viernes, 5 de febrero de 2016

POR UN BOLÍVAR PARDO. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA



 
 
Nota del administrador: El martes 2 de febrero de 2016 se inició el Ciclo de Actividades de los "Martes Literarios en el MUVA [Museo de Arte Valencia]", el cual tiene como propósito abrir un espacio de diálogo en torno a la literatura venezolana, latinoamericana y universal [incluso su integración con otras manifestaciones artísticas, académicas y sociales]. He aquí mi texto sobre "Bolívar en el imaginario literario", a propósito de esta primera sesión. Agradezco la participación de Laura Antillano, quien me invitó y sumó a tal iniciativa; la deferencia de Argenis Agudo, director del Museo; y, en especial, la asistencia del público [destacamos la solidaridad e intervenciones de Sara Orozco, Carlos Yusti, Sandra Lozano y Yuri Valecillo]. ¡Gracias totales!

POR UN BOLÍVAR PARDO

José Carlos De Nóbrega

“El rostro cuarentañero de Bolívar es y será siempre uno de los que más intriguen en la iconografía americana”. Gabriela Mistral.

     No sólo la cara multifacética del Libertador nos inquieta, sino también sus logros, fracasos y contradicciones sazonados en el caldo propicio de nuestro mestizaje. La reciente polémica –estéril, si consideramos la futilidad de los extremos- opta por blanquearlo endogámicamente o pigmentarlo en el amancebamiento de mantuanos, aborígenes y africanos. ¡Dios nos libre del exhibicionismo romulero de Ramos Allup y, mejor aún, del fundamentalismo estalinista y rastracuero de Alberto Aranguibel! Apostamos por un Bolívar pardo, dadas las diversas aproximaciones biográficas, poéticas y literarias que lo vindican o lo vituperan. Conversaremos hoy sobre unas pocas recreaciones bolivarianas en el campo escurridizo de la prosa [por más reverente o prosaica que fuese].

     Jose Martí nunca ha negado su condición entusiasta de bolivariano comprometido. Textos como “Un viaje a Venezuela” y “Tres héroes” así nos lo confirman, pues nos describen a un Bolívar vivo que salta de la estatua ecuestre en Caracas para embarcarse en la independencia de Cuba. Este hidalgo o mantuano en bancarrota, es un generoso progenitor de pueblos variopintos. La metáfora del Sol, plagiada por la oportunista adulancia de nuevo cuño, nos insta a reconsiderar el legado del Libertador más allá de sus desaciertos y contradicciones muy humanas. Es menester restituir a Simón Bolívar hoy en su compulsión por la Libertad, para sacudirnos la abulia, el cansancio y el desconcierto.

     Ricardo Palma, valiéndose de la fusión de la crónica y la comedia picante y zamba, reivindica la humanidad de nuestro héroe, inmediata y mestiza como un sancocho “cruzao” a orillas del río Orinoco. En el volumen “Tradiciones en salsa verde y otros textos” (2008), publicado por Biblioteca Ayacucho bajo la pícara curaduría de Alberto Rodríguez Carucci, Palma reconviene la solemnidad marcial y la Historia Oficial blandiendo la oralidad popular encarnada en “la pinga del libertador”. Por tal razón, doña Gila la recibiría gustosa si se la pagan a buen precio [fetiche erótico y patriótico por subastar como el miembro de Rasputín envasado al vacío]. La fusión humorística de lo culto y lo popular quizás abreva en las habillas y los chistes que protagonizan Bolívar, Páez y Jacinto Lara. En la espaciosa totona cálida de la parturienta América cohabitan mantuanos, llaneros y funcionarios en una Picaresca libertaria que se agradece con suma fortuna.

