José Carlos De Nóbrega
En la infinita profundidad del
odio, en el fondo de ese infierno puede aparecer Dios. El odio tiene la fuerza
de la muerte, el odio ama. Enrique Mujica.
“Poesía para Presidentes” (2016), el libro
más reciente del Gallo Mujica con la complicidad editorial de Luis García,
representa el zapatazo que se estrella en la delicada cristalería de la tienda
de abarrotes en que se exhibe el Lenguaje del Engaño. El tono vehemente simula
un egotismo muy latinoamericano que se ata al cuello una piedra de molino para
sumergirse en las tripas amargas de la Bestia. Se nos antoja un Ejercicio
Espiritual esperpéntico muy ilustrativo que desdice las formas barrocas que entenebrecen
el entendimiento y los sentidos: “Porque la lírica de adorno, confeccionada a
espaldas del Engaño que produce la GUERRA, es como una ropita de encaje que le
ponen al perro, porque el perro no necesita de estas líricas aunque parece que
le gustan”. Acredita en lo políticamente incorrecto y el humor negro de Rufino
Blanco Fombona, Manuel González Prada y las deconstrucciones poéticas de Juan
Calzadilla, para sacudirnos la abulia bovina que nos apendeja en las colas
peripatéticas del mercadeo bachaquero, la arterioesclerosis vial e informática,
la banalización discursiva y mediática, amén del esclavismo asalariado e
ideológico. Este impecable, llagado y transgenérico corpus poético en prosa, no
se guarda ningún recurso expresivo ni apuesta por un humanismo blandengue: Desde
la hipérbole conceptual y expresiva hecha implosiones satíricas; demoliendo los
mitos mal curados en el despropósito, por vía de la simulación y falsificación
de los accesos proféticos y las embusteras Teorías Conspirativas que tanto
distraen a la envilecida manada; hasta el uso abusivo de diminutivos, giros
coloquiales y frases despectivas que importunan a poetas afectados que todavía
reverencian a los poderes fácticos.
El universo poético y narrativo de Enrique
Mujica es coherente, plural y poderoso en función de sus inflexiones, su
polifonía y la puesta en escena franca y lúcida [ángel caído en el desengaño]
de sus contradicciones propias muy bien desenvueltas. A tal efecto, es menester
una lectura inconformista, atenta y solidaria de títulos como la novela “Acento
de Cabalgadura” (1989), “Obra Poética 1970-2000”, “Poemas del Decir” (2005) y
los relatos breves de “Cartel de Feria” (2012). La mezcla sabrosa y contingente
de los géneros, el auténtico afán custodio de las metamorfosis de la literatura
universal, la reconstrucción del habla campesina octosílaba en cuentos y coplas
picantes, además de la transparencia en el Decir llano, no sólo prefiguran sino
subyacen en este libro incendiario que dispensa la iluminación del espíritu en
la consideración viva del encandilamiento extremo. Qué les parece esta
incursión en el Aforismo comentado que lo vincula y lo confronta con el
conceptismo de Gracián, el vuelo lírico ebrio de Gómez de la Serna y las
airadas polémicas que telegrafía Nietzsche desde “Ecce Homo”: “La parvada de
poetas exquisitos y aristocráticos comen de la ceguera, del échale leña al
fogón de la cultura. Ríos y lámparas y cómo será que ya no sé de cuánta vaina
en un rebulicio de papeles y gárgolas y pinturas empegostados por la brevedad
de la vida”. De paso, este poema en prosa empalma con los Aforismos de caballo
de Drummond de Andrade o la Poética libertaria de Bandeira que desbarata el
croar monomaníaco de ciertos batracios en el solar de los aburridos y los
lánguidos. No obstante, el viejo y mañoso arpista que nos aturde con el mismo e
insomne joropo, replica cruel: “Güevonese y no baile”.
Esta solicitud inútil de audiencia
presidencial, no es más que una invectiva anarquista pura en la tradición de
las molotov de González Prada [“En compendio: el escritor debe inferirse en la
política para desacreditarla, disolverla y destruirla”]; la revisión, índole
provocadora y contratransferencia del pensamiento reaccionario de Joseph de
Maistre por Cioran; e incluso la imaginería rebelde de Daumier, José Guadalupe
Posada y Bruno Schulz con sus perturbados giros terroristas. La ironía e
impostura de la literatura instructiva [patente en los manuales de filosofía
política, panfletos y libros de auto-ayuda], constituyen el pincel, el buril y
el puñal que evidencian descarnadamente el funcionarismo, el terrorismo de Estado
y sus mercenarios de ocasión: La problemática del mundo, la superpoblación, la
inflación inducida por los modos de producción capitalistas y estatistas, el
tratamiento misógino de la mujer y el malestar del lenguaje engañoso, son temas
trillados que este Decir desencantado trocea impune y despiadadamente. El juego
con la diagramación magistral del texto, el uso subversivo de las mayúsculas,
las acotaciones y las negritas va con la bien tramada estructura conceptual de
esta Isla portátil y escurridiza. La desilusión ideológica [falsa conciencia] y
estética [liriquetas de seda], anda desnuda en el Sambódromo estridente,
ridículo y sobrevestido que nos proveen los Grandes Inquisidores o Engañadores
Universales que imponen el Lenguaje dominante: “El atajaperros mundial es la
pandemia por excelencia. La sociología, la antropología y todas las ciencias
humanas se refieren ingenuamente al espectáculo, reportan camarográficamente el
espectáculo”. Al punto extremista de parodiar a San Juan de la Cruz: “Bueno, no
hay más, empuja tu mundo sin matarte mucho, que es manera sabia de seguir no
sabiendo”. ¿Acaso la cueva de ladrones en la que nos movemos hoy, no hermana a
ricos y pobres en la práctica cotidiana de esquilmarnos y pelarnos las escamas
los unos a los otros? Resulta notable el colofón apocalíptico y musical del
conjunto: La prosa muta en fin de fiesta donde conviven y hembrean Catulo,
Daniel Santos, los poetas goliardos y la sección de metales dirigida por el
apóstol Juan [la trompeta de Luis “Perico” Ortiz y los trombones de Barry
Rogers y Reynaldo Jorge].
Entre los poquitos que han vislumbrado
este desmadre universal y local, tenemos una transfiguración lírica y personal
de Cristo afín al ateo Otero Silva, el cinismo de Iván Karamázov y el popular misticismo
vitalista de Kazantzakis. La tentación cristológica en el mismísimo teatro del
mundo escindido, deviene por fortuna en auto-análisis y reconocimiento que
deshace el engaño y sus laberintos retóricos: “Este texto es también un ejemplo
de la vieja escritura con metáforas”. La lectura salvífica de sí y para sí
encuentra la revelación del Ser y el Decir en el Post-Scriptum entre líneas.
¿Qué esperamos, pues?
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