domingo, 10 de enero de 2021

EL TRÍPODE DE LA FALSIFICACIÓN (4). JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA

 


[IV, Más de la falsificación]

En 1869 se publica “Le juif, le judaisme et la judaisation des peuples chrétiens” de Gougenot des Mousseaux, libro considerado por Cohn la “Biblia del antisemitismo moderno”. Nuevamente los [reaccionarios] franceses retomaban el protagonismo del movimiento antijudío europeo. Su árido planteamiento consistió en la resurrección de las tesis, si así pueden denominarse, demonológicas del catolicismo medieval, salpicadas por una obtusa hermenéutica del apocalipsis de San Juan y su fácil “modernización”, invirtiendo y pervirtiendo los pasos necesarios para el logro de una reflexión seria de todo asunto: partir de la hipótesis –transmutada en dogma y misterio- y luego ajustar a cómo dé lugar los hechos (ars de escribientes que sólo funciona para confeccionar best sellers, como ejemplo tenemos a Von Danïken y a J.J. Benítez, esta vez la conspiración traducida en este valle de lágrimas es extraterrestre). Sólo que la raíz de la cuestión judía descansaba en la legión de “los judíos de la cábala”, cofradía diabólica que venía rindiendo “un culto sistemático del mal, establecido por el Diablo en el comienzo mismo del mundo” (Norman Cohn, op. cit., pág. 41), comprendiendo su genealogía a los hijos de Caín, de Judá, a los gnósticos, los maniqueos, la secta de los asesinos y luego a los templarios y a los masones. Esta Anticábala, no por su pretensión de serlo y lograrlo, sino por lo unidimensional y lo anodino de sus propuestas e implicaciones, persiste en la tradición sub-literaria antijudía, la cual semeja a un decrépito orfebre que elabora un rosario ensartando cuentas de diverso tamaño, color, peso y diseño, y al final no se sabe si es escapulario o collar matapulgas. El desconocimiento de la religión, la filosofía, la historia y las sociedades secretas como tales, por parte de des Mousseaux, es harto obvio, ya que la cábala –categoría que surge por vez primera en el siglo XI en los textos teosóficos de Salomón Ibn-Gabirol, y que proviene del hebreo “kibbel”, recibir- compendia la remota tradición mística judía, manifiesta en “teorías tan numerosas y tan profundas como las de la emanación divina, la cosmogonía, la angelogía, el hombre y su papel en el mundo, el mal, la ética y la redención” (Perle Epstein, El laberinto privado de Malcolm Lowry). Está recogida en obras tales como el Zohar, y terminantemente no es una sociedad secreta como aún pretenden los profanos. Existe también una cábala cristiana, cuyo precursor fue Raimundo Lulio (1225-1315), expuesta y divulgada por autores como Pico della Mirandola (1463-1494) y Cornelio Agrippa (1486-1535), contando inclusive con la consideración del Papa León X. En definitiva, des Mosseaux contribuyó,  junto a tantos de su calaña, a una de las acepciones más infelices de dicha palabra: “Fig. y fam. Trato secreto: andar metido en una cábala” (Pequeño Larosse Ilustrado). Del mismo modo le develaría a Hitler la identidad del Anticristo: El Estado judío “constituye, desde el punto de vista territorial, un Estado sin límite alguno” (Adolfo Hitler, Mi lucha, Editorial Época S.A., México, 1986, pág. 117), lectura y sentencia materializada en la Internacional Comunista, en la Sociedad de las Naciones y en las bolsas de valores europeas y norteamericana!

Antes de proseguir, hemos de apuntar nuestro desacuerdo con Norman Cohn cuando éste, en la página 41 de la obra ya reseñada, sugiere que la Cábala es un conjunto de “creencias religiosas arcaicas y semiolvidadas”, lo cual es absolutamente falso y tendencioso. Sorprende sobremanera que el historiador medievalista dé la espalda, no sólo a sus estudiosos y seguidores del siglo XX –como en el caso de Perle Epstein-, sino también a un par de obras maestras de la narrativa contemporánea: Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, y El Golem de Gustav Meyrink. La primera de ellas, de una riqueza poética, alegórica y estructural, refiere la tragedia y la caída del Cónsul Geoffrey Firmin en el círculo infernal que él mismo se fue trazando durante la desatinada búsqueda salvífica, en base a una interpretación peculiar de la Cábala –sobre todo la alegoría del jardín proveniente del Zohar, la cual impregna la totalidad de la novela- tanto de parte del autor como del personaje protagonista. En El Golem, Meyrink –que según Borges era “un buen terrorista de la literatura fantástica”- nos ofrece una extraordinaria versión del legendario homúnculo crado por los cabalistas gracias a la palabra –el oculto nombre de Dios-; artificio mágico y lingüístico que parte de la creación misma del mundo y la humanidad: Dios se manifiesta a través del verbo, “Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (San Juan 1:2-3). Borges en su ensayo “Una vindicación de la Cábala” nos dice: “Ni es ésta la primera vez que se intenta ni será la última que falla (…) no quiero vindicar la doctrina, sino los procedimientos hermenéuticos o criptográficos que a ella conducen”, reconociendo así las deudas que la literatura tiene con el conocimiento cabalístico, se esté o no de acuerdo con él. [En Venezuela, tenemos al poeta de origen judío, simbolista y modernista Elías David Curiel, de versos tan enigmáticos y multisugerentes como el discurso cabalístico como tal].

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