NOTAS PROVISIONALES SOBRE LA LITERATURA ARAGÜEÑA
José Carlos De Nóbrega
Bajo esta hora en ruinas / la poesía es un bisturí. Aly Pérez.
1.- Efrén Barazarte (Maracay, 1964). “Canto del Bosque” (1999) es el primer poemario de este escritor y docente universitario. Atento lector de la poesía venezolana, nos propone un diálogo paisajístico enclavado en su ciudad natal que funde una añoranza por lo rural y la mística disconformidad con el caos urbanístico. Los cincuenta poemas de este conjunto simulan una colectiva fotográfica y pictórica que se aproxima, museografía descoyuntada mediante, a la reconstrucción y conciliación de ambos paisajes: “Como en una inspiración neorromántica, / Andrés Bello / desde la ventanilla, es salvado por un árbol de / autopista / que mira y escucha en lo lejano”. La consideración del Bosque como ámbito salvífico posible, no sólo implica una lectura vivaz de la infancia sino también de otras voces como las de Teófilo Tortolero y Miguel Ramón Utrera [alusivas al patio sacro], además de la de Fray Luis de León [poeta traductor de Salomón y el libro de Job] que lo acompañan. El panteísmo de su Decir, poético pero ajeno al ritual religioso convencional, trae consigo caminos expresivos eclécticos como la estampa que cita a Van Gogh [“El vuelo desde los pasillos: / el reflejo amarillo en lo lejano”]; la reelaboración de la oración cristológica [“Amén de los cantos de las plazoletas / hasta el día de la venida del árbol de las antiguas ramas / Amén”]; o la lírica que pareciera remedar una canción políticamente incorrecta de The Clash [“Llega la mañana / cuando el sol orilla en la barca, / y algún funcionario / abre la puerta rápidamente / y atiende monótono el teléfono”]. La Paradoja, patente tanto en la Poesía del mundo como en las parábolas y milagros de Cristo, toca este libro y el corazón lector para sacudirnos el sopor de los sentidos. De manera que se vislumbre el Bosque anidado en cada quien y salten sus nervaduras verdes del basurero, pues la fronda es dibujada eidéticamente por los postes eléctricos como en un negativo fotográfico.
2.- José Pulido (Villa de Cura, 1945). “Los Mágicos” (1999) es la tercera novela de este escritor y periodista radicado en Caracas. Por cierto, si bien este texto forma parte de nuestro elástico y non sancto Canon nacional, nos llamó la atención que su acepción en el Diccionario de Literatura Venezolana (2013) coordinado por Víctor Bravo no le hiciera justicia: se limitó a la pereza de plagiar la nota de contratapa de la edición de Monte Ávila. La novela constituye una red transgenérica que integra la picaresca amarga de la decadencia finisecular de la República Petrolera, la novela negra y el reportaje de ficción como variante del Nuevo Periodismo. El éxodo físico, onírico e interior de Bernardo no sólo tiene como fondo la agreste sierra paradisíaca, el purgatorio de Villa de Cura y la infernal Caracas en un intervalo de cuarenta años; sino la cortina misma de la voz narrativa omnisciente que se quiebra desde la candidez del coplero conuquero, resbalando en la desconfianza del cronista regional, hasta la aspereza del reportero de sucesos o, mejor aún, la dura palabra de novelistas como Hammett, Spillane o Chandler. Entonces, el canto de ordeño, con la gaita gallega/guaracha de Billo, deviene en un narcocorrido a contramarcha.
En este caso, Bernardo [el camporuso desarraigado] encuentra su Alter Ego en Francisco [el jugador impenitente y el contratista de sicarios con sus crímenes a granel]. El caldo nutricio de la oralidad campesina, aldeana en transición citadina o transacción con la urbe, además del sazón malandro periférico, le permite a Pulido configurar una Metáfora de País que se ancla en el trípode impune del despropósito político e ideológico, la ludopatía [¿se acuerdan de José Ubert, el estafador de “Mene” de Díaz Sánchez?] y el asesinato promovido por hampones cartelizados y estadistas de pocas pulgas. La descomposición ética y ontológica de los personajes como Bernardo, Juana Martina, Kike y Eloísa, si bien de connotación hiperrealista y apocalíptica, se puede emparentar con la de la dupla Juan Preciado / Pedro Páramo, la que reportan Garmendia con Pedro Martán o Mariño Palacio y su atribulado Abigail Pulgar. No se trata entonces de reincidir en la dramaturgia griega clásica ni en la de Rodolfo Santana, sino de acometer la consideración frontal y crítica de un modelo civilizatorio que ha dispensado anti-desarrollo desde la Cosiata, embrión parricida de la república. “El diablo sobrevive incrustado en las exageraciones”, nos sugiere el epígrafe de una glosa que trice este desencanto y lo convierta en ímpetu de la conciencia propia proclive al cambio estructural, cultural y espiritual de la nación. La orfandad latinoamericana no puede conformarse con el llanto desconsolado, ni con sublimar el complejo de Edipo, mucho menos con el resentimiento criminal, para que nada se transforme en el desmadre de la Historia, no en balde sus chispazos revoltosos.
