sábado, 19 de diciembre de 2015

CON CLAUDIA VIENDO A SALAMANCA NUBLADA. José Carlos De Nóbrega



William Torrealba, José Carlos De Nóbrega y Fray Luis de León en el Patio de Escuelas, Salamanca

CON CLAUDIA VIENDO A SALAMANCA NUBLADA

José Carlos De Nóbrega

Diálogo legendario de un infierno celeste, proyecta un abismo de ángeles. Wafi Salih.

Soñemos sueños de cartografía / orgánica y corpórea en el deshielo. Mª Ángeles Pérez López.

A la linda, mestiza y multinacional juventud que ama a Salamanca en su bullir prístino.

     La Casa de Unamuno nos acoge en su silencio inaudito. Vi a Claudia por primera vez en el comedor del Colegio Mayor de Oviedo. Tenía una plácida conversación de sobremesa con unos muy jóvenes compañeros. Sus ojos son dos grandes paraparas de luz matinal. Desde ese momento no puedo leer a Salamanca sin ellos. Me impactó la transparencia de su rostro cordial, mexicano y sobre todo pícaro. El habla de ella se desliza empapando las cosas con una ternura cortazariana: Esta gata inquieta nos contempla desde el extraño ojo triangular donde despacha María Ángeles en Anaya, mientras espero la hora de la clase que imparto en Anayita. ¿Una cara tan preciada puede engullir a Salamanca entera? Creo que sí, pues se me antoja un laberinto de enigmas sorprendentes por venir.

     Ayer no la pude ver. Estaba en el estadio Santiago Bernabéu, plena de contentamiento y disfrutando el clásico Real Madrid 0-Barcelona 4. Los pepinazos de Suárez, Iniesta y Neymar le estropearon la jornada a Florentino Pérez, cuya concepción del fútbol me aterra. Yo, entretanto, pasaba la tarde-noche visitando el Museo de Salamanca. Me conmovieron las figuras yacentes de Doña Aldonza de Guzmán y Montejo, estatua triste de sal, y el amodorrado Caballero de la orden de Malta hecho micosis. Pareciera que la exposición fuese soñada por esta insólita pareja: Los retablos religiosos, los santos, la rana de piedra, la elevación de la cruz y el diluvio universal que nos llevó cual tsunami de vuelta al Colegio de Oviedo. El poeta Blas de Otero me comentaba en la Plaza Mayor que Claudia era muy querida por estos lares. Su personalidad sazonaba a la ciudad con un poquito de picante vivaz. Sólo que al recordar los muertos de Beirut, Gaza y París, se le ensombreció el semblante bilbaíno: “Traigo una rosa en sangre entre las manos / ensangrentadas. Porque es que no hay más / que sangre, // y una horrorosa sed / dando gritos en medio de la sangre”. Pero cuasi de inmediato la imagen de nuestra amiga común saltó de la tribuna del estadio, para confortarnos con su compañía y un helado de chocolate de la Valenciana, ello bajo la mirada atenta, hispánica y caribeña de María Elisa y Paco.

     Ella es la calaca que siempre quiso dibujar José Guadalupe Posada [algo así le pasó a De Chirico con la flemática belleza de Clarice Lispector, hasta el punto de no cansarse de pintar su rostro]. Se sabe que el mismísimo Goya quiso alguna vez incluirla en sus cuadros taurinos o de costumbres: ataviada de bailadora de flamenco y recostada en un diván verde. Como lo leemos en los cuentos de Laura Antillano, la única alternativa válida de la vida reside en la probabilidad del revestimiento mágico. Claudia me lleva de la mano a la Casa de las Conchas para ojear libros estupendos en su biblioteca, desde los de Juan Rulfo, revulsiva revisita de José Revueltas interpuesta, Sor Juana Inés de la Cruz [su diosa tutelar], hasta los brillantes ensayos de Susan Sontag. Nuestra amable y amantísima niña nos arrebata con las sentidas canciones de Chabela Vargas, a la sombra de las coníferas cuyas frondas bailan de gusto al son del gélido viento salmantino.

     De repente ambos topamos con mis tres amores trujillanos: la narradora Sol Linares y las poetas Ana Enriqueta Terán y Wafi Salih. Nos sumamos al grupo para presentar nuestros respetos a Fray Luis de León, uno de los grandes profetas de la lengua, en el Patio de Escuelas. Sol le encandiló con sus cuentos de peripatéticos amores imaginarios, duelos psiquiátricos y guiños cómplices a [lo] Ambrose Bierce. Doña Ana le declamó un par de Décimas Andinas, el soneto a un caballo blanco y contó hasta cien con la prestancia musical de siempre, para luego excusarse con todos porque tenía una conversación pendiente con el cineasta Manuel de Oliveira a orillas del río Duero [caudales confidentes acumulados durante un siglo]. Wafi le cantó un haykú entrañable y más tarde leyó tres poemas en prosa de El Dios de las Dunas: “Enmudece para oír desde el minarete a los pájaros en su cóncava extensión de infinito”. Deshecho el milagroso grupo, Claudia me recordó que tres psiquiatras de cuidado tenían un consultorio en Ávila para competir con Santa Teresa de Jesús en eso de escrutar almas esquivas: los escritores Pedro Téllez, Slavko Zupcic y Luis Enrique Belmonte. Su estulta nave surcaba el río Tormes de vez en cuando, pues su tripulación corsaria integrada por miembros de la Orden de San Desiderio y el Colectivo Místico Anarquista ¡Rasputín Vive!, tomaba por asalto a Salamanca todos los jueves, eso sí, tragos de ron y besos robados a las estudiantes mediante.