     El Coronel Luis Peru de Lacroix recogió en el “Diario de Bucaramanga” las impresiones del Libertador y las suyas propias en el marco de la Gran Convención Nacional de Ocaña entre marzo y junio de 1828. Este texto se puede considerar un gran reportaje periodístico no autorizado, pues nos muestra un Bolívar si se quiere desacralizado y demonizado en el ejercicio maquiavélico de la política. Por ejemplo, la inmolación de Ricaurte en San Mateo fue una elaboración mediática para elevar la moral del ejército patriota en los aciagos momentos de la Segunda República. Un tabaco encendido o un disparo desafortunado convirtieron al neogranadino en héroe romántico y chivo expiatorio de la revolución independentista. El muy polémico fusilamiento de Piar en octubre de 1817 constituyó, en las duras palabras del entrevistado, “un golpe maestro en política” que enculilló a Mariño y al congreso de Cariaco, atizó la anarquía y le apuntaló la autoridad suficiente para diseñar y crear la República de Colombia en Angostura. No obstante el corazón predatorio de la fiera política, el analista Simón atisbaba con lucidez el inminente desmembramiento de su proyecto continental a la carta y a la fecha: “Pero hoy, repito, las cosas han cambiado: la muerte de un criminal en 1817 fue suficiente para asegurar el orden y la tranquilidad, y ahora en 1828 no bastaría la muerte de muchos centenares”. No se trata, entonces, de un padre llorón y sufriente que azota al hijo rebelde, sino de un patriarca temido y taimado sobre el que se cerraba un ingrato cerco parricida. El retrato físico y moral de Bolívar plasmado por Peru de Lacroix, entre la apología, la psicopatología y la objetividad periodística, se nos antoja relacionarlo arbitrariamente con la novelística psicologista y atribulada de Dostoievski y el muralismo sociológico de Balzac, ello en la humanidad inmediata de los personajes históricos y ficticios. La tragedia bolivariana también arrastró al reportero, como lo testifica su testamento y carta de suicidio fechada en 1837.

     Don Arturo Uslar Pietri, el escritor venezolano clásico y conservador por naturaleza, expresa su estupefacción cuando de Bolívar se trata, no en balde lo apolíneo de su escritura. En “Letras y hombres de Venezuela” (1948) hallamos una semblanza entusiasta -sin rayar en una soez apologética-, contingente e incluso contradictoria. Si bien el retrato es figurativo, encontramos imágenes metafóricas muy logradas en la consolidación de una aproximación ensayística totalizadora. En lo que toca al estilo escritural del Libertador, nos dice con tino: “La prosa de Bolívar, como su persona y como sus hechos, tiene los nervios de un fino potro. Es cosa viva y trémula”. Al punto que desborda a la literatura misma, eso sí, encaramado el héroe romántico y el lector neoclásico en la caravana convulsa que fue su vida misma. Uslar realiza una periodización biográfica osada que roza el lirismo: En cuatro tiempos de crecimiento, creencia, triunfo y llanto sintetiza su alma grande y trágica. Persiste el majar o machacar proyectos rayanos hoy con la Utopía, por tal razón porfiamos en considerar al Libertador como un majadero de marca mayor que excede el mesianismo hispánico. Valga el término usado por Uslar, no obstante su conservadurismo que ve en Bolívar una encarnación del Cid reconquistador de la hispanidad y el sepulcro del Quijote. No es que los ideales de la revolución francesa fueran incompatibles, como asegura Don Arturo, con la realidad americana de la Independencia; pues, por el contrario, fue una relectura de contrabando que revitalizó nuestro accidentado devenir histórico en un nuevo registro revolucionario. Incluso en su primera novela, “Las lanzas coloradas”, el influjo de dos ángeles terribles como Bolívar y Boves increpa y acosa en la impiedad del conflicto bélico y de clases al mantuano Fernando Fonta y al desclasado Presentación Campos. Simón Bolívar es como Juan el Bautista de Otero Silva, una imponente cabeza de caballo decapitado que importuna todavía el despropósito político del siglo XXI.

     Juan Uslar Pietri (1925-1998), más que hermano de Arturo, es un caso interesante dentro de la ensayística venezolana. Dadas estas coordenadas, sin falsear la verdad literaria en aras de la verdad histórica, recomendamos y solicitamos una lectura lúcida y atenta de su libro “Historia de la Rebelión Popular de 1814”, publicado en 2014 por Monte Ávila Editores Latinoamericana. Este ensayo histórico, cuya primera edición data de 1954 en París además de la segunda muy conocida de EDIME en 1968, establece una tríada aproximativa a tan difícil tema junto al poco leído y apreciado “Cesarismo Democrático” (1919) de Laureano Vallenilla Lanz y la antes citada y celebérrima  “Las lanzas coloradas” (1931) de Arturo Uslar Pietri. Esta proposición indecorosa, si se quiere, no es una entelequia sino la visualización de una entente interesante que se desplaza del liberalismo de nuestro autor, recalando en el positivismo gomero, al espíritu clasicista y conservador de Don Arturo [muy a pesar de nuestra militancia anarco-teísta]. Tesis controversiales como “la guerra de la Independencia fue una guerra civil”, “El Gendarme necesario”, Boves como “el primer caudillo de la democracia venezolana”, o la satanización novelada de la rebelión popular negra y parda, constituyen hoy una valiosa oportunidad para discutir temas álgidos y capitales de la venezolanidad y de América en tanto propuesta civilizatoria insurgente. Es menester, adversar la banalización discursiva, ideológica y estética que le da cuerpo a una praxis política indolente e irresponsable. Esta preciosa y ridícula hija del Poder vertical y globalizador, sigue tropezándose en la pasarela del oropel mediático.