3.- Ingrid Chicote (Caracas, 1965). “Caída libre” (2014) toma la afortunada figura de un Pentateuco poético que nos ha deparado sumo contentamiento. Si bien no es oriunda de Aragua [está residenciada en Villa de Cura], ha desarrollado en ese estado su obra literaria, docente y de promoción cultural. “Águilas o saltamontes” (1999) es un primer eslabón que nos remite al haikú y a la fluencia de la literatura Zen que excede lo referencial: No subyace afortunadamente una filiación exótica ni un pretexto culterano, por el contrario, el lúdico afán lector destila la consolidación de una voz lírica muy personal. Se aproxima a lo que denominó Michael Hamburger la Nueva Austeridad, colindando con el Pessoa y sus heterónimos sin necesidad de utilizar este recurso directamente, además de su guiño cómplice y travieso con la antipoesía de Juan Calzadilla y Nicanor Parra que es Poesía del Decir. Nos referimos específicamente a una Poética de la Legión o Confederación de Almas [Tabucchi dixit], que procura la unidad en la dispersión de voces diversas y disímiles: “Mi vida externa habla por sí misma. / Dentro de mí / las almas que me habitan exigen mayor movilidad / hacia donde se desarrolla el misterio”. De allí que la fe auténtica en la poesía o la apuesta fuerte por la vida, sólo sea factible en el territorio extremo de las contradicciones. No en la planicie engañosa de los Paraísos artificiales del prestigio estético, ideológico o de ultratumba [la posteridad]. La esperanza fluctúa entre la filosofía y la poesía del vivir sin la mediación del Poder vertical: “¿Perplejidad? Rara palabra cuando la unimos / al yo de los sentimientos. Definir es el lado lógico. / Todos tratamos de explicar los espasmos de la existencia. / Sólo el fluir nos acerca a la verdad”. El hermosísimo poema XXII sí nos trae la tensión emotiva del corazón independiente y lindo de Amália Rodrigues:
“He invertido el tiempo en aprender, en educar mi temperamento, / en comportarme correctamente, en equilibrar la desesperanza dándole cabida a la serenidad que me ofrece la metamorfosis”. Ambas se celebran en esa extraña forma de vida que se debate entre el deseo y los diques internos inducidos que se suman a un entorno exterior poco propicio.
“Los lebrunos del alba” (2005), más allá del sugestivo título, recrea esa sensación tierna, orgásmica y aterrada que es vomitar conejitos sobrenaturales. El vitalismo perfuma el desorden del concierto abigarrado de la Legión, oliendo su medianoche a cuarteto de jazz [Monk, Mingus, Parker y Tony Williams]: “¿qué le pasa a mi corazón / que está perdido dentro del cuerpo? // viajo en el río de Heráclito / y jamás volveré a ver / la luna / a los quince años”. La voz anarco-escéptica reivindica un feminismo auténtico desde su precariedad existencial y estética, su fortaleza de vida y las expectativas que penden de un hilo susceptible al deshilachado sobre la fosa. Nos conmueve y perturba el inventario del poema XII en el ejercicio difícil que es la enumeración, la cual cierra en la humorada más punzante: “en fin / para qué sirve un inventario / si por último / las posesiones que tengo / no sirven de garantía / ni para préstamo personal”; o el texto XVIII que partiendo de Groucho Marx atiza la flama extremista con que se pretende purificar al mundo: “sí / no puedo avanzar / es que no puedo avanzar / ausente de convicción”. Poética del Vaivén, en la que la destemplanza riñe con conversiones que suenen a traición desencaminada.
“Códigos” y “Manglares y Asfalto”, ambos poemarios de 2006, recogen textos breves que desarrollan las categorías implícitas en los títulos, como si fueran osadas acepciones a contracorriente de un Diccionario personal concebido en la herejía. Se reedita la preeminencia de la contingencia y el pendular de la contradicción. Involucra la dialéctica objetual, meta-poética, de los sentimientos astillados o el paisaje interiorizado. Por ejemplo, “Ternura” desconfigura las convenciones provistas por el hogar disfuncional y la industria cultural: “Canciones de tontos / versiones de crédulos / mientras el viento / es quien te besa / cada mañana”. “Autonomía” destornilla los embustes de la sociedad civil ensimismada por el aparataje del mercado y el orden establecido: “Caída libre / espacio // Prometo no tropezar / ni hundirme / de expectativas”. “Independencia” entraña al punto la perdición y la recuperación del Edén en tanto mito fundacional: “Cuestión de creencias // Todos somos esclavos / de alguna forma / de la vida”. “Uqbar” no fracasa en una cita repetitiva, naif y presuntuosa a Jorge Luis Borges, supone y forja una paisajística imaginaria y apóstata en la que se afinca la personalidad misma de la voz, por demás irreverente y provocadora: “Hacinado en la duda / retrocede / antes de ser culpable / de muerte accidental”.
