TROTSKY COMO MOTIVO Y ACTOR
LITERARIO
José Carlos De Nóbrega
León Trotsky, luego de
un destierro prolongado y accidentado, falleció asesinado por Ramón Mercader
–el largo brazo derecho de Stalin- el 21 de agosto de 1940, luego de casi dos
días de agonía. Supuso un colofón desesperanzador de las expectativas de la
Revolución Rusa de 1917. La literatura se ha confabulado en la aproximación
heterodoxa a tan trascendental personaje histórico. Tenemos las novelas “La
segunda muerte de Ramón Mercader” (1969) de Jorge Semprún, “El hombre que amaba
a los perros” (2009) de Leonardo Padura, “Natacha, te quiero tanto” (1981) de
Pedro Berroeta y el sexto capítulo de la novela coral “Tres tristes tigres”
(1967) de Guillermo Cabrera Infante, además del largo poema “El criador de conejos o La mañana
silenciosa en que Lenin se apoya en su hombro” (2000) de Roberto Amigo.
Trotsky fue un importante crítico literario, pues el lector puede comprobarlo
al acceder a su libro “Literatura y Revolución” (1923), título que es aún
susceptible de comentarios apasionados y polémicas encendidas [son inolvidables
sus ensayos sobre Maiakovsky y Celine].
El
acercamiento literario a la vida y obra del escritor, político y creador del
Ejército Rojo, dadas las referencias antes esbozadas, trae consigo hondas
repercusiones ideológicas y estéticas. En el caso de Jorge Semprún, observamos
el desarrollo de historias paralelas en contrapicado: En su novela publicada
originalmente en francés, si bien se centra en la figura controversial de Ramón
Mercader, fluye también la alusión al cordero propiciatorio que fue Trotsky,
ello en la fusión de la narrativa de política ficción, la novela de espionaje y
la de aventuras que deviene en una contrapropuesta novelística. El desencanto
político y artístico van a la par, en el marco de la pre-guerra, la Guerra
Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, pues evidenció el
cerco a las libertades públicas y privadas en la alineación y el reacomodo de
los bandos norteamericano y soviético en pugna que picaron el pastel del mundo
a su antojo. Jorge Semprún se suma por fortuna a la oleada cálida de la
escritura escéptica y políticamente incorrecta de George Orwell, Graham Greene,
Juan Rulfo, Thomas Mann y Aldous Huxley, la cual se inscribe en lo que Trotsky
definió como el urgente imperativo de fundirse y renacer en la necesidad de la
emancipación del espíritu y el hombre.
La
novela “El hombre que amaba a los perros” de Leonardo Padura, asume la mixtura
dinámica de diversos géneros como la novela histórica, el reportaje
periodístico y la biografía. Es notable el influjo del Nuevo Periodismo de Tom
Wolfe y la novela negra de Raymond Chandler en el tenor crítico y estético de
su discurso novelístico propio. La reescritura Épica e Histórica involucra al
escritor cubano Iván Calderón, a León Trotsky y su homicida Ramón Mercader en
una Mascarada libertaria que embiste el orden monolítico tanto en la Cuba
bloqueada del período especial como en las tensiones intercontinentales de la
Guerra Fría. Se desarrollan tres historias: La de
Trotsky y su exilio en una bitácora acosada y trágica; la de Mercader, ahondando
su perfil psicológico y su formación política de línea dura; y la de Iván,
específicamente su proceso de degradación y compulsión personal, intelectual,
política y artística. ¿Acaso la vida, obra y magnicidio de Trotsky, le mueven a
una posición crítica personal voluntarista respecto al siglo XXI?
El
experimento paródico de Cabrera Infante, “La muerte de Trotsky referida por
varios escritores cubanos, años después –o antes”, se erige como pastiche
literario mestizo y arremetida política al curso endurecido de la Revolución
Cubana, quién sabe si en el silencio de sus logros sociales palpables: Desde la
falsificación ultraterrena de las crónicas en el exilio de Martí; el breve y
brillante plagio deliberado que remeda el Barroco de Lezama Lima hecho objeto
en el piolet clavado “sobre la cocorotina dialéctica del león”; el poema en
prosa antropológico y yoruba de Lydia Cabrera; hasta el texto dramático en
verso y prosa de Nicolás Guillén que reproduce la alucinante tribulación de
Mornard el homicida en la cárcel de Lecumberri [“No sé por qué piensas tú /
León Trotsky que te di yo. / Al hacha que tenía yo / diste con tu nuca tú”],
estableciendo un contrapunteo satírico de coplas y versos libres con su egregia
víctima.
El
poema extenso de Roberto Amigo recrea el particular martirologio de León
Trotsky el día mismo de su asesinato. Se nos viene a la memoria la
transfiguración fílmica y cristológica, si se quiere, de Joseph Losey y el
poema “Taberna” del escritor salvadoreño Roque Dalton: “Tengo
miedo de dormir solo / con ese libro de Trotzky en la mesa de noche: / es
terrible como una lámpara, / como un cubo de hielo / en el espíritu del anciano
resfriado”. Resulta causal que el director norteamericano sufrió la exclusión
del Macartismo, lo cual provocó su exilio europeo, mientras que Dalton sería
otro chivo expiatorio de los herederos del estalinismo, sus propios compañeros
de lucha antiimperialista. Se trata del miedo que sacude y aterra la mentalidad
estrecha del pensamiento reaccionario conservador, la ortodoxia marxista
vertical y el funcionarismo denunciado y desmontado por Gramsci. El poeta Amigo
apela al decir transparente para oponerse a la futilidad de los exegetas
marxistas de cafetín divorciados del prójimo sufriente: “Los conejos deben
criarse / científicamente / como la Revolución. / Meticuloso aprendizaje / de
estructura digestiva”.
A setenta
y seis años del magnicidio en Coyoacán, es pertinente bucear lúdica y
críticamente en sus múltiples implicaciones. El legado de Trotsky no puede
pasar inadvertido en la consolidación del socialismo auténtico en América
Latina y el resto del mundo. Temas como la Revolución Permanente, la compleja
problemática de la cultura y el arte proletarios más allá de dogmas y slogans,
y la independencia del arte inmersa en el proceso de cambios, han de ser
merecedores de una lectura atenta, pertinente y rebelde. ¿Qué esperamos para
asumir una ciudadanía responsable y en libertad?
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