María Elisa alumbrando el atardecer
Nota del Administrador: He aquí un texto entrañable, la presentación que nos tributó el martes 24 de noviembre de 2015 la estupenda profesora y mejor amiga María Elisa Núñez sobre nuestra obra literaria compulsiva. Ello en el marco del XXI Encuentro de Escritores Venezolanos desarrollado en el Aula Magna de la Facultad de Filología, Edificio Anaya, Universidad de Salamanca. Como podrá notar el lector atento, María Elisa posee un estilo ensayístico transparente, amoroso y caribeño por demás. No nos queda otra que el más devoto de los agradecimientos. ¡Enhorabuena por mí, dado este privilegio! JCDN.
Odres nuevos para vinos nuevos.
Memorias e identidades en la obra de José Carlos De
Nóbrega.
María Elisa Núñez
“Si hubiera identidad entre la palabra y su objeto, el término “fuego”
quemaría en la boca.”
Máxima budista
Desde Valencia, la de
Venezuela, ha venido José Carlos De Nóbrega;
y con él las ficciones de El dragón
Lusitano y otros relatos (2009), y
la prosa vívida y certera de sus Salmos
compulsivos por la ciudad (2007) y Derivando a Valencia a la deriva (2006).
Escritor de pluma incansable,
intelectual preclaro y profesor de varias generaciones, en José Carlos De
Nóbrega convergen varias facetas y varias corrientes de la literatura nacional.
En su obra todo es memoria pero también formas nuevas de nombrar la realidad.
¿Desde dónde leer la obra de De
Nóbrega?
Sin ánimos de abarcar las
muchas posibilidades que su obra convoca, me permitiré presentar algunas líneas
de estudio, algunas inquietudes que se han despertado.
Muchas de las páginas de la
obra de José Carlos De Nóbrega me
sugieren leerlo desde los postulados que refiere Giorgio Agamber[1]
(2001) en Infancia e historia. Destrucción
de la experiencia y origen de la
historia.
Encuentro que en muchos de los
textos que pueblan la obra de De Nóbrega se presenta lo señalado por Agamber:
una particular fractura entre saber y narración en algunos momentos de la
literatura venezolana; todo ello en el marco del característico “orden” de la moderna sociedad
occidental que en ocasiones relegó a la fantasía a un segundo plano al tiempo
que dio protagonismo a la racionalidad
cartesiana.
Si nos situamos en la suma de
autores que analiza José Carlos De Nóbrega, la ruptura que refiere Agamber puede leerse
como una constante de buena parte de los
ensayistas de las décadas del 40, 50 y
60 del pasado siglo, cuando la ciudad y sus órdenes comienzan a ocupar un lugar
central aunque todavía sujetos a nociones de urbanidad universal y valor
cosmopolita. Esta particularidad se vertía en la narrativa, la poesía y la
historiografía que se desarrollaba junto a la pujante industria petrolera, la
explosión demográfica, la hiperconstrucción de las urbes, la masificación de la
academia, y la profesionalización de los estudios históricos, literarios y
científicos. Una Venezuela que marchaba a la par de casi toda Latinoamérica, y
que se había alejado en parte de los modelos europeos.
Sin embargo, en los últimos años del siglo XX,
superada y deconstruída la modernidad, asumen protagonismo otras identidades y
otras vivencias comunes; y el cruce
entre el sujeto de la experiencia y el sujeto del conocimiento adquiere nuevos
matices. En la literatura cobran importancia nuevos topos: la evolución
política, económica, social y cultural; y una nueva poética de la ciudad emerge.
Se sucede también un nuevo trazado del heroísmo en la conciencia nacional y una distinta reconfiguración
simbólica del espacio urbano.
De igual forma, las nuevas subjetividades
facultadas para transitar a uno y otro lado de la historia, dejan al
descubierto el proceso de auto inscripción en un nuevo campo cultural en el que
los intelectuales productores de nuevos discursos nos revelan qué es lo que tienen
que decir y para qué las nuevas voces que protagonizan el quehacer
nacional.
En este marco resulta
sumamente interesante la lectura de los libros de José Carlos De Nóbrega.
En Salmos compulsivos por la ciudad, el autor nos comparte sus
reflexiones sobre la obra de un nutrido grupo de escritores venezolanos y
latinoamericanos, valiosa muestra de identidades más que singulares. En la selección de su corpus, en la
experiencia que relaciona su estudio y el influjo que puedan tener en la propia
obra de De Nóbrega, el autor ya manifiesta un interés que no solo sirve para
abolir la indiferencia colectiva hacia cierto sector olvidado de nuestra
literatura. Pero no por ello De Nóbrega se dará a la tarea de censurar o demonizar ni
las formas ni las categorías empleadas por otros estudiosos que le
antecedieran. La función de De Nóbrega no
es volver sobre los valores estéticos reseñados en el pasado sino, en primer
lugar, la explotación de una marca ideológica y, en segundo lugar, la reflexión
sobre el significado de la obra de estos autores en un espacio temporal
específico. A través de las ficciones históricas y literarias de Rufino Blanco
Fombona, Guillermo Meneses, Andrés Mariño Palacio, Salvador Garmendia, Israel
Centeno, Julio Garmendia o Enrique Bernardo Núñez, emerge un doble movimiento:
Por un lado, el acto simple de
rememorar desde los márgenes devela la posibilidad real de pensar la literatura
como una parte inobjetable de nuestra historia.
