Virgen de Ramón Belisario
Doña Ana y la eutanasia. Amo tanto la poesía como la personalidad bella y compleja de mi poetisa amiga Ana Enriqueta Teran. Nos hicimos panas muy cercanos a través de largas conversaciones telefónicas. En una de ellas, la poeta me había dicho que se hallaba cansada de vivir cerca de un siglo, período traumático de la historia republicana. Le dije que si bien había cosas desalentadoras como el viernes negro de 1983 o el Caracazo de 1989, también cosas muy felices como los hitos de la poesía venezolana que es continental, aunque algunos profesores mezquinos no lo recuerden. Tiempo después se obsesionó con el tema de la eutanasia como derecho humano de bien morir. Me Asusté como no tienen idea mis lectores invisibles. No me quedó otra que decirle: Doña Ana, ni crea que la voy asistir a su propia muerte indolora. Ni soy discípulo del doctor Muerte, Jack Kervokian, ni la literatura venezolana me lo perdonaría. A lo que la niña traviesa que contaba hasta cien, me respondió que cómo se me ocurría esa tontería, si sólo le interesaba el tema como curiosidad sociológica. Su risa, a la par del escalofrío, me recorrió la espina dorsal como los gatos negros de los cuentos de Edgar Allan Poe. En unos cuantos sonetos, Doña Ana le cantaba a su gato José Cemi. Mientras tanto, Lezama Lima se reía de gusto y de mí desde La Habana.
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