Escuchando un programa de reggae jamaiquino en Soda 95.1 FM de Valencia, se nos viene esta crónica en homenaje a mamá Augusta. Se la dedicamos a otra gran madre y escritora, ésta es Marichina García Herrero quien nos la sugirió desde la más franca amistad.
Uno
Cuando mamá Augusta no utilizaba la correa ni ningún objeto para disciplinarnos con rigor, hacía un uso creativo de la impostura discursiva. Recuerdo, por ejemplo, que nos habíamos criado en autobuses que hacían la ruta Caracas-Valencia y viceversa. En Valencia pasábamos períodos vacacionales con nuestros primos, que sacudían nuestra soledad tetrapartita (mamá viuda y sus tres críos machos), pues socializabamos con otros practicando deporte y travesuras a granel. Cuando Augusta quería tenernos por las bridas, imitaba a los colectores de esos buses que invitaban al viaje de regreso, Caracas, Caracas, Caracas, vámonos! A lo que le rogábamos que el tren de gasoil no partiera, que nos íbamos a portar bien y a dejarnos de vainas. A lo que la vieja seguía con la bitácora del pregón, muerta de risa.
Dos
Una tarde noche, muy aciaga, abordando un bus en el terminal de Maracay con rumbo a Caracas, Caracas, Caracas!, nos enteramos con estupor del asesinato de Felipe Pirela, entre el oro y la carne como novelaba José Napoleón Oropeza. El bolerista formaba parte del canon musical y cultural de Augusta junto con el poema 20 de Ginette Acevedo y Neruda, los tangos de Gardel y Le Pera, y una casa portuguesa con certeza de Amalia Rodrigues. Asimismo, el asesinato de Pirela se incorporaba al panteón familiar reciente con mi padre asesinado también, el abuelo materno espaturrado por el carro de un lechero ebrio, amén de abuelita materna gorda y enorme, víctima de una embolia que bajó a duras penas su cadáver desde un primer piso.
Tres
Mi mamá Augusta tenía como único lujo distractor, además de la TV en blanco y negro y Radio Rumbos, la cultura del fan farandulero. No se pelaba cualquier evento a tal respecto como los paparazzi de la película de Fellini, La dolce vita. Desde el rodaje de la telenovela Tormento en La Pastora, con Jean Carlos Simancas como un cura asalta camas de mujeres casadas o solas; pasando por la visita venerable a la casa pastoreña donde vivieron Joselo y Simón Díaz cuando eran ciudadanos anónimos; hasta el entierro de Mamá Chona, el personaje y la actriz, la abuela de Quique y el hijo natural de Doris Wells y Raúl Amundaray en la telenovela "Raquel, sacrificio de mujer".
Yo fui de pequeño víctima de este afán farandulero de Augusta. Una noche mi mamá y su comadre jalaron con nosotros al aeropuerto de Maiquetia, porque arribaba a Venezuela el cantante Sandro, una especie de Elvis Presley de las pampas a quien las mujeres arrojaban pantaletas, pataletas y gritos destemplados al son de su pelvis desatada. Se llegaron hasta Sandro, quien a modo de autógrafo, me levantó en vilo y me estampó un beso. Para dejar de ser ese autógrafo hecho niño, decidí militar en el anarquismo, la poesía, la prosa literaria y el anarcoteísmo de mis días. Por favor, China, no se lo digas a nadie porque se hace astillas el descrédito beatnik que he labrado por años de anarquista dedicación.
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