Nota del administrador: El martes 2 de febrero de 2016 se inició el Ciclo de Actividades de los "Martes Literarios en el MUVA [Museo de Arte Valencia]", el cual tiene como propósito abrir un espacio de diálogo en torno a la literatura venezolana, latinoamericana y universal [incluso su integración con otras manifestaciones artísticas, académicas y sociales]. He aquí mi texto sobre "Bolívar en el imaginario literario", a propósito de esta primera sesión. Agradezco la participación de Laura Antillano, quien me invitó y sumó a tal iniciativa; la deferencia de Argenis Agudo, director del Museo; y, en especial, la asistencia del público [destacamos la solidaridad e intervenciones de Sara Orozco, Carlos Yusti, Sandra Lozano y Yuri Valecillo]. ¡Gracias totales!
POR UN BOLÍVAR PARDO
José Carlos De Nóbrega
“El
rostro cuarentañero de Bolívar es y será siempre uno de los que más intriguen
en la iconografía americana”. Gabriela Mistral.
No sólo la cara multifacética del
Libertador nos inquieta, sino también sus logros, fracasos y contradicciones
sazonados en el caldo propicio de nuestro mestizaje. La reciente polémica –estéril,
si consideramos la futilidad de los extremos- opta por blanquearlo endogámicamente
o pigmentarlo en el amancebamiento de mantuanos, aborígenes y africanos. ¡Dios
nos libre del exhibicionismo romulero de Ramos Allup y, mejor aún, del
fundamentalismo estalinista y rastracuero de Alberto Aranguibel! Apostamos por un
Bolívar pardo, dadas las diversas aproximaciones biográficas, poéticas y
literarias que lo vindican o lo vituperan. Conversaremos hoy sobre unas pocas
recreaciones bolivarianas en el campo escurridizo de la prosa [por más
reverente o prosaica que fuese].
Jose Martí nunca ha negado su condición
entusiasta de bolivariano comprometido. Textos como “Un viaje a Venezuela” y
“Tres héroes” así nos lo confirman, pues nos describen a un Bolívar vivo que
salta de la estatua ecuestre en Caracas para embarcarse en la independencia de
Cuba. Este hidalgo o mantuano en bancarrota, es un generoso progenitor de
pueblos variopintos. La metáfora del Sol, plagiada por la oportunista adulancia
de nuevo cuño, nos insta a reconsiderar el legado del Libertador más allá de
sus desaciertos y contradicciones muy humanas. Es menester restituir a Simón
Bolívar hoy en su compulsión por la Libertad, para sacudirnos la abulia, el
cansancio y el desconcierto.
Ricardo Palma, valiéndose de la fusión de
la crónica y la comedia picante y zamba, reivindica la humanidad de nuestro
héroe, inmediata y mestiza como un sancocho “cruzao” a orillas del río Orinoco.
En el volumen “Tradiciones en salsa verde y otros textos” (2008), publicado por
Biblioteca Ayacucho bajo la pícara curaduría de Alberto Rodríguez Carucci,
Palma reconviene la solemnidad marcial y la Historia Oficial blandiendo la
oralidad popular encarnada en “la pinga del libertador”. Por tal razón, doña
Gila la recibiría gustosa si se la pagan a buen precio [fetiche erótico y
patriótico por subastar como el miembro de Rasputín envasado al vacío]. La
fusión humorística de lo culto y lo popular quizás abreva en las habillas y los
chistes que protagonizan Bolívar, Páez y Jacinto Lara. En la espaciosa totona cálida
de la parturienta América cohabitan mantuanos, llaneros y funcionarios en una
Picaresca libertaria que se agradece con suma fortuna.