“Salvajadas y Máscaras” (2010) cierra el volumen con un sentido opuesto a lo litúrgico, de donde la imaginería estampa miniaturas fauvistas que repotencian el paisaje interiorizado. Poética inclemente del cuerpo y los sentidos en el teatro cruel del conflicto consigo y para sí: “Supongo la paz / como cualquier mariposa / que se diluye en la lluvia / mientras dentro del pecho / se atropellan las señales / que indagan nuevos trotes / en el vacío de las emboscadas”. ¿El autorretrato nos miente para sacudirnos lo ilusorio y lo fútil?
4.- Aly Pérez (Villa de Cura, 1955-2005). “SAGRADO límite del silencio” (2012) reúne la obra poética de este gran escritor y artista plástico. Glosaremos tres de sus episodios líricos: “Salmos de Vigilia” (1995), “Pasión según la Casa” (1991) y “Nochevieja” (2002). En lo personal, apreciamos su trato afable y generoso, amén de envidiar sus extraordinarias guayaberas étnicas hechas a la medida. Los Salmos de David plenos de religiosidad y peripatéticos giros muy humanos, son versionados y reescritos por una voz poética que no rehúye la angustia de las influencias mediatizadas por el Canon Occidental. Por ejemplo, “Salmo sobre un poema de Salvador Espriu” es una revisión triple del género que parte del rey judío y se centra en el poeta catalán para la composición de un poema propio: “Uniéndonos a una oración / de hojarascas salvajes / que recorren esta culta e inculta / feliz e infeliz pedazo de provincia”. Tenemos el trazo que retrotrae las cafeteras azules de Alejandro Otero o el cariñoso y lúbrico salmo de las caminadoras: “Hiérrennos las ancas / que somos yeguas desbocadas // Por los inquietantes / lamederos del asfalto anochecido”. El de los gallos, en cambio, denuncia con estrépito tanto a David y las veleidades de su poder terrenal y fáctico, como a Pedro enculillado negando al Rabí: “Atraviesan / umbrales de vigilia / hasta enloquecer / con cantos furiosos / a un nuevo traidor”.
“La Pasión de la Casa” representa un boceto que va en pos de una Poética del Espacio que involucra la edificación fundada en la infancia, el cuerpo del goce y el padecimiento, amén de la geografía lírica, fundacional y humanística de su Villa de San Luis Rey de Cura. En esta oportunidad, el exilio, la memoria y el memoriante son elementos recurrentes en el discurso poético de Aly, bien acompañado y apuntalado por los brillantes ensayos de José Solanes. La poesía breve de este par de salidas ya referidas, anticipa los largos textos celebratorios y elegíacos de “Nochevieja”. El puente fluye sin dificultad: Establece una conversa de paisajes con Cavafis y Homero; desdibuja a Villa de Cura y Maracay con el apoyo de Monet y Turner; o reincide en el Salmo II, parodia profética sin concesiones que increpa al Rey David y su mano homicida y adúltera que apuñaló a Urías.
“Nochevieja” se nos antoja una sirga milagrosa e imprescindible que ata a nuestra bahía desvalida su barco contentivo de todos los lugares del mundo. Son imperdibles tres grandes poemas: “Anotaciones para una fisiología del cuerpo y la casa”, diálogo de coexistencia con la enfermedad degenerativa y la muerte por venir que apareja [“Acaricio sus capas de pintura / arañadas por quejidos que como mi piel / se hace una cicatriz más de su estructura”]; “Nochevieja”, corte de cuenta y balance conmovedor pleno de interrogantes dramáticas que recriminan y enumeran las aristas ineludibles de la soledad [“La ceremonia de este vino / nos arrastra hacia / el filtro negro de un embudo”]; y “Desalojo de las palomas de calicanto”, texto bisagra que por vía de la ornitología lírica y objetual trueca el bestiario real por uno imaginario, ello incrustando sus picos en una paisajística pictórica de a pie [“Son unas desterradas de Calicanto, / de la Plaza Girardot / de los pasillos de los ancianatos / del amanecer en plena tarde / del cielo negro que divide a la noche / hacia otra historia repetida”]. Aly, como el tango de Julio Sosa, ¡tú, canto irrepetible que se queda así! En la Valencia que no se desvincula de Aragua, lunes 5 de septiembre de 2016.
Recomiendo leer los ensayos de Nobrega que demuestra ser un escritor de una agudeza intelectual con una prolifica producción en el marco de la literatura venezolana y latinoamericana con un amplio sentido universal.
ResponderEliminarEXCELENTE. INICIATIVA.
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