DOS FILMES DE MIGUEL GUÉDEZ
José Carlos De Nóbrega
Ni la clase media ni la burguesía
nacional, por lo tanto la revolución, como el cine, dialoga entonces con las
fuerzas potencialmente revolucionarias de la sociedad. Julio
García Espinoza.
Miguel Guédez (Caracas, 1983) es un joven
cineasta de raigambre popular divorciado, claro está, del populismo y la
consolación en el campo de la política y el arte. Si bien hijo y heredero de la
obra de su padre, el cineasta y poeta Jesús Enrique Guédez, él nos ha
demostrado con sus propios films una personalidad indiscutible que no comulga
en el parricidio simbólico ni en la santificación estéril de su antecedente. Su
propuesta apunta al desmontaje crítico de los equívocos históricos de su entorno,
la desconfianza de toda referencia ideológica en tanto falsa conciencia y la
dinámica transparente de su discurso cinematográfico. En un artículo publicado
en la extinta revista “Se Mueve”, n° 1, enero-febrero 2011, abomina del imperio
de los artificios técnicos en la ausencia del corazón creador: “¿Por qué nos
cuesta tanto permitirnos reír como reímos, llorar como lloramos y hasta matar
como matamos?”. Las interrogaciones, desprovistas del dramatismo romántico, se
reconvierten en una poética posible de un cine alternativo, inquisitivo,
popular y rebelde.
Tomemos dos de sus películas recientes en
internet: “El cine político de Guédez” (2013, documental, 24 min) y EX (2015,
ficción, 13 min). En el primer caso, tenemos una aproximación apasionada pero
no apologista a la obra cinematográfica de Jesús Enrique Guédez. Nos parece un
ensayo fílmico que permite la respiración de los entrevistados en torno a
nuestro autor fílmico y literario, además del flujo vivaz de las imágenes de
archivo seleccionadas y montadas con suma precisión y estupendo pulso rítmico.
La visión panorámica del tema, si bien cronológica, se despliega en el soporte
y la disposición argumentativa del discurso documental que sugiere la revisita
de los aportes de Pasolini [en torno al cine poesía], Pío Baldelli [el cine
político y el mito de las superestructuras], Julio García Espinoza [cine
revolucionario] e incluso el manifiesto del cine pobre de Humberto Solás. Por
fortuna, sin incurrir en los vicios de la cita culterana como trampa
academicista e ideologizante: El realismo crítico, poético y popular de Jesús
Enrique Guédez se desenvuelve en la vitalidad de los niños que simulan en el
barrio fusilamientos y juicios sumarios a la pobreza; los autorretratos del
desempleado, la madre proletaria y el obrero petrolero que son reivindicados en
una estética de la fealdad afín a Baudelaire y Pocaterra [pues la gente se ve y
reconoce en el film sin intermediación alguna]; los cartelones, las pancartas y
el estrépito del megáfono como recursos de insurgencia; o la fusión del
compromiso político y el aliento poético arrebatador de “El Iluminado”, su
único largometraje de ficción. Por supuesto, se trata de visibilizar al
atribulado ciudadano a campo traviesa, sin la estridencia de los efectos
especiales de la industria cinematográfica, ni las líneas editoriales de los
medios y redes sociales en las peores manos. Ensayado y ensayista se
reconcilian en hacer estallar las calles con un cine díscolo y logrado.
El cortometraje de ficción “EX” no escapa
tampoco a las preocupaciones por el país y su coyuntura histórica patente en el
desmadre socioeconómico y el despropósito político. Revela las contradicciones
y la decadencia del modelo rentista petrolero, con sus altas dosis narcóticas
de consumismo y la débil diversificación productiva. Protagonizado por un
magnífico Roger Herrera y un flemático Jean Franco de Marchi, el film establece
el duelo silente entre el ex guerrillero y el corresponsal extranjero en el
caos ruidoso, carnavalesco y descoyuntado de la República petrolera. Los
monólogos de ambos comprenden los murmullos bipolares del insurgente aindiado,
vencido y traicionado, amén del fluir apolíneo [¿liberal?] de la conciencia del
periodista carente de certezas cual cronista de Indias. Incluso llama la
atención la bibliografía de bolsillo que esgrime cada quien: en el caso del ex
combatiente el “Anti-manual” de Ludovico Silva, garrote heterodoxo contra el
estalinismo y el realismo socialista; y en lo que toca al pérfido reportero
protestante, “Los caminos de la libertad” de Bertrand Russell, encrucijada del atomismo
lógico y el pesimismo en torno al abuso de la ciencia que reedita al Stevenson
de Doctor Jekyll y Míster Hyde. Simón Bolívar, mediatizado y manipulado desde
1830 por inquisidores políticos impresentables, no es más que un espectro
silencioso ante la cefalea taladrante del marginado en el teatro de las
ilusiones más decepcionante. Sin embargo, Miguel Guédez no desmaya en las
inhóspitas locaciones de la nación y el continente, pues el maremágnum del
debate en medio del escurridizo y escindido momento histórico, es caldo
propicio para la configuración de una perspectiva cinematográfica de clase.
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