El Coronel Luis Peru de Lacroix recogió en
el “Diario de Bucaramanga” las impresiones del Libertador y las suyas propias en
el marco de la Gran Convención Nacional de Ocaña entre marzo y junio de 1828. Este
texto se puede considerar un gran reportaje periodístico no autorizado, pues
nos muestra un Bolívar si se quiere desacralizado y demonizado en el ejercicio
maquiavélico de la política. Por ejemplo, la inmolación de Ricaurte en San
Mateo fue una elaboración mediática para elevar la moral del ejército patriota
en los aciagos momentos de la Segunda República. Un tabaco encendido o un
disparo desafortunado convirtieron al neogranadino en héroe romántico y chivo
expiatorio de la revolución independentista. El muy polémico fusilamiento de
Piar en octubre de 1817 constituyó, en las duras palabras del entrevistado, “un
golpe maestro en política” que enculilló a Mariño y al congreso de Cariaco,
atizó la anarquía y le apuntaló la autoridad suficiente para diseñar y crear la
República de Colombia en Angostura. No obstante el corazón predatorio de la
fiera política, el analista Simón atisbaba con lucidez el inminente desmembramiento
de su proyecto continental a la carta y a la fecha: “Pero hoy, repito, las
cosas han cambiado: la muerte de un criminal en 1817 fue suficiente para
asegurar el orden y la tranquilidad, y ahora en 1828 no bastaría la muerte de
muchos centenares”. No se trata, entonces, de un padre llorón y sufriente que
azota al hijo rebelde, sino de un patriarca temido y taimado sobre el que se
cerraba un ingrato cerco parricida. El retrato físico y moral de Bolívar
plasmado por Peru de Lacroix, entre la apología, la psicopatología y la objetividad
periodística, se nos antoja relacionarlo arbitrariamente con la novelística
psicologista y atribulada de Dostoievski y el muralismo sociológico de Balzac, ello
en la humanidad inmediata de los personajes históricos y ficticios. La tragedia
bolivariana también arrastró al reportero, como lo testifica su testamento y
carta de suicidio fechada en 1837.
Don Arturo Uslar Pietri, el escritor
venezolano clásico y conservador por naturaleza, expresa su estupefacción cuando
de Bolívar se trata, no en balde lo apolíneo de su escritura. En “Letras y
hombres de Venezuela” (1948) hallamos una semblanza entusiasta -sin rayar en
una soez apologética-, contingente e incluso contradictoria. Si bien el retrato
es figurativo, encontramos imágenes metafóricas muy logradas en la
consolidación de una aproximación ensayística totalizadora. En lo que toca al
estilo escritural del Libertador, nos dice con tino: “La prosa de Bolívar, como
su persona y como sus hechos, tiene los nervios de un fino potro. Es cosa viva
y trémula”. Al punto que desborda a la literatura misma, eso sí, encaramado el
héroe romántico y el lector neoclásico en la caravana convulsa que fue su vida
misma. Uslar realiza una periodización biográfica osada que roza el lirismo: En
cuatro tiempos de crecimiento, creencia, triunfo y llanto sintetiza su alma
grande y trágica. Persiste el majar o machacar proyectos rayanos hoy con la
Utopía, por tal razón porfiamos en considerar al Libertador como un majadero de
marca mayor que excede el mesianismo hispánico. Valga el término usado por
Uslar, no obstante su conservadurismo que ve en Bolívar una encarnación del Cid
reconquistador de la hispanidad y el sepulcro del Quijote. No es que los
ideales de la revolución francesa fueran incompatibles, como asegura Don
Arturo, con la realidad americana de la Independencia; pues, por el contrario, fue
una relectura de contrabando que revitalizó nuestro accidentado devenir
histórico en un nuevo registro revolucionario. Incluso en su primera novela,
“Las lanzas coloradas”, el influjo de dos ángeles terribles como Bolívar y
Boves increpa y acosa en la impiedad del conflicto bélico y de clases al
mantuano Fernando Fonta y al desclasado Presentación Campos. Simón Bolívar es
como Juan el Bautista de Otero Silva, una imponente cabeza de caballo decapitado
que importuna todavía el despropósito político del siglo XXI.
Juan Uslar Pietri (1925-1998), más que
hermano de Arturo, es un caso interesante dentro de la ensayística venezolana. Dadas
estas coordenadas, sin falsear la verdad literaria en aras de la verdad
histórica, recomendamos y solicitamos una lectura lúcida y atenta de su libro
“Historia de la Rebelión Popular de 1814”, publicado en 2014 por Monte Ávila
Editores Latinoamericana. Este ensayo histórico, cuya primera edición data de
1954 en París además de la segunda muy conocida de EDIME en 1968, establece una
tríada aproximativa a tan difícil tema junto al poco leído y apreciado
“Cesarismo Democrático” (1919) de Laureano Vallenilla Lanz y la antes citada y
celebérrima “Las lanzas coloradas”
(1931) de Arturo Uslar Pietri. Esta proposición indecorosa, si se quiere, no es
una entelequia sino la visualización de una entente interesante que se desplaza
del liberalismo de nuestro autor, recalando en el positivismo gomero, al
espíritu clasicista y conservador de Don Arturo [muy a pesar de nuestra
militancia anarco-teísta]. Tesis controversiales como “la guerra de la
Independencia fue una guerra civil”, “El Gendarme necesario”, Boves como “el
primer caudillo de la democracia venezolana”, o la satanización novelada de la
rebelión popular negra y parda, constituyen hoy una valiosa oportunidad para
discutir temas álgidos y capitales de la venezolanidad y de América en tanto
propuesta civilizatoria insurgente. Es menester, adversar la banalización
discursiva, ideológica y estética que le da cuerpo a una praxis política
indolente e irresponsable. Esta preciosa y ridícula hija del Poder vertical y
globalizador, sigue tropezándose en la pasarela del oropel mediático.
