sábado, 19 de diciembre de 2015

ODRES NUEVOS PARA VINOS NUEVOS. MEMORIAS E IDENTIDADES EN LA OBRA DE JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA. María Elisa Núñez



María Elisa alumbrando el atardecer

Nota del Administrador: He aquí un texto entrañable, la presentación que nos tributó el martes 24 de noviembre de 2015 la estupenda profesora y mejor amiga María Elisa Núñez sobre nuestra obra literaria compulsiva. Ello en el marco del XXI Encuentro de Escritores Venezolanos desarrollado en el Aula Magna de la Facultad de Filología, Edificio Anaya, Universidad de Salamanca. Como podrá notar el lector atento, María Elisa posee un estilo ensayístico transparente, amoroso y caribeño por demás. No nos queda otra que el más devoto de los agradecimientos. ¡Enhorabuena por mí, dado este privilegio! JCDN.
 
 
 
Odres nuevos para vinos nuevos.

Memorias e identidades en la obra de José Carlos De Nóbrega.

 

María Elisa Núñez

 

 

                                                                                  “Si hubiera identidad entre la palabra y su objeto, el término “fuego” quemaría en la boca.

Máxima budista

 

   

Desde Valencia, la de Venezuela,  ha venido José Carlos De Nóbrega; y con él las ficciones de El dragón Lusitano y otros relatos (2009),  y la prosa vívida y certera de sus Salmos compulsivos por la ciudad (2007)  y Derivando a Valencia a la deriva (2006).

Escritor de pluma incansable, intelectual preclaro y profesor de varias generaciones, en José Carlos De Nóbrega convergen varias facetas y varias corrientes de la literatura nacional. En su obra todo es memoria pero también formas nuevas de nombrar la realidad.

 

¿Desde dónde leer la obra de De Nóbrega? 

Sin ánimos de abarcar las muchas posibilidades que su obra convoca, me permitiré presentar algunas líneas de estudio, algunas inquietudes que se han despertado.

Muchas de las páginas de la obra de José Carlos De Nóbrega  me sugieren leerlo desde los postulados que refiere  Giorgio Agamber[1] (2001) en Infancia e historia. Destrucción  de la experiencia y origen de la historia.

Encuentro que en muchos de los textos que pueblan la obra de De Nóbrega se presenta lo señalado por Agamber: una particular fractura entre saber y narración en algunos momentos de la literatura venezolana; todo ello en el marco del  característico “orden” de la moderna sociedad occidental que en ocasiones relegó a la fantasía a un segundo plano al tiempo que dio  protagonismo a la racionalidad cartesiana. 

 

Si nos situamos en la suma de autores que analiza José Carlos De Nóbrega,  la ruptura que refiere Agamber puede leerse como una  constante de buena parte de los ensayistas de las décadas del  40, 50 y 60 del pasado siglo, cuando la ciudad y sus órdenes comienzan a ocupar un lugar central aunque todavía sujetos a nociones de urbanidad universal y valor cosmopolita. Esta particularidad se vertía en la narrativa, la poesía y la historiografía que se desarrollaba junto a la pujante industria petrolera, la explosión demográfica, la hiperconstrucción de las urbes, la masificación de la academia, y la profesionalización de los estudios históricos, literarios y científicos. Una Venezuela que marchaba a la par de casi toda Latinoamérica, y que se había alejado en parte de los modelos europeos.

Sin  embargo, en los últimos años del siglo XX, superada y deconstruída la modernidad, asumen protagonismo otras identidades y otras vivencias comunes; y  el cruce entre el sujeto de la experiencia y el sujeto del conocimiento adquiere nuevos matices.  En la literatura cobran  importancia nuevos topos: la evolución política, económica, social y cultural; y una nueva poética de la ciudad emerge. Se sucede también un nuevo trazado del heroísmo en  la conciencia nacional y una distinta reconfiguración simbólica del espacio urbano. 

De igual forma, las nuevas subjetividades facultadas para transitar a uno y otro lado de la historia, dejan al descubierto el proceso de auto inscripción en un nuevo campo cultural en el que los intelectuales productores de nuevos discursos nos revelan qué es lo que tienen que decir y para qué las nuevas voces que protagonizan el quehacer nacional. 

 

En este marco resulta sumamente interesante la lectura de los libros de José Carlos De Nóbrega.