Sobre este particular – y tal como refiere De Nóbrega- basta señalar el
importante papel de Guillermo Meneses tanto en la cuentística como en la crítica,
y los numerosos estudios sobre su obra:
las decenas de libros y trabajos de grado y postgrado, así como también las
versiones fílmicas realizadas en Venezuela, Argentina y México a una de sus
obras más conocidas: La balandra Isabel
llegó esta tarde.
Y por otro la memoria de la
palabra que apunta hacia la conciliación de visiones, hacia la integración de
experiencias que pretenden unificar a los sujetos de la rememoración; es decir,
reconstruirlos como recuerdo común y extrapolar su experiencia a la vivencia
colectiva. Ejemplo innegable de lo antes
citado son los ensayos dedicados a la obra de César Vallejo, Vicente Huidobro y
Octavio Paz, en los cuales no sólo destaca los valores estilísticos y
lingüísticos como la libertad de la metáfora, la libertad del verso, el ars
poética, sino también (y muy especialmente a través de la obra de Octavio Paz) los
arquetipos constitutivos de nuestra cultura como el Pachuco, el nuyorican y el crossover
hoy bien conocidos.
En sus visiones y versiones de
los autores estudiados, De Nóbrega se nos ofrece como el escritor que siente al
país y a su literatura, que se reconoce heredero del poderoso legado latinoamericano
que le antecede; y cuyo tránsito no es otro que profundizar en un camino
estético en el que la historia, la filosofía, la perspectiva política, el
influjo de la música, la televisión o el cine, devienen en una expresión y una
voz propia que busca con afán elevar el
tono de aquellos escritores que han legitimado nuestro acervo más auténtico;
nuestra independencia y nuestra identidad cultural.
En la misma línea pero
centrado esta vez en una geografía que se nos antoja más personal, su obra Derivando
a Valencia a la deriva, debe ser
leída como una proclama literaria que exige para su ciudad mayor reconocimiento
como epicentro literario y sólido asidero del imaginario nacional. Un amplio conjunto de personalidades del ámbito literario, teatral y musical; junto a uno que
otro desconocido e inclasificable
talento (Argenis Salazar: sonoludens) pueblan
sus 160 páginas.
En esta ...Valencia a la deriva quiero destacar especialmente varios aspectos:
En primer término la muy adecuada selección y la acertada
cronología de autores valencianos y carabobeños que han honrado las letras
venezolanas tanto dentro como fuera del país. En especial las voces de Vicente
Gerbasi, Ida Gramcko, Manuel Vicente Romero García, José Rafael Pocaterra,
Óscar Guaramato, Laura Antillano, Orlando Chirinos y María Narea; cuyas obras
nos han permitido conocer entre otros aspectos qué tan ancho y ajeno o cercano
es el mundo del padre inmigrante de Gerbasi, cómo sonaba y soñaba la diáspora
que arribara a las costas venezolanas con Ida Gramcko y su familia; cuán
dolorosa fue la irrupción de la violencia que se ensañó contra los artistas en
un tiempo aciago de nuestra historia, obligándoles a alejarse de su hogar, como
le ocurre al personaje de la Peonía
de Romero García, o hasta donde llegaba la experimentación con el lenguaje de
Guaramato en su cuento “La niña vegetal”.
Y en segundo término, el
innegable lugar que ocupan las publicaciones periódicas en la memoria literaria
venezolana. De Nóbrega reconstruye hermosamente la trayectoria de la Revista Poesía (amén de otras publicaciones periódicas
del mismo tipo), para poner de manifiesto la enorme valía de sus directores a
la hora de dar cabida a tres generaciones diferentes de poetas; a la incansable
tarea de difusión de la poesía como género, y muy especialmente, a la
consolidación de una cultura hemerográfica global.
Como aportes novedosos no
puedo dejar de reseñar el espacio que dedica al trabajo artístico de dos
artistas: Javier Téllez y el sonoludens Argenis Salazar. De Téllez refiere el impacto
social que supuso la exposición de su disruptiva y polémica obra: “La
extracción de la piedra de la locura”; y para hablarnos de Salazar nos lega un grandioso texto
intitulado “El caballo pornofónico”. De Nóbrega nos revela a los no iniciados
los alcances de la instalación artística pensada desde la enfermedad mental así
como también el juego con los sonidos y las formas poéticas; la
transdisciplinariedad de creadores que
se cuestionan a la manera de Foucault los regímenes de internamiento y las
formas de control social. Nada escapa a la
sensibilidad de José Carlos. El dolor y el genio no le son ajenos.
