PABLO NERUDA O DEL CREPÚSCULO
CANÍBAL
José Carlos De Nóbrega
1.- Crepusculario (1923) es
el libro inicial de Pablo Neruda que nos mueve todavía a la más inmediata
simpatía. Este poemario de formación, no obstante la fluencia discursiva del post-romanticismo
y el modernismo hispanoamericano, prefigura una voz lírica muy personal en
sostenida, contingente y humanística construcción. El conjunto que se equipara
a un Pentateuco terrenal, intercala la versificación uniforme [ESTA IGLESIA NO
TIENE], la atenuación paulatina de la rima [GRITA] y el verso libre [SI DIOS
ESTÁ EN MI VERSO]. La lectura compulsiva de los poetas que le antecedieron y,
en especial, del paisaje marino y humano que invoca al Pacífico Sur amado por
Chile, no es un pretexto para cometer el parricidio del poema padre como tal,
ni mucho menos componer apologías ideológicas que esterilicen el discurso
poético. Por el contrario, delata el corazón de una propuesta lírica ambiciosa
y centrada por venir que se consolidaría en los puntos altos de “Residencia en
la tierra”, “Canto General” y “Odas elementales”. FAREWELL, por ejemplo, es un
gran poema amoroso que se cuece al calor de la Paradoja y cuyo tenor dialéctico,
transparente y esencialista se desarrollaría en títulos como “Veinte poemas de
amor y una canción desesperada” y “Cien sonetos de amor” [estos hitos amatorios
de la obra de Neruda siguen siendo veta propicia a merced de plagiarios, poetas
malagradecidos y usuarios urgidos con justicia y toda razón en los menesteres
de la seducción]. Su “desconsolado jardín adolescente” tiene como fondo la
luminosidad y el colorido crepuscular: El motivo paisajístico y la plasticidad
de la imaginería juvenil salen bien librados, tanto en el poema que se enamora
en la intensidad erótica como en el lienzo que se solidariza con el Otro, el
semejante más desamparado, esto es el campesinado, el ciego de la pandereta o
los jugadores que rumian la distracción de la mala fortuna. PELLEAS Y MELISANDA
se nos antoja un libreto para marionetas afín a la endecha, la elegía y el
melodrama operático mediterráneo. No en balde sus inconsistencias, el poeta
chileno va aprendiendo la vinculación del concepto emocionado con lo musical y
lo objetual, de manera que el poema trascienda y revoque las especulaciones totalizadoras
que encorseten las maravillas del mundo.
2.- Veinte poemas de amor y una
canción desesperada (1924), sin importar la depreciación del
tiempo, ni mucho menos el conservadurismo de la recepción adulta propia o ajena
que naufragan en la fama y el mercadeo, significó para el Neruda maduro la
fuerza originaria que lo seguía atando al crepusculario entusiasta, su
paisajística marina amenazante, el ardor amoroso y la pasión que justifica la
resurrección poética y vital de todos los días. Nuestros padres y hermanos mayores
–consanguíneos o no-, nos recitaron alguna vez poemas enteros como el 15 o el
20 [en este último caso, mi madre acompañaba en portuñol la versión baladista y
chilena de Ginette Acevedo en acetato, mientras acometía los oficios del hogar
caraqueño]. Sólo esperamos que ni a Chino ni a Nacho se les ocurra una adorable
y sosa versión de cualquiera de estos poemas en el marco de la musicalidad
idiota con la que han atrofiado los oídos de más de uno. Despojándonos de
nuestra lengua extraliteraria y malhablada, el discurso amoroso y erótico se
regodea esta vez en la salivación y la lubricidad de la contradicción, la
asonancia, la aliteración y la paráfrasis de poetas como Tagore o Shakespeare. El
conjunto, si nos atenemos a uno de nuestros poemas preferidos –el 8, abeja que
abreva y zumba en deliciosa sinestesia-, se asimila a una Colmena dorada y
mestiza de veintiún celdas que guardan la miel agridulce del vocerío caótico a
ser doblegado y reivindicado por la poesía auténtica: “Ay seguir el camino que
se aleja de todo, / donde no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno,
/ con sus ojos abiertos entre el rocío”. Tránsito de los amantes que brinca del
Jardín de las Delicias del Bosco en toda su concupiscencia rebelde,
revolcándose en el expresionismo de Klimt, hasta regresar al Paraíso
condicionado del Edén esbozado por Miguel Ángel: “Cantar, arder, huir, como un
campanario en las manos de un loco”. Se nos propone sobresaturarnos de amor,
ello en la sucesión caótica de símiles que nos dibujen a la amada en cacofonía
ebria.