     Desde el inicio, Juan Uslar concluye que nuestra guerra de Independencia se topó con su antípoda de carácter revolucionario, nivelador y democrático, integrada por esclavos y pardos conducidos por el asturiano José Tomás Boves: Adustas huestes infernales que nada tenían que ver con la monarquía española y sí con la rebelión de castas oprimidas por los mantuanos. Hasta el punto de aterrorizar a los realistas españoles, pues “Los blancos somos el objeto” en el decir de sus intendentes. Sólo que, a nuestra impúdica captación, este movimiento careció de programa político revolucionario, porque incendiar haciendas, repartir el botín y ejecutar sumariamente a sus terratenientes blancos no se asimila al cambio radical de la tenencia de la tierra, tal como lo implican la propuesta de Ezequiel Zamora, el Plan Ayala de Emiliano Zapata o la tumultuosa sedición de los comuneros en Paraguay, Perú, Ecuador o la Nueva Granada de 1780. Sin embargo, excediendo el anecdotario que en ocasiones apuntala las curiosidades sociológicas, Uslar encuentra el pulso contingente y paradójico del proceso político independentista que silencian los manuales escolares y el academicismo al servicio de los mezquinos poderes fácticos. Abrevando en las más diversas fuentes históricas, destaca no sólo las idas y contramarchas del partido patriota, sino mejor aún la evolución y madurez política de Simón Bolívar en el tráfago difícil y desafiante de la empresa emancipadora. Desdiciendo a los timoratos o a los “demagogos” de la Sociedad Patriótica, Bolívar se convertiría en un aventajado aprendiz de brujo que afinaba su arsenal bélico, propagandístico y de alta política. Detrás de su terrorista bandera corsaria, sustraída cínicamente a Boves, el Libertador desarrollaría el discurso político y proto-ensayístico de sus cartas, documentos y proclamas.

     Augusto Mijares, en el diáfano prólogo de “Doctrina del Libertador” (1976), primer tomo de la Colección Clásica de Biblioteca Ayacucho, dialoga sobre nuestro referente nacional, continental y pardo sin artificios profesorales ni malabarismos barrocos. Su tesis de la guerra civil difiere de la de Vallenilla Lanz al servicio del Bagre [e incluso del neo-conservadurismo de Pino Iturrieta o Carrera Damas], “porque aquella guerra no era sino un episodio de la lucha mundial entre progresistas y conservadores”. En este caso, Simón Bolívar deja de ser fetiche ideológico y funerario de los poderes fácticos: Páez patentó el culto bolivariano para cimentar el poderío propio con sus latifundios y oligarcas adulantes; lo continuó el egotismo eurocéntrico de Guzmán Blanco, para recalar más tarde en los móviles pitiyanquis de Gómez y Betancourt, nótese el giro cínico de los acontecimientos. No hay fines inconfesables ni manipulaciones discursivas que entenebrezcan el legado del Libertador en el texto de Mijares: la conversación de sobremesa apuesta por el pensador político y el reformador social, ello en una revisita participativa y útil de su vida y obra, “donde muchedumbres de desamparados encuentren quizás que él, si no puede ser más de lo que es, sí puede hacer más de lo que ha hecho”. Excusen ustedes mis precariedades historiográficas, pero recomendaríamos su lectura enclavada en posiciones  de centro hoy ausentes en el país. Es un ensayo brillante que aborda la arquitectura bolivariana del Estado moderno, la educación popular y, especialmente, una consideración reposada y pertinente del pensamiento vivo y no descontextualizado de Bolívar.

     Que estas palabras polizontes, incorrectas y dispersas estimulen el diálogo popular, insurgente y travieso que despeine y desarregle el discurso banal y reaccionario sin vacilación. Cantemos esta redondilla sardónica en tiempos revueltos: “Bolívar fundió a los godos / y desde ese infausto día / por un tirano que había / se hicieron tiranos todos”. Por esta razón, el modo de vida liberador es lucha sabrosa, cotidiana y permanente.

En Valencia de San Desiderio, martes 2 de febrero de 2016.         

           

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