 

En Salmos compulsivos por la ciudad, el autor nos comparte sus reflexiones sobre la obra de un nutrido grupo de escritores venezolanos y latinoamericanos, valiosa muestra de identidades más que singulares.  En la selección de su corpus, en la experiencia que relaciona su estudio y el influjo que puedan tener en la propia obra de De Nóbrega, el autor ya manifiesta un interés que no solo sirve para abolir la indiferencia colectiva hacia cierto sector olvidado de nuestra literatura.  Pero no por ello De Nóbrega  se dará a la tarea de censurar o demonizar ni las formas ni las categorías empleadas por otros estudiosos que le antecedieran.  La función de De Nóbrega no es volver sobre los valores estéticos reseñados en el pasado sino, en primer lugar, la explotación de una marca ideológica y, en segundo lugar, la reflexión sobre el significado de la obra de estos autores en un espacio temporal específico. A través de las ficciones históricas y literarias de Rufino Blanco Fombona, Guillermo Meneses, Andrés Mariño Palacio, Salvador Garmendia, Israel Centeno, Julio Garmendia o Enrique Bernardo Núñez, emerge un doble movimiento:

Por un lado, el acto simple de rememorar desde los márgenes devela la posibilidad real de pensar la literatura como una parte inobjetable de nuestra historia.  Sobre este particular – y tal como refiere De Nóbrega- basta señalar el importante papel de Guillermo Meneses tanto en la cuentística como en la crítica, y los numerosos estudios sobre  su obra: las decenas de libros y trabajos de grado y postgrado, así como también las versiones fílmicas realizadas en Venezuela, Argentina y México a una de sus obras más conocidas: La balandra Isabel llegó  esta tarde.

Y por otro la memoria de la palabra que apunta hacia la conciliación de visiones, hacia la integración de experiencias que pretenden unificar a los sujetos de la rememoración; es decir, reconstruirlos como recuerdo común y extrapolar su experiencia a la vivencia colectiva.  Ejemplo innegable de lo antes citado son los ensayos dedicados a la obra de César Vallejo, Vicente Huidobro y Octavio Paz, en los cuales no sólo destaca los valores estilísticos y lingüísticos como la libertad de la metáfora, la libertad del verso, el ars poética, sino también (y muy especialmente a través de la obra de Octavio Paz) los arquetipos constitutivos de nuestra cultura como el Pachuco, el nuyorican y el crossover hoy bien conocidos.

 

En sus visiones y versiones de los autores estudiados, De Nóbrega se nos ofrece como el escritor que siente al país y a su literatura, que se reconoce heredero del poderoso legado latinoamericano que le antecede; y cuyo tránsito no es otro que profundizar en un camino estético en el que la historia, la filosofía, la perspectiva política, el influjo de la música, la televisión o el cine, devienen en una expresión y una voz propia que busca con afán  elevar el tono de aquellos escritores que han legitimado nuestro acervo más auténtico; nuestra independencia y nuestra identidad cultural.

 

En la misma línea pero centrado esta vez en una geografía que se nos antoja  más personal, su  obra Derivando a Valencia a la deriva, debe  ser leída como una proclama literaria que exige para su ciudad mayor reconocimiento como epicentro literario y sólido asidero del imaginario nacional. Un  amplio conjunto de  personalidades del ámbito  literario, teatral y musical; junto a uno que otro  desconocido e inclasificable talento  (Argenis Salazar: sonoludens) pueblan sus  160 páginas.

En esta ...Valencia a la deriva  quiero destacar especialmente varios aspectos:

En primer término  la muy adecuada selección y la acertada cronología de autores valencianos y carabobeños que han honrado las letras venezolanas tanto dentro como fuera del país. En especial las voces de Vicente Gerbasi, Ida Gramcko, Manuel Vicente Romero García, José Rafael Pocaterra, Óscar Guaramato, Laura Antillano, Orlando Chirinos y María Narea; cuyas obras nos han permitido conocer entre otros aspectos qué tan ancho y ajeno o cercano es el mundo del padre inmigrante de Gerbasi, cómo sonaba y soñaba la diáspora que arribara a las costas venezolanas con Ida Gramcko y su familia; cuán dolorosa fue la irrupción de la violencia que se ensañó contra los artistas en un tiempo aciago de nuestra historia, obligándoles a alejarse de su hogar, como le ocurre al personaje de la Peonía de Romero García, o hasta donde llegaba la experimentación con el lenguaje de Guaramato en su cuento “La niña vegetal”.

Y en segundo término, el innegable lugar que ocupan las publicaciones periódicas en la memoria literaria venezolana. De Nóbrega reconstruye hermosamente la trayectoria de la Revista Poesía (amén de otras publicaciones periódicas del mismo tipo), para poner de manifiesto la enorme valía de sus directores a la hora de dar cabida a tres generaciones diferentes de poetas; a la incansable tarea de difusión de la poesía como género, y muy especialmente, a la consolidación de una cultura hemerográfica global.

Como aportes novedosos no puedo dejar de reseñar el espacio que dedica al trabajo artístico de dos artistas: Javier Téllez y el sonoludens  Argenis Salazar. De Téllez refiere el impacto social que supuso la exposición de su disruptiva y polémica obra: “La extracción de la piedra de la locura”; y  para hablarnos  de Salazar nos lega un grandioso texto intitulado “El caballo pornofónico”. De Nóbrega nos revela a los no iniciados los alcances de la instalación artística pensada desde la enfermedad mental así como también el juego con los  sonidos  y las formas poéticas; la transdisciplinariedad de  creadores que se cuestionan a la manera de Foucault los regímenes de internamiento y las formas de control social.  Nada escapa a la sensibilidad de José Carlos. El dolor y el genio no le son ajenos.

