William Torrealba, José Carlos De Nóbrega y Fray Luis de León en el Patio de Escuelas, Salamanca
CON CLAUDIA
VIENDO A SALAMANCA NUBLADA
José Carlos De
Nóbrega
Diálogo
legendario de un infierno celeste, proyecta un abismo de ángeles.
Wafi Salih.
Soñemos sueños
de cartografía / orgánica y corpórea en el deshielo. Mª
Ángeles Pérez López.
A la linda, mestiza y multinacional juventud que ama
a Salamanca en su bullir prístino.
La Casa
de Unamuno nos acoge en su silencio inaudito. Vi a Claudia por primera vez en
el comedor del Colegio Mayor de Oviedo. Tenía una plácida conversación de
sobremesa con unos muy jóvenes compañeros. Sus ojos son dos grandes paraparas
de luz matinal. Desde ese momento no puedo leer a Salamanca sin ellos. Me
impactó la transparencia de su rostro cordial, mexicano y sobre todo pícaro. El
habla de ella se desliza empapando las cosas con una ternura cortazariana: Esta
gata inquieta nos contempla desde el extraño ojo triangular donde despacha
María Ángeles en Anaya, mientras espero la hora de la clase que imparto en
Anayita. ¿Una cara tan preciada puede engullir a Salamanca entera? Creo que sí,
pues se me antoja un laberinto de enigmas sorprendentes por venir.
Ayer no
la pude ver. Estaba en el estadio Santiago Bernabéu, plena de contentamiento y
disfrutando el clásico Real Madrid 0-Barcelona 4. Los pepinazos de Suárez, Iniesta
y Neymar le estropearon la jornada a Florentino Pérez, cuya concepción del
fútbol me aterra. Yo, entretanto, pasaba la tarde-noche visitando el Museo de
Salamanca. Me conmovieron las figuras yacentes de Doña Aldonza de Guzmán y
Montejo, estatua triste de sal, y el amodorrado Caballero de la orden de Malta
hecho micosis. Pareciera que la exposición fuese soñada por esta insólita
pareja: Los retablos religiosos, los santos, la rana de piedra, la elevación de
la cruz y el diluvio universal que nos llevó cual tsunami de vuelta al Colegio de
Oviedo. El poeta Blas de Otero me comentaba en la Plaza Mayor que Claudia era
muy querida por estos lares. Su personalidad sazonaba a la ciudad con un
poquito de picante vivaz. Sólo que al recordar los muertos de Beirut, Gaza y
París, se le ensombreció el semblante bilbaíno: “Traigo una rosa en sangre
entre las manos / ensangrentadas. Porque es que no hay más / que sangre, // y
una horrorosa sed / dando gritos en medio de la sangre”. Pero cuasi de
inmediato la imagen de nuestra amiga común saltó de la tribuna del estadio,
para confortarnos con su compañía y un helado de chocolate de la Valenciana, ello
bajo la mirada atenta, hispánica y caribeña de María Elisa y Paco.
Ella es
la calaca que siempre quiso dibujar José Guadalupe Posada [algo así le pasó a
De Chirico con la flemática belleza de Clarice Lispector, hasta el punto de no
cansarse de pintar su rostro]. Se sabe que el mismísimo Goya quiso alguna vez
incluirla en sus cuadros taurinos o de costumbres: ataviada de bailadora de
flamenco y recostada en un diván verde. Como lo leemos en los cuentos de Laura
Antillano, la única alternativa válida de la vida reside en la probabilidad del
revestimiento mágico. Claudia me lleva de la mano a la Casa de las Conchas para
ojear libros estupendos en su biblioteca, desde los de Juan Rulfo, revulsiva
revisita de José Revueltas interpuesta, Sor Juana Inés de la Cruz [su diosa
tutelar], hasta los brillantes ensayos de Susan Sontag. Nuestra amable y
amantísima niña nos arrebata con las sentidas canciones de Chabela Vargas, a la
sombra de las coníferas cuyas frondas bailan de gusto al son del gélido viento
salmantino.
De
repente ambos topamos con mis tres amores trujillanos: la narradora Sol Linares
y las poetas Ana Enriqueta Terán y Wafi Salih. Nos sumamos al grupo para presentar
nuestros respetos a Fray Luis de León, uno de los grandes profetas de la
lengua, en el Patio de Escuelas. Sol le encandiló con sus cuentos de peripatéticos
amores imaginarios, duelos psiquiátricos y guiños cómplices a [lo] Ambrose
Bierce. Doña Ana le declamó un par de Décimas Andinas, el soneto a un caballo
blanco y contó hasta cien con la prestancia musical de siempre, para luego
excusarse con todos porque tenía una conversación pendiente con el cineasta
Manuel de Oliveira a orillas del río Duero [caudales confidentes acumulados
durante un siglo]. Wafi le cantó un haykú entrañable y más tarde leyó tres
poemas en prosa de El Dios de las Dunas: “Enmudece para oír desde el minarete a
los pájaros en su cóncava extensión de infinito”. Deshecho el milagroso grupo,
Claudia me recordó que tres psiquiatras de cuidado tenían un consultorio en
Ávila para competir con Santa Teresa de Jesús en eso de escrutar almas
esquivas: los escritores Pedro Téllez, Slavko Zupcic y Luis Enrique Belmonte.
Su estulta nave surcaba el río Tormes de vez en cuando, pues su tripulación
corsaria integrada por miembros de la Orden de San Desiderio y el Colectivo
Místico Anarquista ¡Rasputín Vive!, tomaba por asalto a Salamanca todos los
jueves, eso sí, tragos de ron y besos robados a las estudiantes mediante.
