viernes, 3 de enero de 2020

Por qué me toca la Poesía del Decir
José Carlos De Nóbrega

"Y ya te vas qué me dirás, dirás
Qué poco sabes tú decir". Café Tacuba: Aviéntame, Homenaje a Amores Perros.

La poética del Decir posee una indudable pulsión por la vida. Nos mantiene vivos en medio del desmadre de este mundo que, sin embargo, recibe el Amor implacable del Poeta. Sin restricciones ni laberintos meta-poéticos que nada dicen en su mal-decir.

Lo hemos experimentado más allá del formato o plantilla en verso:

La crónica poética de Miguel Hernández que se contrista por anticipado de la derrota provisional de la II República Española.



La fusión musical de Luis Alberto Angulo que celebra la vida en la urbe cojitranca, rescata el picante de la copla popular y juega con Genaro al reflexionar sobre el oficio poético sin rebusque estético ni grandilocuencia alguna. Eso sí, sin dejar de asomar ese sentido auto-crítico del humor que aprendió por igual del budismo y las andanzas del idioma entre el llano y el páramo.



La sabiduría de habla y el conceptismo auténtico e inmediato del Gallo Mujica, que ultra-pasan la banalidad de las modas discursivas y el despropósito de su siglo. Su Decir nos suena -y cómo nos suena- a río de llano desbordado en el invierno o contenido en el verano. La escritura es ritmo y melodía de la lengua que no se esconde en fútil egotismo.



La transfiguración poética y conversada de los evangelios y los libros proféticos en el discurso de Ernesto Cardenal. No es vaciar la Biblia o la Historia de Nicaragua en una plantilla oportunista para acceder al Nobel. Por el contrario, se trata de asumir el misticismo con un lenguaje combativo, ricamente exteriorista y apegado al barullo de la calle.


Enriqueta Arvelo Larriva dice mucho en el rumor del viento que susurra clorofila abundante de vida al verde follaje o en el ronroneo de ese gato invisible asimilable al arroyo que nos arrolla tenue -como si nada- a ras del tobillo, amable y aplaudible su temperatura ora fría, ora tibia, más tarde caliente. Ella no se encierra en un castillo de cristal, sino comparte la delicia de una colmena asombrosa, bullente y dulce de verdad-verdad.


El maestro Lêdo Ivo nos sigue conmoviendo con la Arcadia de la Infancia que tributa a su natal Maceió, no obstante haber sido una de las ciudades más inseguras de Brasil. La multiplicidad escritural de Lêdo no amerita de heterónimos en falsete ni de puestas en escena rococó. Por el contrario, la metáfora y la lengua van por la calle del medio desfaciendo entuertos estilísticos y ruindades humanas que nos deja el poder egocéntrico e indolente.


En los Umbrales de la memoria, aprendí del poeta Juan Ruiz Peña a paladear el mundo con la mayor serenidad posible, en medio de las sacudidas de la Legión de adentro y el cataclismo de afuera provisto por los poderes imperturbables que pretenden resecar las almas hasta un entumecimiento de muerte. Ya lo remata el mensajero del dolor al final del soneto, como el Job aparejado en el afán de cada día: “es cierto, soy mortal, soy criatura / viva para sufrir, tierra de llanto / que un ángel cubre con un blanco manto”.     


    
Salve a la poesía que va de frente dialogando con legos y grandes profesores, tal como se escucha en el tango Cambalache.
¡Sería un honor que me acompañaran en llegando y auscultando la nobleza de estos corazones insobornables de poetas!

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