El Extranjero es una novela fundamental del Siglo XX. Albert Camus la publicó en 1942 y se ganó lectores apasionados que le rinden culto a esta obra de cerca de 140 páginas. También causó impacto en dos piezas que la adaptaron para el cine y la música. En 1967, el director Luchino Visconti realizó el filme homónimo con la estupenda actuación de Marcelo Mastroianni como el muy indolente Meursault, asesino repentino de un arabe e hijo indiferente a la muerte natural de la madre. En el album recopilatorio de The Cure, Standing on the Beach, publicado en la década de los 80, tenemos la canción Killing an arab. Un tema fiel tanto a la novela como al sonido neo punk dark. Por desgracia, los fachas y los skin heads lo tomaron de himno para la intolerancia racial en Londres y otras magalopolis del mundo occidental. Ayer los nazis con la música de Wagner y en aquel hoy con la obra de The Cure.
Nuestra relectura hoy, a la luz encandilante y escandalosa del siglo XXI, no fue menos auspiciosa. Este contexto de racismo, intolerancia y chauvinismo que se desarrolla en Europa, Estados Unidos y América Latina (donde muchos migrantes venezolanos son víctimas), está muy mal tratado en los medios y las redes sociales en la dinámica pervertida y envilecedora del poder absoluto y fáctico (sea dictadura o democracia).
La historia abominable de Meursault que indiferente a la muerte natural de su madre, recaló en el asesinato sin sentido de su prójimo árabe y luego en su condena a muerte, nos deja en el paladar un gusto a veces amargo y con frecuencia perdemos el aroma y el sabor de la vida con propósito en el sopor implacable del sol en Argel. Nada qué ver con el optimismo romántico del film Casablanca de Bogart e Íngrid Bergman, ni con la sátira corrosiva del Gran Dictador de Chaplin.
La perspectiva narrativa no podía ser otra que la voz misma de Meursault, pues ni un narrador omnisciente ni testigo podría desarrollar ese discurso lánguido, marcado por el tedio y una aparente indiferencia por la vida. El tono realista es relativo, pues sin evidenciarlo hay un desgarramiento hiperreal y si se quiere minimalista del personaje incandescente en su sin sentido.
Estructurada en dos partes, la novela presenta tres momentos que trascienden lo anecdótico, para devenir en metáfora de la angustia que es el vivir. El sigiloso desmadre ontológico de Meursault, apunta a un proceso de aniquilamiento de la moral convencional y la ética personal auténtica que se debate insensible en tan inhóspito entorno. En la primera parte tenemos la muerte de la madre y el asesinato gratuito e indolente del prójimo árabe. Mientras que la segunda recrea hasta el absurdo el proceso judicial del reo homicida, ello en el cuestionamiento del Estado como dispensador de injusticia y de costumbres estructurales que resecan el cuerpo social.
Tanto esta novela como El Túnel de Sábato, nos llenaron de atribulada inquietud existencial, independientemente del contexto histórico y emocional de cada lectura. La del argentino apela a la novela negra policial para crear atmósferas densas, oscuras y psicopatológicas. Juan Pablo Castel, homicida de María, se nos antoja un psicópata descolgado en sus odios para sí y para con el Otro. En cambio, Camus nos pinta a un Meursault aburrido, indolente y desprevenido en las situaciones extremas que le llevarían a la muerte exterior e interior. No se explica hasta el detalle lo que motivaría al protagonista relator y actuante a deslizarse cuesta abajo hacia el Infierno social e individual. El corazón delator del protagonista no se mueve en las tinieblas sino bajo el sol enceguecedor y amoral de Argel.
El asesinato del árabe no sólo constituye el nudo de la trama, sino tambien es el umbral entre la ciudadanía anónima de nuestro antihéroe y la abyección predatoria de ser hombre. "Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia".
Recordemos que esta obra se escribió en el contexto derrotista y colaboracionista de Vichy o la Francia invadida por los nazis. Un país colonial colonizado por su rival conspicuo, esto es el colmo de los colmos.
El tribunal abarrotado e infernal donde Meursault es condenado a muerte, no difiere gran cosa de la buhardilla que el acusado llevaba a cuestas, el apartamento donde vivía solo y el alrededor social para nada estimulante (el maltratador de mujeres Raimundo y el viudo miserable Salamano, por ejemplo) que configuraría las locaciones físicas en las que operaba la claustrofobia de la existencia. Sólo María era el alivio erótico de tan patético mundo personal. El reo de una justicia colonizada, hipocrita y portátil, no es más que un Anticristo que responde a sus captores de manera bulimica y lacónica. Incluso abomina de las visitas de un buen hombre como el Capellán. No hubo indiferencia con este varón de dios, sino una rebelión y una ráfaga agnóstica que lo flageló con apostasía blasfema de palabra y acción.
Las reinterptetaciones de Visconti en el cine y de The Cure en la música apuestan, cada cual a su manera, por una estética lumínica que aturde a los espectadores. La fotografía cinematográfica de luz hiperrealista y el sonido dark under the sun, así lo atestiguan y lo transmiten a la superficie y el subsuelo del templo físico y psíquico del que lee.
Por estas y otras consideraciones, no está de más leer por primera vez y revisitar de cuando en cuando esta obra clásica e imprescindible para aprehender la peste de ser hombre y, por qué no, cómo lidiar con ello para que el basurero del mundo se revierta en un ámbito digno y vivible.
Por todo esto, apreciamos que una poeta de la cocina nos muestre de manera encantadora cómo prepara un platillo exquisito a base de arroz, carne de cerdo y papas. Se agua la boca no sólo gástrica sino erótica en el apego a la vida. No hay cosa más gustosa que los muchos dones que otorgan un par de manos femeninas, prodigiosas y bondadosas que desparraman amor del bueno en la mesa del ágape contracultural y a contracorriente de toda mezquindad.
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