Frente a
la imponente y multicolor fachada de la Catedral de Salamanca, dos beldades
gallegas perseguían el sombrero del viejo Cavafis quien se había quedado
dormido en la escala: la poeta Rosalía de Castro y una de mis alumnas
preferidas, Alicia, quien en un “pris” le dio alcance. Antes del percance,
ellas falaban cantigas de Alfonso El
Sabio. Por cierto, minutos antes y sin querer, Claudia casi atropellaba a un
Rubén Darío Lagonell alegre, acodado y pedaleando en su bicicleta nueva. Más
tarde, nos reencontramos con Blas de Otero bien acompañado y atrincherado con
los poetas del Decir: El Gallo Mujica, Adhely Rivero, Juan Calzadilla y Luis
Alberto Angulo con su toma de “redtratos” por doquier. Ellos se ocupaban en el
Café Real libando cañas y escribiendo en comandita otra “Cartilla (Poética)”.
Notamos que la incansable Doctora Carmen Ruiz Barrionuevo andaba buscando a un
despistado salmista compulsivo por toda la Plaza Mayor. Ella temía que este
venezolano se hubiera lanzado al Tormes para embucharse de la luna salmantina,
pobre tipejo que ensaya tales disparates. El verdor sensual e incendiario de
Eva Guerrero se contoneaba a la luz de un merengue de Juan Luis Guerra, siendo
aplaudida y vitoreada en el acto por Don Pedro Henríquez Ureña que se
encontraba de visita.
Salamanca
es la gran casa dorada donde vive Claudia. Ya les dije que se puede leer
amorosamente la ciudad a través de sus ojos grandototes. Ella es un Aleph que deambula impunemente por sus
calles, corredores y misteriosos pasajes: Concentra en su cuerpo sedoso y
juvenil todos los lugares, las anécdotas y los grandes relatos que dignifican
la lengua de los hombres. He aquí que la niebla la abriga como en una ensoñación
delirante y espectral. Quizás por eso Salamanca es el lugar emblemático que
soñé sin conocerlo hasta el sol inédito de hoy.
Pasé con
Carlos Ferreira y su tocayo Yusti buscando a un trío inusual de peregrinos en
el terminal de autobuses: Reynaldo Pérez Só, Elías Canetti y Argenis Salazar,
quienes tenían un convivio apasionado sobre la ética viva de Emmanuel Lévinas y
su magistral transfiguración cinematográfica en “Crímenes y Pecados” de Woody
Allen. Venían de Toledo y Sevilla, luego de visitar juderías y lugares sacros.
Me llamó la atención cómo Argenis logró encaramar en el bus a tres perros
vikingos. Majas majaderías de un músico experimental: ¿acaso compondría un
oratorio de tres canes cantando las coplas de Manrique? En el Aula Magna de la
Facultad de Filología, mientras tanto, Claudia escuchaba enamorada y risueña la
biografía oral de Daniel Santos en la voz ronca de Salvador Garmendia, las
perversiones y afecciones psíquicas de Abigail Pulgar contadas por Andrés
Mariño-Palacio y, para colmo, los cuentos de malhechores y milicos salvajes de
Orlando Chirinos. Es como si Sherezade se metamorfoseara en un barbudo, un
psicótico y un maracucho-coriano demoníaco respectivamente. La red de relatos y
versos viste a Salamanca con el pasamontañas del Subcomandante Marcos,
amenizada la velada con esa balada imprescindible que es “El Baile y el Salón”
de Café Tacuba. Esta banda mexicana se tele-transportó en nanosegundos a otra
locación: La Heladería La Valenciana, centro del dulce canto subversivo, donde
María Elisa y Paco bailan entusiasmados el neo-corrido “La Ingrata”.
En el
Rectorado de la Universidad, Don Miguel de Unamuno le daba una zurra de Dios,
Padre y su santa Palabra salamantina a un Primo de Rivera decrépito,
enculillado y enfermo del mal del olvido que le inyectó el Gabo. Reaparecen en
un abrir y cerrar de ojos, los tuyos mi querida Claudia, la estupenda poeta
María Ángeles y Juan Carlos Mestre reescribiendo con un acordeón y al solaz de
la poesía el poema “Os morcegos”, entretanto que Lêdo Ivo recorría nuevamente
Sevilla, Salamanca y quizás Cavalo Morto montado en un fantástico mamut
prestado. Enrique Arenas cumplió su sueño de dar clase en Anayita: A través de
otros poetas venezolanos conversaba sobre sí mismo como el ensayista de raza
que es.
Despierto
ahogado en el sudor, dada esta ensoñación abigarrada y extraña. Son las tres
horas e intuyo que Claudia estará durmiendo tranquila y feliz. Su nuca apunta
al igual que la de Felipe II en dirección del tríptico plástico “El Jardín de
las Delicias” del Bosco. El cuadro está cerrado y se parece mucho a una naranja
yacente. ¡Silencio!, chito, la muchacha adorada sueña y el Jardín de las
Delicias despliega por la ciudad su legión de personajes maravillosos. Me doy
cuenta que ella es la que me sueña, pues viajé del estupor a ese estado de
gracia fugaz, resbaloso y contingente que se llama felicidad. Parafraseando a
Serrat, aunque nos guste llorar cuando nadie nos ve. Felices sueños te provea
la poesía del mundo, amantísima Claudia. 23/11/2015, 3:00 am.
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