JESÚS ENRIQUE GUÉDEZ: CINE Y POESÍA
José Carlos De Nóbrega
Al desamparo crecíamos y así fuimos
procreados. Jesús Enrique Guédez.
El cineasta y poeta Jesús Enrique Guédez
(1930-2007) es un caso afortunado de integración de las artes en Venezuela. Oscar
Garbisu nos advierte que su obra cinematográfica documental y de ficción está
tocada decisivamente por un aliento poético muy personal. Por otra parte,
Edmundo Aray deja una propuesta que nos parece pertinente: la edición de sus
films en CD y DVD, amén de la publicación de un libro especial contentivo de
sus reflexiones sobre el oficio artístico y los ensayos críticos acerca de su
obra literaria y fílmica. Por nuestra parte, hemos revisitado hace poco algunas
de sus películas documentales disponibles en internet. También rescatamos del
sueño bibliotecario su libro de poesía “El Gran Poder” (1991), el cual incluye
textos provenientes de los poemarios “Las Naves” (1959) y “Sacramentales”
(1961). No obstante la temática urbana de muchos de sus cortos y mediometrajes,
subyace en ellos la tensión entre el campo y la ciudad patentes no sólo en el
devenir de la República petrolera, sino también en el curso y el caudal mismo
del río que es la poesía venezolana.
Permítanos esta contingente panorámica del
cine documental de Guédez. “La Universidad vota en contra” (1969, 16 mm, B/N,
20 min) trasciende el registro de un proceso electoral universitario: Se
convierte en crónica y ensayo fílmico del proceso de Renovación universitaria
en Venezuela que acompañó al Mayo Francés. Hay un manejo notable de la entrevista
[por ejemplo, la de Jorge Rodríguez padre], la crítica materializada en el
cartel y la asunción de una pedagogía política liberadora. “Desempleo” (1970)
es un documento mordaz y rebelde que trata el tema en un collage integrado por
cuadros estadísticos a modo de pintas políticas en la pared, la entrevista no
estructurada que da nombre y visibiliza al desempleado César Quintero, y una
escena en la que un ciego encarna la informalidad cantando cuadros hípicos
sellados del 5 y 6, como si fuese un lienzo de Zurbarán o una novela picaresca.
“Bárbaro Rivas” (1968, 16mm, 6 min) deja respirar la pintura inquietante y
maravillosa de este profeta de Petare, detalle a detalle, sin la intermediación
de voz autorizada alguna. Sólo auscultamos el corazón salvaje del artista en un
rosario de frases líricas, esclarecedoras y esquizoides apenas perceptible.
“Pueblo de Lata” (1972, 16mm, B/N, 20 min) constituye una muestra
imprescindible del género en América Latina: El campamento o barrio periférico
fundado por el éxodo campesino, es un poema objeto que nos remite a la pintura
de César Rengifo y las calacas de José Guadalupe Posada. El collage alcanza la
madurez de la profecía política y la didáctica revolucionaria que reconviene a
los poderes fácticos, tenemos entonces una cartilla crítica y rebelde como la
del poeta Lêdo Ivo; en este caso prevalece la crudeza de la imagen y el ritmo
del montaje, los carteles increpantes, además de la mixtura paródica del cómic
y la caricatura que nos conduce al humorismo negro y atrabiliario. El arte
pobre [verbigracia Claudio Perna] no responde sólo a la precariedad de los
recursos, sino más bien concluye que no hay virtuosismo que sublime a la
miseria. “Testimonio de un obrero petrolero” (1978, 16 mm, color, 40 min)
explora el poco tratado tema petrolero por el arte venezolano. Documental
invaluable preñado de la magia poética y argumental de Guédez: el margariteño
Manuel Taborda [quizás uno de los buzos vindicados en la novela “Mene” de Díaz
Sánchez] desarrolla en la puerta/pizarra de una Guacharaca, la didáctica del
presidio y la represión obrera en el campo petrolero con sus grillos y cepos de
pies y pescuezo. Se trata de una clase sin par sobre la esclavitud asalariada y
las castas del petróleo, en la ausencia de la intelectualidad tarifada. Las
fotos fijas y antiguas fungen de divisiones capitulares [Primer trabajo,
Primera protesta, La Guacharaca, Huelga del Garaje], titulación complementada
por películas de época. Apostilla del poeta Guédez mediante: “Mitologías de mi
primer film de pozos petroleros y bañistas desnudas con gesto de otro idioma”.
En el formato de video, Jesús Enrique
Guédez destaca en la celebración de la palabra de nuestros más queridos
escritores y poetas. “Miguel Ramón Utrera” (1991, 20 min) ratifica su maestría
en la entrevista no estructurada a la manera de un diálogo sabroso y
desenvuelto. La austeridad técnica, aliñada con los Cuartetos 1 y 5 de Mozart,
apunta a la transfiguración lírica del paisaje por vía de la voz campesina y
exiliada de Utrera que dialoga con la del mismo Guédez [viaje por carretera
vieja a San Sebastián de los Reyes y Puerto Nutrias, respectivamente]. También
coinciden en la categorización metafórica de las Sombras multiplicadas en las
dictaduras, la crápula de los partidos políticos y los burócratas, asimismo los
espejismos de la prosperidad embustera del petróleo. Que “Nocturnal”
(1936-1940) y los “Poemas Informales” de Utrera, más los poemas en prosa de
Guédez en “Sólo quiero ver un eclipse” que retrotraen a Rulfo y Armas Alfonzo,
engorden el ojo del espectador agradecido. “José León Tapia” (2000, 22 min) es
otro diálogo revelador y libertario que se regodea en el mundo de los muertos y
los fantasmas: Los personajes históricos y de ficción pueblan novelas
inquietantes y febriles, en la soledad del luto paterno y la reconstrucción de
la muy castigada Historia de Venezuela. Se deja respirar la pasión de Tapia por
el país [con sus esperanzas frustradas y sus vencidos], escondida en los
bolsillos de su guayabera blanca. Nos canta Guédez: “Hablen. Acorralen la
soledad. Oh esa palidez de las instalaciones de carburo que recorre los amplios
corredores de mi infancia”. “Juan Sánchez Peláez o la amistad de los poetas”
(2004, 31 min) complementa la voz de este poeta con los testimonios de Malena
[su esposa quien dice: “Tengo la mufa negra porque Juan se va”], Eugenio
Montejo, Luis Alberto Crespo, Jesús Sanoja Hernández y Adriano González León en
una tierna tertulia colorista. Finalmente, “Saludos, precioso pájaro” (2005) es
un corto intenso, poético y amoroso en el que la ternura sin igual de Ramón
Palomares recorre el páramo, las calles empinadas de Escuque y el ámbito íntimo
de su casa donde siempre resbala y recala la llovizna. El fundido encadenado,
el plano detalle dulce de las manos de Ramón, la música de los Violineros de
Trujillo y el tremor emotivo de la cámara en mano que parte del espejo y se
aleja buscando el cielo, corresponden con el personalísimo vínculo indisoluble
entre la Poesía y el Cine. ¡Saravá! Valencia, sábado 24 de septiembre de 2016.
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