Desde el inicio, Juan Uslar concluye que
nuestra guerra de Independencia se topó con su antípoda de carácter
revolucionario, nivelador y democrático, integrada por esclavos y pardos
conducidos por el asturiano José Tomás Boves: Adustas huestes infernales que
nada tenían que ver con la monarquía española y sí con la rebelión de castas
oprimidas por los mantuanos. Hasta el punto de aterrorizar a los realistas
españoles, pues “Los blancos somos el objeto” en el decir de sus intendentes. Sólo
que, a nuestra impúdica captación, este movimiento careció de programa político
revolucionario, porque incendiar haciendas, repartir el botín y ejecutar
sumariamente a sus terratenientes blancos no se asimila al cambio radical de la
tenencia de la tierra, tal como lo implican la propuesta de Ezequiel Zamora, el
Plan Ayala de Emiliano Zapata o la tumultuosa sedición de los comuneros en
Paraguay, Perú, Ecuador o la Nueva Granada de 1780. Sin embargo, excediendo el
anecdotario que en ocasiones apuntala las curiosidades sociológicas, Uslar
encuentra el pulso contingente y paradójico del proceso político
independentista que silencian los manuales escolares y el academicismo al
servicio de los mezquinos poderes fácticos. Abrevando en las más diversas
fuentes históricas, destaca no sólo las idas y contramarchas del partido
patriota, sino mejor aún la evolución y madurez política de Simón Bolívar en el
tráfago difícil y desafiante de la empresa emancipadora. Desdiciendo a los
timoratos o a los “demagogos” de la Sociedad Patriótica, Bolívar se convertiría
en un aventajado aprendiz de brujo que afinaba su arsenal bélico,
propagandístico y de alta política. Detrás de su terrorista bandera corsaria,
sustraída cínicamente a Boves, el Libertador desarrollaría el discurso político
y proto-ensayístico de sus cartas, documentos y proclamas.
Augusto Mijares, en el diáfano prólogo de
“Doctrina del Libertador” (1976), primer tomo de la Colección Clásica de
Biblioteca Ayacucho, dialoga sobre nuestro referente nacional, continental y
pardo sin artificios profesorales ni malabarismos barrocos. Su tesis de la
guerra civil difiere de la de Vallenilla Lanz al servicio del Bagre [e incluso
del neo-conservadurismo de Pino Iturrieta o Carrera Damas], “porque aquella
guerra no era sino un episodio de la lucha mundial entre progresistas y
conservadores”. En este caso, Simón Bolívar deja de ser fetiche ideológico y
funerario de los poderes fácticos: Páez patentó el culto bolivariano para
cimentar el poderío propio con sus latifundios y oligarcas adulantes; lo
continuó el egotismo eurocéntrico de Guzmán Blanco, para recalar más tarde en
los móviles pitiyanquis de Gómez y Betancourt, nótese el giro cínico de los
acontecimientos. No hay fines inconfesables ni manipulaciones discursivas que
entenebrezcan el legado del Libertador en el texto de Mijares: la conversación
de sobremesa apuesta por el pensador político y el reformador social, ello en
una revisita participativa y útil de su vida y obra, “donde muchedumbres de
desamparados encuentren quizás que él, si no puede ser más de lo que es, sí
puede hacer más de lo que ha hecho”. Excusen ustedes mis precariedades
historiográficas, pero recomendaríamos su lectura enclavada en posiciones de centro hoy ausentes en el país. Es un
ensayo brillante que aborda la arquitectura bolivariana del Estado moderno, la
educación popular y, especialmente, una consideración reposada y pertinente del
pensamiento vivo y no descontextualizado de Bolívar.
Que estas palabras polizontes, incorrectas
y dispersas estimulen el diálogo popular, insurgente y travieso que despeine y
desarregle el discurso banal y reaccionario sin vacilación. Cantemos esta
redondilla sardónica en tiempos revueltos: “Bolívar fundió a los godos / y
desde ese infausto día / por un tirano que había / se hicieron tiranos todos”.
Por esta razón, el modo de vida liberador es lucha sabrosa, cotidiana y
permanente.
En
Valencia de San Desiderio, martes 2 de febrero de 2016.
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