viernes, 7 de enero de 2022

La Piedad atrabiliaria de Don Camilo

 


La piedad atrabiliaria de Don Camilo

José Carlos De Nóbrega

Accedí a la novela Pequeño Mundo-Don Camilo (1948) de Giovanni Guareschi gracias a la adaptación cinematográfica de Julien Duvivier de 1952, protagonizada por esa fabulosa dupla comediante de Fernandel como Don Camilo el cura conservador y Gino Cervi en el rol de Pepón el alcalde comunista. Es literatura ligera de la segunda posguerra que si bien trata la tensión entre capitalistas y comunistas, ofrece una óptica optimista y candorosa que difiere de la narrativa de Pasolini y Malaparte.

El pequeño mundo del muy simpático y reaccionario cura, para nada fascista, se asimila a la mixtura de la comedia y la crónica con cierto dejo nostálgico, dada la incertidumbre de los tiempos por venir en el contexto de la Guerra Fría. El cuadro enternecedor de costumbres se resiste pero recibe el impacto de la confrontación Este-Oeste y Norte-Sur. La lengua es su instrumento de resistencia, se trata de la oralidad fresca del río Po, sin artificios estilísticos ni discursividad ampulosa.

Nos encanta todavía la construcción humanística de los personajes, a contramarcha de lo arquetípico y lo ideológico. Si bien Don Camilo y Pepón sostienen su confrontación política hasta las trompadas y las bromas pesadas, no sólo son referencias notables del pueblo que tanto aman, sino entre ambos hay una relación de afectos y odios que los complementa y los disuade de soluciones extremas. Es, pues, un modelo micro y menos cruento de la Guerra Fría.

El Cristo crucificado es transfigurado de manera directa en función de la simplicidad e inmediatez del relato. Se erige en voz de la conciencia de Don Camilo, árbitro relajado entre el cura y el alcalde rojo, amén de encarnarse Verbo campechano de su muy pobre pueblo. Le añade, no obstante su condición de Dios, ají dulce al clima picaresco de esta magnífica novela. Es, por fortuna, un Cristo terrenal, distante a Dios Gracias de solemnidades.

La guerra o cruzada ideológica de ambos personajes tan entrañables, se realiza en una comicidad iluminista. Más allá de lo doctrinario, prevalece la humanidad de Don Camilo y Pepón, un par de opuestos que se atraen en afecto profundo, empero el comportamiento de niños malcriados. Estos adolescentes eternos se mueven en una Poética de lo cotidiano y lo sencillo, si bien no se solapa ni al colaboracionista Pío XII ni el presidido del gran Antonio Gramsci.

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