     Frente a la imponente y multicolor fachada de la Catedral de Salamanca, dos beldades gallegas perseguían el sombrero del viejo Cavafis quien se había quedado dormido en la escala: la poeta Rosalía de Castro y una de mis alumnas preferidas, Alicia, quien en un “pris” le dio alcance. Antes del percance, ellas falaban cantigas de Alfonso El Sabio. Por cierto, minutos antes y sin querer, Claudia casi atropellaba a un Rubén Darío Lagonell alegre, acodado y pedaleando en su bicicleta nueva. Más tarde, nos reencontramos con Blas de Otero bien acompañado y atrincherado con los poetas del Decir: El Gallo Mujica, Adhely Rivero, Juan Calzadilla y Luis Alberto Angulo con su toma de “redtratos” por doquier. Ellos se ocupaban en el Café Real libando cañas y escribiendo en comandita otra “Cartilla (Poética)”. Notamos que la incansable Doctora Carmen Ruiz Barrionuevo andaba buscando a un despistado salmista compulsivo por toda la Plaza Mayor. Ella temía que este venezolano se hubiera lanzado al Tormes para embucharse de la luna salmantina, pobre tipejo que ensaya tales disparates. El verdor sensual e incendiario de Eva Guerrero se contoneaba a la luz de un merengue de Juan Luis Guerra, siendo aplaudida y vitoreada en el acto por Don Pedro Henríquez Ureña que se encontraba de visita.

     Salamanca es la gran casa dorada donde vive Claudia. Ya les dije que se puede leer amorosamente la ciudad a través de sus ojos grandototes. Ella es un Aleph que deambula impunemente por sus calles, corredores y misteriosos pasajes: Concentra en su cuerpo sedoso y juvenil todos los lugares, las anécdotas y los grandes relatos que dignifican la lengua de los hombres. He aquí que la niebla la abriga como en una ensoñación delirante y espectral. Quizás por eso Salamanca es el lugar emblemático que soñé sin conocerlo hasta el sol inédito de hoy.

     Pasé con Carlos Ferreira y su tocayo Yusti buscando a un trío inusual de peregrinos en el terminal de autobuses: Reynaldo Pérez Só, Elías Canetti y Argenis Salazar, quienes tenían un convivio apasionado sobre la ética viva de Emmanuel Lévinas y su magistral transfiguración cinematográfica en “Crímenes y Pecados” de Woody Allen. Venían de Toledo y Sevilla, luego de visitar juderías y lugares sacros. Me llamó la atención cómo Argenis logró encaramar en el bus a tres perros vikingos. Majas majaderías de un músico experimental: ¿acaso compondría un oratorio de tres canes cantando las coplas de Manrique? En el Aula Magna de la Facultad de Filología, mientras tanto, Claudia escuchaba enamorada y risueña la biografía oral de Daniel Santos en la voz ronca de Salvador Garmendia, las perversiones y afecciones psíquicas de Abigail Pulgar contadas por Andrés Mariño-Palacio y, para colmo, los cuentos de malhechores y milicos salvajes de Orlando Chirinos. Es como si Sherezade se metamorfoseara en un barbudo, un psicótico y un maracucho-coriano demoníaco respectivamente. La red de relatos y versos viste a Salamanca con el pasamontañas del Subcomandante Marcos, amenizada la velada con esa balada imprescindible que es “El Baile y el Salón” de Café Tacuba. Esta banda mexicana se tele-transportó en nanosegundos a otra locación: La Heladería La Valenciana, centro del dulce canto subversivo, donde María Elisa y Paco bailan entusiasmados el neo-corrido “La Ingrata”.

     En el Rectorado de la Universidad, Don Miguel de Unamuno le daba una zurra de Dios, Padre y su santa Palabra salamantina a un Primo de Rivera decrépito, enculillado y enfermo del mal del olvido que le inyectó el Gabo. Reaparecen en un abrir y cerrar de ojos, los tuyos mi querida Claudia, la estupenda poeta María Ángeles y Juan Carlos Mestre reescribiendo con un acordeón y al solaz de la poesía el poema “Os morcegos”, entretanto que Lêdo Ivo recorría nuevamente Sevilla, Salamanca y quizás Cavalo Morto montado en un fantástico mamut prestado. Enrique Arenas cumplió su sueño de dar clase en Anayita: A través de otros poetas venezolanos conversaba sobre sí mismo como el ensayista de raza que es.

     Despierto ahogado en el sudor, dada esta ensoñación abigarrada y extraña. Son las tres horas e intuyo que Claudia estará durmiendo tranquila y feliz. Su nuca apunta al igual que la de Felipe II en dirección del tríptico plástico “El Jardín de las Delicias” del Bosco. El cuadro está cerrado y se parece mucho a una naranja yacente. ¡Silencio!, chito, la muchacha adorada sueña y el Jardín de las Delicias despliega por la ciudad su legión de personajes maravillosos. Me doy cuenta que ella es la que me sueña, pues viajé del estupor a ese estado de gracia fugaz, resbaloso y contingente que se llama felicidad. Parafraseando a Serrat, aunque nos guste llorar cuando nadie nos ve. Felices sueños te provea la poesía del mundo, amantísima Claudia. 23/11/2015, 3:00 am.                                      

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