 

Llegados a este punto, y  casi para finalizar, no puedo dejar de señalar que a la obra ensayista de José Carlos De Nóbrega debemos sumar los textos de El dragón Lusitano y otros relatos, y la traducción de los volúmenes Las imaginaciones / El soldado raso de Ledo Ivo y La pasión según GH de Clarice Lispector, respectivamente. Obras concebidas desde otra perspectiva lingüística.

Lo que más me interesa destacar  son los alcances del lenguaje;  por ello creo  que El sublime objeto de la ideologia  (2001)  de Slavoj Zizek[2] es un excelente prisma desde el cual proyectar cómo  son patentes en la obra de De Nóbrega la vieja tensión entre el descriptivismo y el antidescriptivismo, como vías de aproximación a los usos del lenguaje.

 

 “¿cómo se refieren los nombres a los objetos que denotan? (...) [para Zizek] la respuesta del descriptivismo es la obvia: a causa de su significado; cada palabra es portadora, en primer lugar, de un cierto significado (...) frente a ella, opuesta pero no distante, la  respuesta  del antidescriptivismo, en cambio, es que una palabra está conectada a un objeto mediante un acto de “bautismo primigenio”, y este vínculo se mantiene aún cuando el cúmulo de rasgos descriptivos que determinó el significado de la palabra cambie por completo.”

 

Según lo antes  expuesto, hay un doble movimiento que opera en la formulación y el enunciado de casi cualquier sustantivo. Al principio se produce la entronización de un significante a partir de una serie de características  definidoras de un objeto.  Y pese a los nuevos significados que le sean atribuibles no perderá su noción primigenia.

Pero ¿qué pasa cuando en oposición a la experiencia y a la memoria cultural se le da un significado otro a las palabras?  Dar respuesta a esta pregunta parece ser la intención que subyace en El dragón Lusitano y otros relatos.  

A lo largo de 24 relatos breves De Nóbrega pone de manifiesto que el lenguaje y sus significados son la herramienta sobre la que se apoyan historia y personajes.  A la manera de lo que Halliday denomina “estructura semiótica de la situación”, De Nóbrega nos expone un entramado discursivo en el que la memoria que acompaña a la voz narrativa va construyendo a partir de su discurso un conjunto de hombres y mujeres cuya identidad no posee un carácter único; sino que se expresa a través de las añoranzas, anécdotas y re-elaboraciones de los recuerdos que se van hilando en cada relato. Los personajes son el nombre con el que han sido re-bautizados  por el autor; el apodo que  reemplaza al nombre propio y  que nominaliza  de manera jocosa, amorosa o hilarante, las voces de la otredad que pueblan sus historias. 

Pero la identidad también se expresa en el cuerpo, en la piel, en los objetos, que acompañan el espacio que pueblan los personajes.

 

Por eso no pueden sernos indiferente la tragedia del llamado  Dragón Lusitano, ídolo venido a menos tras el tufillo cervecero y el frágil equilibrio de la barra de un tugurio de algún pueblo como él, hace mucho perdido… Como tampoco lo es la epopeya amorosa de Blasina de los Sauces, emparentada a fuego y piel con los avatares de su barriada; orgullosa de su prole y de su estirpe de salvaje belleza, perpetuada en “la flaca”, “Tababi” y “la Mapi”....esclavas de su propia sensualidad y del deseo que hierve y pervierte los ojos de todo aquel que las mira. Y muy junta, lívida e inmaculada entre las páginas Daniela Corazón de Jesús, toda ella Cordero de oro, toda ella metáfora de un país y una sociedad que se reconoce y desfigura en su afán de redención e inevitable corrompimiento. 

Los personajes de De Nóbrega son siempre habitantes de dos mundos. El mundo del pasado en el que aparentemente han existido, del que hay datos, noticias, crónicas, incluso marcas en la piel.  Y el mundo otro, el de sus libros donde cada personaje es distinto al del recuerdo que el escritor vivió o imaginó.

Oscuros pero también impregnados de una ternura que conmueve, incombustibles y al mismo tiempo luminosos, los personajes que pueblan las ficciones de De Nóbrega parten de lo abyecto para vivenciar también una sublevación del ser; y acompañarnos como ya hicieran cada uno de sus compañeros de correrías en esta “...Salamanca nublada”.

Muchas gracias.




[1] AGAMBER, Giorgio (2001): Infancia e historia. Destrucción  de la experiencia y origen de la historia. Buenos Aires: Hidalgo Editora.
[2] ZIZEK, Slavoj (2001): El sublime objeto de la ideología. México: Siglo XXI editores.

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