LA MUERTE DE LA REPÚBLICA PETROLERA
José Carlos De Nóbrega
¿Y quién más que la muerte nos
podía cantar? / Tarareamos este mundo de petróleo / Perdido el rostro la
identidad el nombre. J.M. Villarroel París.
Es menester retirarle el respirador
artificial a la República Petrolera, distanciándonos de cualquier ejercicio
retórico que oculte el despropósito político y los intereses económicos
malsanos. La cultura alienante del petróleo, el consumismo que aún entraña, los
fallidos planes de desarrollo de la nación, la corrupción y el empoderamiento
de las roscas político-empresariales nacionales y foráneas, son síntomas
esenciales de la enfermedad terminal de larga data que nos carcome sin piedad.
El obsceno tutelaje transnacional de la industria impuesto por el Gomecismo, la
nacionalización chucuta de 1976 en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez,
el caso del petro-espionaje en los años ochenta, la Apertura Petrolera en el
segundo gobierno de Caldera y el golpismo petrolero de 2002-2003, constituyen algunas
situaciones puntuales que forman parte de nuestra Historia Socio-económica y Clínica.
Carlos Mendoza Pottellá en su reciente libro “Vigencia del nacionalismo
petrolero. Dos ensayos” (2015), propone que el nacionalismo petrolero no está
reñido con una óptima gerencia de la industria ni con la contraloría social de
sus operaciones. Por supuesto, nos urge que la población conozca de primera
fuente el devenir de la actividad petrolera en Venezuela, sin la intromisión
perjudicial del discurso mediático antinacional. Insistimos en la lectura
comprensiva tanto de la ensayística del petróleo [con sus Uslar Pietri, Domingo
Alberto Rangel, Héctor Malavé Mata, Sader Pérez, Orlando Araujo o Pérez
Alfonzo], como de la literatura [Díaz Sánchez, Otero Silva, Cubagua de Enrique
Bernardo Núñez o la poesía de Villarroel París] y el cine documental de Jesús
Enrique Guédez.
No se trata de deponer a la industria del
petróleo como palanca importante de un desarrollo integral y sustentable de la
República. No apostamos por un fundamentalismo ecologista ni por la reedición
de una explotación intensiva propia del neocolonialismo. Parafraseando a
Mendoza Pottellá, desmontar la mitología de la República Petrolera [el adelanto
de la reversión y la apertura petroleras a partir de 1976] traería consigo no
sólo reducir la carga fiscal que pesa sobre Pdvsa, desbaratar el control
politiquero de la industria y realizar la reinversión en el sector, sino
especialmente propiciar cambios sensibles en el modo de producción
socioeconómica en todos los órdenes. Se ocasionaría un cataclismo en el
Capitalismo de Estado y el parasitario de los empresarios maulas: El Estado se
dedicaría a mejorar ostensiblemente los servicios públicos como la educación,
la salud, la justicia, la electricidad, el agua y las comunicaciones; mientras
que la actividad privada se desarrollaría eficazmente en un mercado relativamente
sano que diste del proteccionismo, el excesivo intervencionismo gubernamental y
el doble discurso de la competencia económica emitido por las transnacionales.
Sembrar el petróleo en el contexto de los conflictos de intereses políticos y
económicos, ha de apuntar a la diversificación de la economía en términos
realistas que procuren abatir a los oligopolios de siempre.
Dejar morir al rentismo petrolero, no será
viable si no oficiamos una misa de difuntos al ejercicio político de oficio, de
por sí despolitizado en la auténtica acepción de la palabra Política, además de
su funcionarismo hipertrofiado e inútil que le chupa el lomo. Las comunidades
organizadas representan la instancia superior de combate a los cogollos
partidistas, las sociedades de cómplices invasivas y la cultura del petróleo
denunciada por nuestra intelectualidad de raza. ¿Por qué no infiltrar una
contracultura del petróleo [ajena al consumismo] en los aparatos ideológicos diseñados
por el Estado burgués? ¿No le sale a la población boicotear decididamente este
especulativo mercado negro en el que redujeron al país? Cuando la
intermediación o gestoría política no deshace los entuertos, se enculilla con
la reacción desesperada o concienzuda de la ciudadanía. De manera que no la empuja
a vender la primogenitura por un plato de lentejas. Los piqueteros sacaron a De
la Rúa de la presidencia de Argentina, sin que la policía ni el ejército los
disuadieran. La rebelión y el cambio social no pueden limitarse a un par de
manchas de tinta sobre el papel, ello en el egotismo unidimensional y fútil de
la pluma. Como lo observa Manuel González Prada, la libertad de expresión sin
la de acción sacrifica la solución definitiva de los problemas a expensas de lo
accesorio.
No perdamos el tiempo, puesto que es hora
de preparar las pompas fúnebres del Rey Petróleo para aparejar un díscolo país
distinto al desmadre de hoy.
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