondo de Cultura Económica, México, 1984].
Yuxtaposición
anacrónica y caótica, por medio de la aplicación endeble y exaltada de los
románticos recursos de ampliación en el tiempo (los hechos se “magnifican”
–deforman- a través de su comparación con situaciones resaltantes del pasado
mediato o remoto, por lo que se señala en los protocolos que “el pueblo de
Israel no ha sucumbido, y si está disperso por toda la tierra, es señal de que
toda la tierra le pertenece”) y en el espacio (dada la amenaza judía, se
engrandecen estos “héroes salvadores del mundo” –Torquemada, Nilus, Hitler y
Goebbels, Stalin, entre tantos otros- en relación al entorno humano e
histórico, de allí la megalomanía mesiánica o milenarista). Tal es el modus
operandi de la gesta antijudía, bien sean cruzados medievales e inquisidores,
súbditos de la Weltanschauung hitleriana o dictadores del proletariado. Del
imperio católico romano, pasando por la sociedad sin clases de la utopía
marxiana, al Reich milenario alemán, “ese pérfido niño de Europa cuya maligna
energía destructora es tan responsable de todo nuestro progreso. (…) Y Hitler
era otro pseudo-mago-negro extraído de la misma gaveta de la que salió el
Anfortas de Parsifal que tanto admiraba, y que tuvo el mismo inevitable
destino. Y si no me cree usted que un general británico me haya dicho con toda
seriedad que la verdadera razón por la que Hitler destruyó a los judíos polacos
fue para impedir que emplearan sus conocimientos cabalísticos contra él (…)”
(Malcolm Lowry: El volcán, el mezcal, los
comisarios… (Dos cartas), Tusquets editores, Cuadernos marginales N° 15,
Barcelona, 1984, págs. 49-50), comenta Malcolm Lowry a su editor Jonathan Cape.
El historiador medievalista Norman Cohn, en “El Mito de la conspiración judía
mundial” (1969), obra citada con anterioridad, nos expone convincentemente los
orígenes mediatos e inmediatos de la tan fabulada confabulación semita, judía o
sionista, si se quiere, pues sus apologistas abundan en imprecisiones y
contradicciones al respecto. Es evidente que el trío de adjetivos no tiene el
mismo significado, asunto que esperamos esclarecer más adelante, y que al punto
constituye la precaria estructuración de tan revelador “documento”. La
descocada conjura universal también ha recibido el disfraz de organizaciones
desemejantes como la masonería y la orden jesuita.
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