Como decíamos hace un rato, China, proseguimos con algunas breves anécdotas sobre mamá Augusta, quien marcó mi vida sin que lo reparara en el momento de su ocurrencia.
Cuatro
A mamá Augusta no le gustaba mucho el rock que escuchaba durante mi vida con ella a partir de la adolescencia. Un 31 de diciembre escuchaba a Sting solista en vivo, pensando que la vieja no había llegado, cuando salió como una tromba de su cuarto con las fuerzas represivas para suspender el concierto. Y eso que no era heavy metal, sino rock fusionado con muy buen jazz.
Sin embargo, años antes, un domingo vimos en The midnight special por Venevisión, una presentación de Queen cuando, después de Rapsodia Bohemia, había acabado de publicar el sencillo Somebody to love. Me dije que mamá cambiaría el canal de inmediato haciendo girar la perilla. Pero no. Se quedó mirando con asombro a Freddy Mercury ataviado de las famosas mallas de ballet que usaba entonces. Posiblemente le agradara la combinación de la ópera y el rock. Ahora la pinta homosexual de Mercury, le traería a la memoria aquella copla de Otero Silva sobre San Federico, pues dios en el cielo no acepta santo marico. Qué podría esperarse de Augusta, quien fue novicia en Madeira y a punto estuvo de ser la monja sor Angélica. Gracias papá por enamorarla y con ella traer al mundo a este escritor y sus dos hermanos.
Cinco
Mamá fue jefa de cajeras del Central Madeirense en Caracas y luego en Valencia. Siempre gozó el respeto de sus compañeros de trabajo. Sin embargo, un portugués hijo de la Gran Bretaña (la gran puta que es lo mismo), la encerró por envilecimiento en una de las cavas refrigeradas del supermercado. Un compañero la sacó de alli tiritando de frío. Me enteré un domingo y planee con los orientales de la universidad, secuestrar al villano y darle una paliza. Mi hermano me delató con mamá la intentona terrorista y ella me formó un escándalo vetero testamentario. Me dijo que no había criado comunistas ni malandros y que eso no era problema mío. Sin embargo, tiempo después, ella se sonreía en la sala mientras veía televisión. Seguramente se imaginaba que Carlos Luis, Antonio Mata y yo dejábamos al mal gerente y peor paisano, todo vuelto verga, atado y en interiores en algún montaral de Mariara o Bejuma. Justicia poética con sabor heterónimo de Fernando Pessoa justiciero. La imaginación de un delito no acarrea ningún castigo en presidio, claro está.
Seis
Mi mamá Augusta se contrarió cuando me iba a casar por primera vez con la mujer que me quitó la virginidad. Argumentó desde lo religioso hasta la defensa del honor familiar, puesto que Nicanora era divorciada. Como decía el viejo chiste madeirense, yo no quería una virgen para rezar sino una mujer para fornicar. De repente, sor Augusta seglar y viuda de este domicilio, varió la estrategia discursiva repentinamente. Dijo que la disfrutara sexualmente sin compromiso, como tucusito de largo pico fecundando una flor. Había pecado instándome a tener relaciones sexuales fuera del matrimonio y bien dotado con anticonceptivos. De nada valía la ortodoxia católica si perdía a su hijo primogénito. No obstante me casé, disfruté el sexo, y me divorcié para regresar a los robustos brazos de Augusta.
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