Llegados a este punto, y casi para finalizar, no puedo dejar de
señalar que a la obra ensayista de José Carlos De Nóbrega debemos sumar los
textos de El dragón Lusitano y otros
relatos, y la traducción de los volúmenes Las imaginaciones / El soldado raso de Ledo Ivo y La pasión según GH de Clarice Lispector,
respectivamente. Obras concebidas desde otra perspectiva lingüística.
Lo que más me interesa
destacar son los alcances del lenguaje; por ello creo que El
sublime objeto de la ideologia (2001) de Slavoj
Zizek[2]
es un excelente prisma desde el cual proyectar cómo son patentes en la obra de De Nóbrega la vieja
tensión entre el descriptivismo y el antidescriptivismo, como vías de aproximación
a los usos del lenguaje.
“¿cómo se refieren los nombres a los objetos
que denotan? (...) [para Zizek] la respuesta del descriptivismo es
la obvia: a causa de su significado; cada palabra es portadora, en primer
lugar, de un cierto significado (...) frente a ella, opuesta pero no
distante, la respuesta del antidescriptivismo, en cambio, es que una
palabra está conectada a un objeto mediante un acto de “bautismo primigenio”, y
este vínculo se mantiene aún cuando el cúmulo de rasgos descriptivos que determinó
el significado de la palabra cambie por completo.”
Según lo antes expuesto, hay un doble movimiento que opera en
la formulación y el enunciado de casi cualquier sustantivo. Al principio se
produce la entronización de un significante a partir de una serie de
características definidoras de un
objeto. Y pese a los nuevos significados
que le sean atribuibles no perderá su noción primigenia.
Pero ¿qué pasa cuando en
oposición a la experiencia y a la memoria cultural se le da un significado otro
a las palabras? Dar respuesta a esta
pregunta parece ser la intención que subyace en El dragón Lusitano y otros relatos.
A lo largo de 24 relatos
breves De Nóbrega pone de manifiesto que el lenguaje y sus significados son la
herramienta sobre la que se apoyan historia y personajes. A la manera de lo que Halliday denomina “estructura
semiótica de la situación”, De Nóbrega nos expone un entramado discursivo en el
que la memoria que acompaña a la voz narrativa va construyendo a partir de su
discurso un conjunto de hombres y mujeres cuya identidad no posee un carácter
único; sino que se expresa a través de las añoranzas, anécdotas y re-elaboraciones
de los recuerdos que se van hilando en cada relato. Los personajes son el
nombre con el que han sido re-bautizados por el autor; el apodo que reemplaza al nombre propio y que nominaliza de manera jocosa, amorosa o hilarante, las
voces de la otredad que pueblan sus historias.
Pero la identidad también se
expresa en el cuerpo, en la piel, en los objetos, que acompañan el espacio que
pueblan los personajes.
Por eso no pueden sernos
indiferente la tragedia del llamado Dragón
Lusitano, ídolo venido a menos tras el tufillo cervecero y el frágil equilibrio
de la barra de un tugurio de algún pueblo como él, hace mucho perdido… Como
tampoco lo es la epopeya amorosa de Blasina de los Sauces, emparentada a fuego
y piel con los avatares de su barriada; orgullosa de su prole y de su estirpe
de salvaje belleza, perpetuada en “la flaca”, “Tababi” y “la Mapi”....esclavas
de su propia sensualidad y del deseo que hierve y pervierte los ojos de todo
aquel que las mira. Y muy junta, lívida e inmaculada entre las páginas Daniela
Corazón de Jesús, toda ella Cordero de oro, toda ella metáfora de un país y una
sociedad que se reconoce y desfigura en su afán de redención e inevitable
corrompimiento.
Los personajes de De Nóbrega
son siempre habitantes de dos mundos. El mundo del pasado en el que
aparentemente han existido, del que hay datos, noticias, crónicas, incluso
marcas en la piel. Y el mundo otro, el
de sus libros donde cada personaje es distinto al del recuerdo que el escritor vivió
o imaginó.
Oscuros pero también
impregnados de una ternura que conmueve, incombustibles y al mismo tiempo
luminosos, los personajes que pueblan las ficciones de De Nóbrega parten de lo
abyecto para vivenciar también una sublevación del ser; y acompañarnos como ya
hicieran cada uno de sus compañeros de correrías en esta “...Salamanca nublada”.
Muchas gracias.
[1] AGAMBER, Giorgio (2001): Infancia e
historia. Destrucción de la experiencia
y origen de la historia. Buenos Aires: Hidalgo Editora.
[2] ZIZEK, Slavoj (2001): El sublime
objeto de la ideología. México: Siglo XXI editores.
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