domingo, 8 de enero de 2017


LA MUERTE DE LA REPÚBLICA PETROLERA

José Carlos De Nóbrega

¿Y quién más que la muerte nos podía cantar? / Tarareamos este mundo de petróleo / Perdido el rostro la identidad el nombre. J.M. Villarroel París.

     Es menester retirarle el respirador artificial a la República Petrolera, distanciándonos de cualquier ejercicio retórico que oculte el despropósito político y los intereses económicos malsanos. La cultura alienante del petróleo, el consumismo que aún entraña, los fallidos planes de desarrollo de la nación, la corrupción y el empoderamiento de las roscas político-empresariales nacionales y foráneas, son síntomas esenciales de la enfermedad terminal de larga data que nos carcome sin piedad. El obsceno tutelaje transnacional de la industria impuesto por el Gomecismo, la nacionalización chucuta de 1976 en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, el caso del petro-espionaje en los años ochenta, la Apertura Petrolera en el segundo gobierno de Caldera y el golpismo petrolero de 2002-2003, constituyen algunas situaciones puntuales que forman parte de nuestra Historia Socio-económica y Clínica. Carlos Mendoza Pottellá en su reciente libro “Vigencia del nacionalismo petrolero. Dos ensayos” (2015), propone que el nacionalismo petrolero no está reñido con una óptima gerencia de la industria ni con la contraloría social de sus operaciones. Por supuesto, nos urge que la población conozca de primera fuente el devenir de la actividad petrolera en Venezuela, sin la intromisión perjudicial del discurso mediático antinacional. Insistimos en la lectura comprensiva tanto de la ensayística del petróleo [con sus Uslar Pietri, Domingo Alberto Rangel, Héctor Malavé Mata, Sader Pérez, Orlando Araujo o Pérez Alfonzo], como de la literatura [Díaz Sánchez, Otero Silva, Cubagua de Enrique Bernardo Núñez o la poesía de Villarroel París] y el cine documental de Jesús Enrique Guédez.

     No se trata de deponer a la industria del petróleo como palanca importante de un desarrollo integral y sustentable de la República. No apostamos por un fundamentalismo ecologista ni por la reedición de una explotación intensiva propia del neocolonialismo. Parafraseando a Mendoza Pottellá, desmontar la mitología de la República Petrolera [el adelanto de la reversión y la apertura petroleras a partir de 1976] traería consigo no sólo reducir la carga fiscal que pesa sobre Pdvsa, desbaratar el control politiquero de la industria y realizar la reinversión en el sector, sino especialmente propiciar cambios sensibles en el modo de producción socioeconómica en todos los órdenes. Se ocasionaría un cataclismo en el Capitalismo de Estado y el parasitario de los empresarios maulas: El Estado se dedicaría a mejorar ostensiblemente los servicios públicos como la educación, la salud, la justicia, la electricidad, el agua y las comunicaciones; mientras que la actividad privada se desarrollaría eficazmente en un mercado relativamente sano que diste del proteccionismo, el excesivo intervencionismo gubernamental y el doble discurso de la competencia económica emitido por las transnacionales. Sembrar el petróleo en el contexto de los conflictos de intereses políticos y económicos, ha de apuntar a la diversificación de la economía en términos realistas que procuren abatir a los oligopolios de siempre.

     Dejar morir al rentismo petrolero, no será viable si no oficiamos una misa de difuntos al ejercicio político de oficio, de por sí despolitizado en la auténtica acepción de la palabra Política, además de su funcionarismo hipertrofiado e inútil que le chupa el lomo. Las comunidades organizadas representan la instancia superior de combate a los cogollos partidistas, las sociedades de cómplices invasivas y la cultura del petróleo denunciada por nuestra intelectualidad de raza. ¿Por qué no infiltrar una contracultura del petróleo [ajena al consumismo] en los aparatos ideológicos diseñados por el Estado burgués? ¿No le sale a la población boicotear decididamente este especulativo mercado negro en el que redujeron al país? Cuando la intermediación o gestoría política no deshace los entuertos, se enculilla con la reacción desesperada o concienzuda de la ciudadanía. De manera que no la empuja a vender la primogenitura por un plato de lentejas. Los piqueteros sacaron a De la Rúa de la presidencia de Argentina, sin que la policía ni el ejército los disuadieran. La rebelión y el cambio social no pueden limitarse a un par de manchas de tinta sobre el papel, ello en el egotismo unidimensional y fútil de la pluma. Como lo observa Manuel González Prada, la libertad de expresión sin la de acción sacrifica la solución definitiva de los problemas a expensas de lo accesorio.

     No perdamos el tiempo, puesto que es hora de preparar las pompas fúnebres del Rey Petróleo para aparejar un díscolo país distinto al desmadre de hoy.       


    

             

            

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