3.- Cien sonetos de amor (1959), si bien es un libro de madurez, nos
cautiva por el tratamiento dinámico, personalizado y sentido del género
literario que es el soneto. Esta ejemplar revisita y revisión a los poetas
clásicos como Shakespeare, Góngora y Garcilaso de la Vega, se emparenta con la
reivindicación clásica y la experimentación en los compuestos por Lêdo Ivo, la
fidelidad gongorina muy personal de Ana Enriqueta Terán vertida en el gato y el
caballo blanco, o los desconcertantes sonetos imbrios de Rafael José Muñoz. El
Sonetario de Neruda, bien enhebrado en el verso libre y diáfano, constituye un
conjunto híbrido que suena a Diario y a Epistolario que registran la comunidad
amorosa que construyó en tiempo real con Matilde Urrutia, eso sí, en los giros
efusivos, contingentes y divergentes de su cotidianidad. La diversidad
apasionada del afán amatorio de la voz poética, no desdice la lectura atenta
del conceptismo barroco de Miguel de Guevara y Sor Juana Inés de la Cruz
[soneto XLIV], ni el panteísmo lírico y paisajístico de la lírica greco-latina,
mucho menos la consideración de Catulo como voz amorosa que elogia la cabellera
de Berenice [soneto XIV] o la transfiguración de su peculiar procacidad
políticamente incorrecta [soneto LVII, “Mienten los que dijeron que yo perdí la
luna”]. La literatura auténtica es la metáfora multidimensional que más se
aproxima a los libros vivos que son los seres humanos. El versolibrismo no es
un experimento gratuito ni egocentrista, pues se reconstituye como vehículo
inherente a la expresión amorosa que se afinca en el milagro opuesto a la
cosificación fetichista y represiva del amor erótico. En este caso, la Paradoja
excede los devaneos y tanteos semánticos inútiles, pues se trata de una
aproximación vitalista a las ceremonias de seducción, contristación, goce
carnal y despecho en el vínculo significativo de pareja. El poemario comprende
cuatro partes que connotan no sólo el transcurrir del día, sino la simulación
magistral de los sentimientos encontrados que entraña la comunidad bipolar y
asombrosa de ambos amantes: Desde el madrugador Soneto Caníbal [XI],
atravesando a nado enamorado los textos solares, hasta los nocturnos como el XC
que nos muestra al Amor y a la Muerte bailando un tango estremecedor en comandita
macabra o, mejor todavía, el siguiente soneto que nos pinta a la vejez en tanto
depreciación implacable de los cuerpos: “Y aún allá abajo el tiempo sigue
siendo, / esperando, lloviendo sobre el polvo, / ávido de borrar hasta la
ausencia”. Sin embargo, el numerado XCVI, apuesta no sólo por la resurrección
sensual de la carne, sino también por la renovación espiritual y estética que
traiga consigo el cambio endógeno que invada al mundo exterior con alegría
subversiva: “Y cuando esté recién lavado el mundo / nacerán otros ojos en el
agua / y crecerá sin lágrimas el trigo”.
4.- Para nacer he nacido (1978) es
un compendio póstumo estructurado en siete cuadernos a la manera de un collage
textual de diversas fuentes hemerográficas, bibliográficas y oratorias. Este
sancocho cruzado transgenérico comprende la prosa poética juvenil, los apuntes previos
a toda autobiografía, los manifiestos políticos, y el libro de viajes de
diversas estaciones y etapas [convoca al dandy adolescente, el sibarita, el
poeta conmovido y el duro militante comunista de la madurez; sin embargo, estas
personalidades díscolas apuntalan el asombro del escritor ante el mural
abigarrado de la Geografía Humana]. Asimismo, sublimados por él mismo las
ojerizas y los odios personales, no podemos obviar las nítidas, agradecidas y
solidarias aproximaciones a poetas y escritores amigos como Gabriela Mistral, Federico
García Lorca, Vladimir Maiakovski, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Miguel
Otero Silva y José Revueltas. En otros términos, este libro misceláneo, además
de astillar subrepticiamente al Neruda legendario e hipertrofiado exponiéndolo
en su más franca y desnuda humanidad, nos permite acceder a una prosa vibrante
que atraviesa el laberinto discursivo desde la Elegía hasta la Apología festiva,
en ambos casos de una transparencia que no contradice algunos excesos retóricos
muy suyos, pues Don Pablo sigue pretendiendo encontrarse en el influjo tierno y
épico de Homero hasta en “sus palos de ciego”.
En
Valencia de San Desiderio, martes 12 de julio de 2016.
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